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OCHO APELLIDOS VASCOS

Película dirigida por EMILIO MARTÍNEZ LÁZARO

Guión: Diego San José y Borja Cobeaga.

Música: Fernando Velázquez.

Protagonistas: Dani Rovira, el joven sevillano típico (Rafa).

             Clara Lago, la joven vasca de aquí te espero (Amaia).

             Karra Elejalde, el padre de la chica y vasco por los cuatro costados (Koldo).

             Carmen Machi, la extremeña viuda de Guardia Civil (Merche).

Estreno: 14-3-2014; duración, 98 minutos.


Cuando estaba en el cénit de su éxito en los cines me hablaron de lo divertida que era esta película pero la noticia no me inspiraba ninguna garantía: ya se sabe lo que son hoy en día las películas graciosas: camas por aquí, coches en llamas que saltan por los aires, cara a caras malhumoradas hablando tensas, enfadadas y deprisa …      


Incluso me habían descrito algunos gags de la comedia (como tal se presentaba) que no me encajaban en la experiencia que veníamos viviendo con el País Vasco. Pasó poco tiempo, se desbordó el éxito de la gran pantalla y el desbordamiento  inundó Internet. Así fue como mi hija me la hizo presente en el ordenador; y de él, a la pequeña pantalla. La he visto dos veces seguidas, primero en el primero y luego, sin solución de continuidad, en la otra. Tanto me gustó.


Como digo, la leí dos veces; pero he de verla más para poderla escribir a mis anchas. Y es que es mucho más que una comedia; por lo menos es una tragicomedia.


Ante la duda, he ido a visitar a Aristófanes a quien contemplé hace ya muchos años en una de sus obras cuya representación me encantó; no recuerdo el título. La que he podido leer ahora con facilidad porque está completa en Internet al ser más bien corta, es Las avispas, tal vez la mejor de su producción.


Aristófanes es un autor muy moderno: un descarado con gracia, imaginación y saber componer. Su parlamento está lleno de nombres propios que no son sino piezas de hipertexto que hay que dominar para entender (si se contempla la representación), o que incitan a la investigación si se hace teatro leído.


Sin embargo, Aristófanes es un comediante, que no es lo mismo que un cómico. Por consiguiente, en Las avispas no encontré a los Ocho apellidos vascos en su componente trágica, pero sí en la cómica. Tropecé, en cambio, con una agradable sorpresa: Ahí está Albert Boadella, que es otro de mis admirados genios teatrales.


Explicándome un poco más, contaré un detalle. Al anciano protagonista de Las avispas lo tiene recluido en su habitación su hijo para protegerlo de su incontenible afición a continuar juzgando según exigiría su antigua profesión. En un efecto ensoñación, el padre logra escapar emulando a Ulises cuando éste consigue huir de la cueva donde el Gigante Polifemo lo tenía secuestrado. Como se sabe, Ulises salió agarrado a las lanas que colgaban del vientre de un carnero. El de Las avispas hizo lo mismo solo que colgado de la panza de un burro, que es cosa graciosa por esperpéntica. Y es, además, Boadella en estado puro.


La película abunda en simbolismos, en buen uso de los recursos cinematográficos y en inteligente dosificación de las breves pero eficaces situaciones cómicas; lo vamos a ver en cuanto nos introduzcamos en ella.


Amaia, que es taxista en su tierra, aparece en la fiesta de su propia despedida de soltera, en Sevilla, con unas amigas y con un humor de perros porque su novio la ha plantado. Empieza la tragedia. Rafa que se entera, trata de serenar la situación y mete la pata subiéndose a la tarima para contar unos chistes, precisamente, de vascos. Insultos, imprecaciones mutuas de vascos / andaluces y viceversa, entre los dos jóvenes.


Sobre la marcha, Rafa le grita a Amaia algo así como: “Oye niña, ¿por qué no te pones a cargar piedras que eso parece que os relaja mucho a los vascos?” La salida parece talmente tomada de cualquier chiste de Mingote sobre vascos.


En el colmo de la tensión el chico arranca materialmente a Amaia y la pone en la calle. El chico la contempla mientras ella se aparta con aire de dignidad; un tacón le hace un extraño y medio se tambalea; se vuelve al chico y lo pilla con cara de contenerse la risa. El quiebro tragicómico salva la situación: se produce una descarga de la agresividad y ambos terminan en la cama de él; ella en topless se queda dormida bocabajo tras la refriega y él se limita a contemplarla con ternura y a respetar su sueño; allí la deja y se mueve de puntillas.


También el sufre el efecto de un mal pisar que le cambia el gesto: ha pisado el broche de la flor que la adornaba; contempla a ambas, sonriente, y se la echa para que quede junto a su cuerpo. Por fin sale.


Un amigo reprocha a Rafa que la haya metido en su casa.

- Esa tía está buscando un piso piloto en Sevilla.

- Un piso franco, ¿quieres decir?

- Nada de Franco; ésta es de ETA.

- ¿Cómo va a ser eso si va vestida de faralaes?

- ¿Y qué esperabas, que fuera con un pasamontañas y una ikurriña?


Nos dice el director de la película: ”Si ETA siguiera matando este filme no se habría hecho” [con lo que nos habríamos perdido estos graciosos diálogos].

Y Karra Elejalde: “Reírse de los males es cauterizador; es la mejor vacuna para la normalidad. Ahora hay necesidad de reír aun con temas a priori delicados. Esta es una comedia romántica, y la kale borroka o ETA son temas periféricos en el argumento.”


Rafa y sus amigos se asoman a la habitación y descubren que la chica ha desaparecido. Pero también descubren su bolso tirado debajo de la cama. Lo vacían con temor de que contenga explosivos.

-Hay que llevárselo.

-¿A la policía?

-No, a ella.

-¿A su pueblo?

-Claro.

-¡Pero si tú nunca has pasado de Despeñaperros!

-No se te ocurra ir en coche que te lo rayarán como a mí cuando hice la mili en Irún. Los vascos no nos pueden ver a los andaluces ni en pintura. Se lo enseñan desde 1º de sus escayolas [ikastolas].

-La chavala no tiene la culpa de ser vasca. Y yo me he enamorado; se ha quedado algo sin terminar entre nosotros.