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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Contra el pronóstico de sus amigos coge el autobús y allá que se va. En el largo viaje no pasan muchas cosas pero hay cuatro muy importantes. La despedida de la soleada Andalucía con sus suaves colinas de olivos tan bien alineados. Como contraste, la llegada al País Vasco que anuncia el limpiaparabrisas con su afanoso trabajo de apartar el agua que el cielo oscuro suelta inmisericorde; entre brazada y brazada se dejan ver las altas rocas grises que emergen entre el verde oscuro de las empinadas laderas; Rafa lo mira todo sin pestañear y con cara de susto. Después conoceremos a Merche y hablaremos de ella. Pero mucho antes está la cuarta y definitiva cosa.


CORTE. El muchacho se acomoda en su asiento y abre un libro que, seguramente, tenía recién comprado, y que exhibía el título de EL EUSKERA SIN MIEDO. La adjetivación del  rótulo, que para cualquier idioma podría pasar por irrelevante, para el euskera resulta macabra. Poco le duró el aprendizaje; se le cayó de las manos y se quedó dormido. Habrá aprendido, malamente, unas pocas palabras que le servirán para saber que en adelante va a tener que improvisar mucho dentro del jardín en que se iba a meter, para entenderse con su nueva gente. Será como presentarse a un examen sin haber preparado las lecciones.


No era el primero al que le iba a pasar semejante desventura. Montaigne, en el Capítulo XII de su Libro II escribe:

Está por dilucidar de quién es la culpa de que no nos entendamos pues si nosotros no penetramos las ideas de los animales, tampoco ellos penetran las nuestras, por lo cual pueden considerarnos tan irracionales como nosotros los consideramos a ellos. Y no es maravilla el que no los comprendamos, pues nos ocurre otro tanto, por ejemplo, con los vascos y los trogloditas.


Otro del lado de acá de la muga, D. Miguel de Unamuno, de Bilbao por más señas, guardaba aprecio al euskera como lengua (Agur, arbola bedeinkatube); pero decía:

Se trata de una lengua que había que dejar morir (dedicándole un merecido funeral, eso sí) porque no es compatible con la modernidad. El único atractivo que la lengua vasca podía tener era el interés científico: "¿Y el vascuence? ¡Hermoso monumento de estudio! ¡Venerable reliquia! ¡Noble ejecutoria! Enterrémosle santamente, con dignos funerales, embalsamado en ciencia; leguemos a los estudiosos tan interesante reliquia."


Sigue el viaje, salida del túnel, cesa la lluvia pero persiste lo gris. La madura Merche se cambia de sitio, junto al muchacho y, sonriente, le pregunta:

-¿De dónde eres?

-¿Quién, yo? Pues vasco, de aquí (con acento vasco). No de aquí concretamente, pero paisano vasco, agur! (y vuelve la cabeza)

-Ya, ¿qué eres, andaluz?

-Cuidado que yo a usted no la he faltado al respeto.

-Tranquilo, que yo soy de Cáceres [la luz sonriente de la extremeña, en duro contraste con la cara de pocos amigos del chico que se sienta tras ella con una calavera camisetera en euskera].

-Y tú, qué, de Córdoba?

-¿Cómo voy a ser de Córdoba, por favores? ¡Que soy vasco! (sigue con su buen acento vasco)… Aparte que, de ser andaluz, sería sevillano, no de Córdoba (ya deja su fingido acento; abre su EL EUSKERA SIN MIEDO y Merche cotillea).

-Soy sevillano, del barrio de la Cruz.

-¡Uiyyy…! Y más sonrisa. Yo estuve en la Expo, con mi marido (la sonrisa se hace común)

- Por qué no te vienes a mi casa y preparo unas migas? Me salen de campeonato!

- (Rafa, a lo suyo; alarga a Merche el DNI de Amaia y pregunta señalándola). Esta calle, ¿por dónde cae?

-Te tienes que bajar dos más adelante; le da la vuelta al documento y, mirando la foto de la chica, le espeta: total, que estás enamorado!

-¡Hasta las trancas!

-¿Te pasas mañana por mi casa? Mira, es ahí.

-Yo es que la verdad, no he venido más que para un par de días.

-Ahjaja!


He entresacado este diálogo a fin de mostrar la habilidad del director para introducir a los espectadores en una nueva situación que resultará crucial a lo largo de la película.

Pero también voy a aprovechar para resaltar algunos fallos que encuentro en la película; muy pocos. Los designaré con una F delante. Son fallos de construcción. Suelen ser menores y perdonables porque pudiendo pasar inadvertidos sirven con eficacia a la trama.


F1: El autobús de largo recorrido que parte de Sevilla al País Vasco resulta estar convertido al final de su uso en la película por un autobús local que para en caseríos y plazas de pueblo, y donde los pasajeros locales conocen al chófer; incluso se ven algunos de pie en su parte trasera. El último tramo de carretera es local (GI, de Gipuzkoa). Ni siquiera cabe pensar en la elipsis de un trasbordo en Donostia, porque la metamorfosis se produce sobre la marcha: de una secuencia a la siguiente se cambia un autobús por otro distinto sobre el mismo paisaje.


F2: Nuestro protagonista Rafa (el vasco de pega) es puesto en evidencia por el sonsonete de su móvil. Se asusta un tanto al oír la musiquilla identificadora que le grabó: Sevilla tiene un sabor especiaaal… Lo están llamando, corta y mira en su entorno por si alguien lo ha descubierto. Se le ve tenso, como oprimido por lo vasco y los vascos de alrededor, circunstancia  que no se daba, naturalmente, al salir de Sevilla y que debería haberse conservado de no ser por el cambio de autobús según F1. Al volver la cabeza atrás tropieza con dos vascos que, efectivamente le miran serios; y con la mirada franca y alegre de Merche que es un lince y le ha calado. Por eso va a sentarse cerca de él. A mayor abundamiento habría que recordarle a Rafa con todo el acento vasco del mundo: “Tú de Córdoba no querrás ser, pero nombre Rafael cordobés, ya llevas, eh!?”.


El autobús para, Merche baja despidiendo al chofer con un agur sonriente -y él, con un “adiós, rubia”-, avanza unos pasos y se detiene para ondear sus manos efusivas a Rafa. El autobús continua hasta la plaza del pueblo.


Rafa busca ilusionado y encuentra la tragedia: Amaia no lo reconoce (o así aparenta), lo echa a empujones de su casa y la cierra. Él sigue insistiendo, ella abre el cuarterón de arriba y, al descuido, le arrebata el bolso que olvidó en Sevilla. Cierra airada de un nuevo portazo. Se ha vengado de la expulsión que él la infligió en Sevilla; como suele ocurrir, los arrumacos amorosos se olvidan pronto.


F3: A Rafa no se lo ve fumar en toda la película. Con lo que al cine le gusta el humo del tabaco, sobre todo al cine en blanco y negro. ¡Cuántas ilusiones y cuántos efectos especiales no han propiciado esas volutas de humo! Que se lo pregunten a José Luis Garci.

     Sin embargo, después del trago recién pasado, Rafa respira hondo, reflexiona un poco y se marcha fumando un cigarrillo. Unos pocos pasos, una chupada, y lo tira sin apagar a un contenedor. En definitiva, un efecto rocambolesco y medianamente convincente del director para dar un vuelco a la película. Pero logra un giro brusco y muy eficaz.


La llama prende y crece; el muchacho, impotente, se pone nervioso. Aparece un joven con pinta borroka que dice algo y sale corriendo. Rafa le grita con el puño en alto “¡Viva la independencia! ¡Pero por qué corres, si soy uno de los vuestros! ¡Si pensaba ir a quemar unos cajeros españoles!”

El joven ha desaparecido, pero aparecen en cambio dos esforzados erchanchas (policías vascos) que prenden a Rafa y se lo llevan a comisaría. Les da como aval el teléfono de Amaia que replica no conocerlo. Lo enchironan junto con otros kale borrokos legítimos.