stás en: LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS

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A propósito de recuerdos infantiles o juveniles quiero extraer ciertas cosas que me han llamado la atención a efectos puramente antropológicos. Nos dice Freud:

“Aníbal fue mi héroe favorito durante mis años de Instituto, y al estudiar las guerras púnicas, todas mis simpatías fueron para los cartagineses y no para los romanos. Más adelante, cuando en las clases superiores fui comprendiendo las consecuencias de pertenecer a una raza extraña al país en que se ha nacido, y me vi en la necesidad de adoptar una actitud ante las tendencias antisemitas de mis compañeros, se hizo aún más grande ante mis ojos la figura del guerrero semita”.

Éste había derrotado a los romanos en las sucesivas batallas de Tesino, Trevia, del lago Trasimeno y de Cannas para colocarse a las puertas de Roma con la opción de destruirla o la de perdonarla. Decidió no entrar en la Ciudad Eterna y pasar de largo. Y eso a pesar de que su padre le había hecho jurar de niño odio eterno a los romanos.

En un viaje a Italia Freud visitó el lago Trasimeno continuando luego con intención de visitar Roma. Pero ocurrió algo que le obligó a evitar la Ciudad Eterna y proseguir viaje hacia Nápoles. Total, algo parecido a lo que le sucedió a Aníbal.

“Aníbal y Roma simbolizaron para mí, respectivamente, la tenacidad del pueblo judío y la organización de la Iglesia católica. La importancia que el movimiento antisemita ha adquirido desde entonces para nuestra vida espiritual contribuyó a la fijación de los pensamientos y sentimientos de aquella época. El deseo de ir a Roma llegó de este modo a convertirse, con respecto a mi vida onírica, en encubridor y símbolo de otros varios, para cuya realización debía laborar con toda la tenacidad y resistencia del gran Aníbal, y cuyo cumplimiento parece a veces tan poco favorecido por el Destino como el deseo de entrar en Roma que llenó toda la vida de aquel héroe”.

Continúa Freud con el relato que refiere un paseo con su padre cuando nuestro autor tenía diez o doce años:

«Cuando yo era joven [le cuenta su padre] salí a pasear un domingo por las calles del lugar en que tú naciste, bien vestido y con una gorra nueva en la cabeza. Un cristiano con el que me crucé me tiró de un golpe la gorra al arroyo, exclamando: `¡Bájate de la acera, judío!' `Y tú, ¿qué hiciste?', pregunté entonces a mi padre. `Dejar la acera y recoger la gorra', me respondió tranquilamente. No pareciéndome muy heroica esta conducta de aquel hombre alto y robusto que me llevaba de la mano, situé frente a la escena relatada otra que respondía mejor a mis sentimientos: aquella en la que Amílcar Barca, padre de Aníbal, hace jurar a su hijo que tomará venganza de los romanos. Desde entonces tuvo Aníbal un puesto en mis fantasías.»

De otro suceso infantil -perteneciente ya a mis seis o siete años, y también relacionado con mi padre, sigue diciendo Freud- conservo un claro recuerdo. Una noche, antes de acostarme, infringí el precepto educativo de no realizar necesidad alguna en la alcoba de mis padres y en su presencia, y en la reprimenda que mi padre me dirigió con este motivo afirmó que nunca llegaría yo a ser nada. Estas palabras debieron herir vivamente mi amor propio, pues en mis sueños aparecen de continuo alusiones a la escena correspondiente, enlazadas casi siempre con una enumeración de mis éxitos y merecimientos, como si quisiera decir: «¿Lo ves cómo he llegado a ser algo?»

Este suceso infantil proporciona materiales para uno de mis sueños [de Freud], en el que, como venganza, quedan invertidos los papeles. En el sueño, mi anciano acompañante no es otro que mi padre. La falta de visión de un ojo alude al glaucoma que mi propio padre padeció. En mi sueño orina él ante mí como yo ante él en mi niñez. Con la alusión al glaucoma le recuerdo la cocaína, en cuya aplicación como anestésico -que tanto facilitó la operación a que hubo de someterse- tuve yo alguna parte. Además me burlo de él; como está ciego tengo que alcanzarle los lentes (juego de palabras entre Glass, cristal, lente, y Uriglas, orinal -el sueño trataba de un orinal de cristal-). Por último, aparecen numerosas alusiones a mis conocimientos sobre la teoría de la histeria, de los cuales me enorgullezco.

De Las fuentes oníricas somáticas voy a rescatar parte del sueño que Freud ofrece como propio.

«Voy montado en un caballo gris. Al principio monto con inseguridad y torpeza o como si fuese en una difícil postura, distinta de la corriente. Encuentro a mi colega el doctor P, que viene también a caballo, pero con gran arrogancia, y viste un traje de grueso paño. Al llegar junto a mí, me hace no sé qué advertencia (probablemente la de que voy mal montado). Pero ya voy encontrándome cada vez mejor sobre el inteligentísimo corcel, descanso cómodamente sobre la silla y me siento tranquilo y confiado como si estuviera en mi casa. En lugar de silla lleva el caballo un largo almohadón que cubre por completo su lomo, desde el cuello hasta la grupa… »

Nada indica que este sueño haya surgido bajo la influencia de un estímulo doloroso. Sin embargo, durante el día anterior me habían hecho sufrir extraordinariamente, convirtiendo en tortura cada uno de mis movimientos, varios furúnculos de que venía padeciendo. Uno de ellos, situado en la raíz del escroto, había llegado a alcanzar el volumen de una manzana y me causaba, al andar, insoportables dolores. La fatiga, la alteración febril y la desgana consiguiente, unidas a la intensa labor que, a pesar de todo, hube de realizar durante el día, acabaron de ensombrecer mi ánimo.

En esta situación no me hallaba ciertamente muy facultado para consagrarme a mis ocupaciones profesionales, pero teniendo en cuenta el carácter de mi padecimiento y la región de mi cuerpo en la que se manifestaba, existía otra actividad para la que, sin duda alguna, me encontraba aún menos capacitado. Tal actividad es la de montar a caballo, y precisamente es la que el sueño me atribuye como la más enérgica negación imaginable de mi padecimiento.

Ignoro en absoluto el arte de la equitación, no sueño nunca nada que con ella se relacione, y sólo una vez he montado en un caballo, por cierto en pelo y sin que ello me produjera placer alguno. Pero en mi sueño monto como si no tuviera furúnculo ninguno en el periné, o, mejor dicho, precisamente porque no quiero tenerlo.

La silla, tal y como el sueño la describe, es la cataplasma que me apliqué al acostarme, y cuyo efecto calmante me ha permitido conciliar el reposo. Así protegido, no he advertido, durante algunas horas, indicio ninguno de mi padecimiento. Luego, cuando las sensaciones dolorosas comenzaron a hacerse más vivas y amenazaron con despertarme, vino el sueño a tranquilizarme, diciéndome: «Puedes seguir durmiendo. No tienes furúnculo ninguno, pues montas a caballo, cosa que no es posible con un divieso en el periné.» El dolor quedó de este modo ensordecido y pude, en efecto, seguir durmiendo.


Algunos sueños típicos

e) El sueño de avergonzamiento ante la propia desnudez.

Es el de hallarnos desnudos o mal vestidos ante personas extrañas, experimentando sentimientos de vergüenza o embarazo; en esa situación queremos huir o escondernos, pero entonces somos atacados por una singular parálisis que nos impide realizar movimiento alguno, dejándonos impotentes para poner término a la penosa situación en que nos hallamos. Otras veces buscamos infructuosamente la ropa que nos falta.

Casi siempre el grado de nuestra desnudez resulta impreciso y la intensidad de la vergüenza experimentada es muy superior a la que el grado de desnudez podría justificar.

En los sueños de los militares queda muchas veces sustituida la desnudez por un traje antirreglamentario. Así, sueñan haber salido sin sable, o sin gorra, hallándose de servicio, o llevar con la guerrera unos pantalones de paisano y encontrar en la calle a otros oficiales, etc.

Las personas ante las que nos avergonzamos suelen ser desconocidas, y de fisonomía indeterminada. Otra característica es que jamás nos hace nadie reproche alguno, ni siquiera repara en nosotros, con motivo de aquello que tanto nos avergüenza. Por lo contrario, la expresión de las personas que en nuestro sueño encontramos es de una absoluta indiferencia.

f) Sueño de la muerte de personas queridas.

Aquí Freud se adentra en la infancia para, explicando la atracción del niño hacia la madre y de la niña hacia el padre, que puede llegar al deseo de matar al contrario, explicar lo que puede ocurrir en la edad adulta cuando uno de los padres muere y el que fuera niño en su tiempo sueña avergonzado lo que fue capaz de desear en su infancia. El Edipo rey, de Sófocles, describe bien la tragedia.

Si el destino de Edipo nos conmueve es porque habría podido ser el nuestro. Quizá nos estaba reservado a todos dirigir hacia nuestra madre nuestro primer impulso sexual y hacia nuestro padre el primer sentimiento de odio y el primer deseo destructor. Nuestros sueños testimonian de ello. Pero, más dichosos que él, nos ha sido posible, en épocas posteriores a la infancia, y si no hemos contraído una psiconeurosis, desviar de nuestra madre nuestros impulsos sexuales y olvidar los celos que el padre nos inspiró.

Con idéntica intención analiza nuestro autor la relación infantil entre hermanos con su repercusión en la edad adulta. Será bueno recordar una obra célebre en su género: El príncipe destronado de Miguel Delibes.

Pero, naturalmente, no todos los sueños de personas queridas son de esta naturaleza. También está el sueño recurrente de la hermana muerta hace años que el sueño trae a reunirse con sus amigas aún vivas, en la presencia discreta pero difusa de la hermana viva. La reunión se desarrolla con la natural evolución de los personajes de entre los cuales, la hermana muerta, va desdibujándose poco a poco hasta desaparecer de escena. El contenido latente del sueño no es otro que la realización del deseo de la hermana viva, de que su hermana permanezca en la vida y a su lado.

h) El sueño de exámenes.

Freud lo describe como el típico sueño de angustia por temor a obtener un suspenso en un examen. Sobre él indica que, curiosamente, no se edifica sobre un caso de examen suspendido en la vida real, sino sobre exámenes que resultaron exitosos.

Por experiencia propia, le doy la razón a nuestro autor. En mi larga vida de estudiante he tenido muchos suspensos no definitivos, pero tan sólo uno definitivo: en la asignatura de dibujo en cierto curso de Bachillerato; en otro lugar hablo de ello.

Lo cierto es que ese suspenso nunca me ha quitado el sueño. Sin embargo tengo un sueño recurrente que me acosa con cierta frecuencia y a pesar de mi edad creciente. No se trata de un sueño de temor al suspenso o de angustia por el trámite del examen. Es, simplemente que suspendo el examen o que ni siquiera llego a poderlo realizar.

También hablo en otro sitio del cansancio que sufrí a lo largo de mis dos últimos años de carrera (a punto de pájara estuve, escribí). Viendo ahora la cosa, he llegado al convencimiento de que la fuente de este mi sueño es esa dichosa pájara.


El contenido manifiesto del sueño siempre tiene que ver con circunstancias tales como la de presentarme tarde al examen y sin papel o sin lápiz con las dificultades propias de obtenerlos en la sala de examen donde no está disponible o se tarda demasiado tiempo en encontrar. Si lo logro, o el papel es escaso o lo escaso es el tiempo de examen que queda.


Otras veces simplemente dejo en blanco el papel porque no sé contestar, asaltándome la duda angustiosa de si, pensando que tengo terminada la carrera, no será que realmente la tenga aún pendiente de ese examen …


El resultado es que no quiero ir a la Escuela para salir de la duda no vaya a ser que, en efecto, tenga que dejar de trabajar.

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