En su capítulo 6 viene Malthus en apoyo de su tesis sobre el aumento exponencial de la población, y lo hace de una forma que hoy, con la experiencia que tenemos acumulada, nos resulta, cuando menos, un tanto curiosa.


Se fija en la expansión de colonias en nuevos territorios, para explicar ese crecimiento poblacional: desde las antiguas colonias griegas del Mediterráneo hasta las más recientes (en su tiempo) implantadas en los EE.UU pasando por las españolas y portuguesas en América sin olvidar a las francesas y holandesas.


Por cierto, convendrá recordar a quienes cifran toda excelencia en el libre comercio privado, lo que a propósito de esas dos últimas colonias cita Malthus en coincidencia con Adam Smith:


“Las colonias francesas y holandesas, pese a estar sometidas al gobierno de compañías mercantiles exclusivas que, como señala con mucha razón el doctor Adam Smith, es el peor de todos los gobiernos posibles, no dejaron de prosperar en condiciones sumamente desfavorables”.


Se pregunta Malthus por qué los ingleses que emigraron a fundar las colonias americanas se reprodujeron allí tan rápidamente (la población de New Jersey se duplicó cada 22 años) mientras que los ingleses que permanecieron en su país no lo hicieron. Y se responde:


En Inglaterra el obstáculo al crecimiento fue la miseria y el vicio (la lujuria, el juego, el lujo y la bebida), mientras que en tierras de los EE.UU “la abundancia de tierras fértiles baratas o incluso gratuitas es un factor de población de enorme potencia, capaz de vencer todos los obstáculos”.


Aquí se contradice nuestro autor al admitir que las dos provincias (?) españolas (Extremadura y Andalucía) que más emigrantes dieron a América, fueron las que después más crecieron en población.


Nuestra actual experiencia nos enseña que el crecimiento de la población no sólo se debe a la prosperidad del territorio. Durante todo el siglo XX la población de todos los países pobres no ha dejado de crecer y, por el contrario, son los países ricos los que frenan su crecimiento.


Tal vez sea la teoría de la transición demográfica que hemos visto antes la que mejor se ajuste, afortunadamente, a la realidad. La tasa de crecimiento en los países pobres ha empezado a disminuir en el siglo XXI.


A los crecimientistas de ahora será bueno recordarles lo que Malthus pensaba al respecto: “El hombre podrá crecer en esperanza de vida (desconocemos el límite) pero no conseguirá eternizarse en la tierra. Podrá crecer en perfección pero nunca llegará a ser perfecto”. Y pone este ejemplo: “Mediante sucesivos esfuerzos podremos conseguir claveles más hermosos pero no podremos abrigar la esperanza de que llegaran a tener el tamaño de las coles”.


También quiero aprovechar la ocasión para apoyar mi tesis de que nuestro futuro pasará por deshacernos de los múltiples empleos superfluos y frívolos de los que ahora vivimos para sustituirlos por otros estables y necesarios.


Para Malthus hay sustancialmente dos formas de empleo: el de la agricultura y el de la manufactura. Como el primero parecía haber llegado a saturación, el resultado era que cualquier aumento de la población debe estar empleado en la manufactura.  


“… y es bien sabido que el fracaso de algunas de estas manufacturas, debido simplemente al capricho de la moda, como, por ejemplo, la sustitución de la seda por el percal o de las hebillas y botones metálicos del calzado, por lazos y botones forrados … ha obligado en muchas ocasiones a miles de trabajadores a recurrir a la caridad para poder sobrevivir”.


En algún sitio tengo escrito que el fervor con que los liberales defienden que ellos han reducido la pobreza en los últimos tiempos se contradice con la realidad: el sistema liberal ha hecho crecer mucho a los países ricos y a la gente rica de los países pobres o en desarrollo. Los pobres se han beneficiado escasamente. Veamos lo que pensaba Malthus al acercarse a las tesis de Adam Smith:


“… No se ha parado a examinar aquellos casos en los que la riqueza de una sociedad puede crecer sin que aparezca la menor tendencia a aumentar el bienestar de la clase laboriosa de la sociedad.” Y se explica, aunque sea simplificando, con un ejemplo:


“El doctor Adam Smith define la riqueza de una nación como la producción anual de su tierra y su trabajo. Esta definición abarca evidentemente a los productos manufacturados lo mismo que a los productos de la tierra. Supongamos que durante años, una nación añadiese lo que ahorra de su renta anual únicamente a la parte de su capital dedicado a las manufacturas sin añadir nada al capital empleado en la tierra: la nación se habrá enriquecido, pero no se habrán incrementado los verdaderos fondos para el mantenimiento del trabajo al no ir acompañados de un aumento de las existencias.”


En otro lugar dice Malthus:

“Los delicados géneros de seda o de algodón, los encajes y otros lujos decorativos propios de un país rico, pueden contribuir considerablemente a aumentar el valor de cambio de su producción anual, pero contribuyen muy poco a incrementar el caudal de felicidad que posee la sociedad.


He aquí otra metáfora de vasos comunicantes, muy adecuada para reflexionar sobre el PIB y la productividad:


“Supongamos que 200.000 hombres empleados en la producción de artículos manufacturados destinados únicamente a satisfacer la vanidad de unas cuantas personas ricas, fuesen puestos a trabajar en tierras áridas y baldías con vistas a producir tan sólo la mitad de la cantidad de alimentos que ellos mismos consumen … (Habrían dado de comer a 100.000 personas en vez de haber producido unos retales de soberbia hueca)”.


Ya sé que la productividad en la globalización de hoy no es la misma que la de los tiempos de Malthus. Esto es lo que hace nuestra situación especialmente difícil: Las iniciativas aisladas para poner límite a un consumismo innecesario y malsano no serán viables más que cuando se correspondan con una actuación querida globalmente.


Malthus remacha el clavo más adelante cuando dice:

“Los bienes de consumo tales como las sedas, los encajes, las joyas y los muebles de lujo son, indudablemente, parte de la renta de la sociedad; pero son la renta de la gente rica solamente, no de la sociedad en general. Un incremento de esta parte de la renta del Estado no puede considerarse, por tanto, como de la misma importancia que un aumento de la cantidad disponible de alimentos, ya que estos últimos constituyen la renta principal de la gran masa del pueblo.”


Ya sé que los lujos que señala Malthus están en nuestra (y resalto lo de nuestra) sociedad del siglo XXI tan extendidos, que alcanzan no sólo a los ricos y a las amplias clases medias, sino hasta algunos pobres: hoy hay lujos para todos los bolsillos.


Pero así como antes reprochábamos a Malthus su confinamiento en una sociedad cerrada y le contraponíamos la globalización de nuestros días, hemos de ser coherentes y pensar que el mundo no se acaba con nuestra sociedad: están también las sociedades de los países pobres que no tienen ni para el lujo de comer cada día. Por no pensar ya en los guetos de pobreza existentes en los paises ricos.



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