stás en: LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS

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IV. LA DEFORMACIÓN ONÍRICA

Es un producto que se desprende de la interpretación de un sueño cuando para obtener la realización de un deseo tenemos que recurrir a la censura, al disfraz o al disimulo.

Nos preguntamos cómo los sueños de contenido penoso podían ser interpretados como realizaciones de deseos y vemos que ello es perfectamente posible cuando ha tenido efecto una deformación onírica; esto es, cuando el contenido penoso no sirve sino de disfraz de otro deseado.

Freud pone varios ejemplos de deformación onírica por él vividos pero casi siempre referidos a pacientes con psicopatías del tipo de las neurosis o la histeria, lo cual, aún partiendo de sueños aparentemente sencillos complica enormemente la investigación del contenido latente que permite a nuestro autor demostrar que siempre hay un deseo cumplido en el sueño. Esa investigación se parece mucho a la que llevan cabo los detectives en el caso de un asesinato.

Voy a copiar, sin embargo, un sueño breve pero también muy significativo:

Fue soñado e interpretado por un médico (August Stärcke), y en el que a primera vista parece imposible hallar realización alguna de deseo: «En la última falange de mi dedo índice advierto una lesión sifilítica primaria.» Queda clara la coherencia del sueño, y lo indeseado de su contenido. Pero si nos fijamos en que «lesión primaria» (en alemán, Primäraffekt) puede significar también primera afectio (primer amor) veremos que la repugnante úlcera vista en el sueño revela representar «realizaciones de deseos cargadas de intenso afecto.»

Todos los ejemplos que Freud desgrana le permiten afinar la fórmula que encierra la esencia de los sueños: El sueño es la realización disfrazada de un deseo; de un deseo reprimido, si se trata de un sueño displaciente.

V. MATERIAL Y FUENTES DE LOS SUEÑOS

     Recordatorio sobre el sueño:

1.- Escoge las impresiones de los días inmediatos anteriores, prefiriendo las del día del sueño.

2.- Efectúa una selección conforme a principios diferentes de aquellos a los que se adapta nuestra consciencia despierta, recordando no lo esencial e importante, sino lo accesorio y desatendido.

3.- Dispone de nuestras más tempranas impresiones infantiles, llegando hasta reproducir detalles de dicha edad que nos parecen nimios y que en nuestra vida despierta teníamos por olvidados hace ya mucho tiempo.

Tengo una seria objeción al punto 2, y es que hasta no haber hecho un análisis exhaustivo del contenido manifiesto para dar con el latente, no sabemos lo que es verdaderamente importante y lo que no. Y ello debido a que el sueño, precisamente, se atiene a principios diferentes de aquellos a los que se adapta nuestra consciencia despierta.

Por ejemplo, en mi sueño Nº 1 doy por detalle sin importancia el hecho de que el autobús anda despacio para no atropellar a los niños; le concedo un valor instrumental a manera de excipiente del conglomerado manifiesto, pero no estoy seguro de no poderle sacar más partido latente. En cambio, la voz anónima que asegura que sí se va a pasar por el estrecho de Mesina podría pasar desapercibida, y sin embargo resulta clave.

A este respecto será oportuno recordar lo que Freud dice bastante más adelante. Allí llama cemento a lo que yo acabo de denominar excipiente.


A este propósito señala Freud que existe un mecanismo psicológico que hace posible que la impresión indiferente llegue a constituirse en representación de lo psíquicamente importante. Es como si mediante unos elementos intermedios se llevase a cabo un desplazamiento de lo que podríamos denominar el «acento psíquico», hasta conseguir que representaciones débilmente provistas de intensidad adquieran, por apropiación de la intensidad de otras mejor provistas, una energía que las capacite para forzar el acceso a la consciencia.

Y pone varios ejemplos incontrovertibles de desplazamientos psíquicos: la solterona sin familia que transfiere su ternura a sus animales caseros, el solterón que se convierte en apasionado coleccionista …

Yo conocí en mi trabajo a un individuo que era un pobre diablo mediocre que se convirtió en un fanático del Real Madrid para poder vivir como creación suya los éxitos del club de fútbol.

Pero voy a referir otro caso más rebuscado. Digo caso porque no se trata de un sueño; lo traigo como ejemplo para explicar el efecto desplazamiento. A aquella mujer le gustaba leer con la luz encendida antes de dormirse a sabiendas de que a  su marido le molestaba hasta el enfado si la cosa se prolongaba demasiado. Incluso, sin que necesariamente después fuera a leer, podía dejar encendida su lámpara (2º supuesto) mientras su marido se acostaba e intentaba dormirse; el pretexto  era encontrar el camino de vuelta al acostarse después de transcurrir un largo rato empleado en múltiples menesteres.

El resultado era siempre el mismo: el enfado del marido.

¿Solución que encuentra la mujer para seguir cumpliendo sus deseos sin que su marido se enfade por eso? Muy sencillo. Conseguir que su marido se enfade por otra cosa distinta: un desplazamiento del motivo.

En efecto, una noche, en el momento crítico del 2º supuesto, le espeta airada al marido: “No sé por qué tienes la manía de dejar bajadas las persianas del salón para que no entre ni el sol ni la luz!”.

Ahora el inconsciente de la mujer la dejó en evidencia al delatar el efecto de la proyección de luz que subyacía en la cuestión. A pesar de todo, consiguió lo que buscaba, el enfado del marido, pero por estos dos nuevos motivos: 1º, por la  sorpresa de lo inesperado y fuera de lugar. 2º, porque lo habitual era la reprimenda que solía recibir de ella porque se suponía que él solía dejar las persianas levantadas con la consecuencia funesta de que así, la luz y el sol estaban destrozando los muebles.

Hasta aquí el caso tal como yo lo he conocido. Pero de haberlo conocido Freud, es bastante probable que hubiera profundizado más para llegar a ver la latencia que había tras las artimañas de la mujer. Y muy bien pudiera haber llegado a la conclusión, y seguramente con toda razón, de que el deseo de la mujer era conseguir llegar al encuentro íntimo con el marido, cosa que tal vez no ocurría en la medida de sus deseos.

Escribía yo después de mis dos primeros sueños, que Freud “ha caído últimamente en desprestigio a causa, se suele decir, de que toda su obra está sustentada en el sexo”. No sé el alcance de esta afirmación cuando pueda ponerse en relación con los estudios de nuestro autor sobre la histeria y las neurosis. Pero sí tengo la convicción de que el sexo tiene gran importancia dentro de las cuestiones oníricas y de otras a ellas asociadas. Volveré sobre ello cuando hable de los sueños inocentes.

Una curiosidad que ilustra Freud con un sencillo sueño que le sucedió:

Cuando un día ha traído consigo dos o más sucesos capaces de provocar por separado varios sueños, resulta que el fenómeno onírico parece obedecer a una coerción que le obliga a formar con ellos un único sueño resumidor de todos los sucesos. Esto tiene que ver con el proceso psíquico primario llamado condensación.

Para Freud no existen estímulos oníricos indiferentes ni sueños inocentes. Con escasas excepciones, todo lo que soñamos, o se demuestra psíquicamente importante de un modo manifiesto, o se halla deformado y sólo podemos juzgarlo después de realizar el análisis, que nos revelará siempre su importancia. El sueño no se ocupa nunca de cosas nimias, ni nosotros consentimos que nuestro reposo quede alterado por algo que no valga la pena. Los sueños aparentemente inocentes demuestran no serlo en cuanto nos preocupamos de interpretarlos.

Para demostrar su tesis Freud aporta cinco sueños inocentes que debidamente analizados resultan no ser tales y muestran, a cambio, unas claras e importantes connotaciones de carácter sexual.

«He soñado que llegaba tarde a la plaza y no encontraba ya nada en la carnicería ni en la verdulería.» era la inocente descripción que cierta señora había confiado a nuestro autor.

El cual, después de una exhaustiva investigación detectivesca, termina así su análisis: No creo necesario revelar por completo el sentido de este sueño; lo expuesto hasta aquí basta para demostrar que es harto significativo y nada inocente. Yo, por mi parte, añado suspense a la suspensión de Freud.

Entre las muchas cosas significativas con que tropieza Freud está el dicho vulgar empleado en alemán para referirse a un hombre cuando tiene la bragueta abierta: ¡Está la carnicería abierta!

Es claro que la carnicería puede estar abierta o cerrada y, según con qué intención. También, y por su connotación asimismo alemana voy a hacer una pequeña digresión.

Se dice que el Alzheimer está en estado incipiente cuando el hombre se olvida de subirse la cremallera, y está muy avanzado cuando se olvida de bajarla.


b) Lo infantil como fuente onírica.

A pesar de su obviedad me interesa aclarar algo. Lo infantil está, naturalmente, bien distante del día del sueño de un adulto. Sin embargo, en ese día se puede aportar al sueño un material procedente de la infancia que suele ser muy difícil identificar por razones de olvido.

Un caso interesante es el de los sueños denominados perennes, o sea de aquellos que habiendo sido soñados por vez primera en la infancia, retornan después, periódicamente, en la edad adulta.

Un médico, cercano ya a los treinta años, me refirió [cuenta Freud] que en su vida onírica solía aparecérsele, desde su más temprana infancia hasta el presente, un león amarillo, cuya figura podía describir con todo detalle. Un día descubrió que tal imagen onírica correspondía a un león de porcelana, perdido o roto hace muchos años, que había habido en su casa y constituyó, según le dijo su madre, el juguete predilecto de su más temprana niñez, cosa que él no recordaba en absoluto.

Naturalmente, el tal león era sólo un mero ingrediente, eso sí, recurrente, mezclado con cualesquiera otros materiales oníricos que convinieran a las distintas representaciones de sueños diferentes y contemporáneos a los que pudiera robustecer.