Las Leyes de pobres que analiza Malthus en su libro, no logran mejorar la suerte de estos.


Estas leyes (Poor laws) fueron promulgadas en tiempos de Malthus por el ministro de Hacienda William Pitt, el hijo de quien diera nombre a mi pueblo, Pittsburgh, en Pensilvania. Pretendían erradicar la pobreza de Inglaterra y fomentar su economía tan maltrecha tras la independencia de sus colonias americanas.

La opinión de Malthus sobre esas leyes era que, si bien podían servir para remediar algunos casos puntuales y graves, su efecto global era opuesto al fin que pretendían; y ello a pesar de la ingente suma que se recaudaba anualmente, cerca de tres millones de libras.

La administración última de los fondos se ejercía desde las parroquias de la Iglesia, y el sentir general apuntaba a toda serie de irregularidades, de arriba abajo: pésima administración, desfalcos, desviación de fondos, francachelas, etc.

Sin embrago, Malthus opina que todo esto que, al parecer es real, no es la causa sustancial del fracaso; él encuentra éste más en la concepción misma de la operación, y lo explica con un ejemplo:

Supongamos, dice, que mediante una suscripción entre los ricos (naturalmente son estos los donantes según la ley), los 18 peniques (un chelín y medio) diarios que percibían entonces los trabajadores se convirtieran en 5 chelines (1 libra = 20 chelines; 1 chelín = 12 peniques), es decir, que llegaran a cobrar 3,5 chelines más que ahora.

Aún así, seguirían sin poder comer carne porque de tal actuación no se sigue que hubiera de producirse la carne que hoy no existe y que sería necesaria. La consecuencia habría de ser que la creciente demanda elevaría el precio de la carne existente con el mismo resultado de hambre que antes.

Y lo que es peor, añade Malthus, el trabajador no podría alimentarse mejor pero, al disponer de más dinero y creerse algo más rico, se dedicará al ocio y al vicio, con lo que se resentirá la actividad productiva en perjuicio de toda la nación y, particularmente, de los más pobres: he aquí el proceso de realimentación positiva de la pobreza.

Hoy podrá argumentarse que esta visión de Malthus es simplista porque está confinada a un ámbito muy cerrado. En nuestros días, la globalización hace más elástica la oferta y evita el inconveniente que se apuntaba, pero queda en pie algo que aún resulta válido ahora: las subvenciones quitan estímulo y, por tanto, dinamismo a la economía.

Me interesa copiar ahora un párrafo del mismo capítulo sobre de las Leyes de pobres:

“Si de la cantidad de alimentos que consumimos en mi casa quito una parte y se la doy al pobre, entonces sí le beneficio sin que esto repercuta más que en perjuicio mío y de mi familia, para quienes, quizá, el sacrificio no sea insoportable”.

Justamente esto es lo que yo preconizaba en mi conferencia del Ateneo al plantear el efecto de vasos comunicantes entre países ricos y pobres, sólo que añadiendo entonces el efecto inversión junto con la participación activamente positiva del receptor.

En parecidos términos cita más tarde nuestro autor al filósofo, economista y matemático francés Condorcet cuando dice que “la destrucción de las dos grandes causas de degradación del hombre -la miseria y el exceso de riqueza- llevarían a aquel a su mayor grado de perfección.

Como todo el mundo sabe, la tesis básica de Malthus es que la población crece en progresión geométrica y la de los alimentos sólo en progresión aritmética. Nadie desmiente la forma de crecer la población dejada a su tendencia natural, pero sí se objeta que la producción de alimentos no pueda hacer frente a la demanda de una población que crece exponencialmente.

Para apoyar esto se suele decir ahora que las técnicas de producción de alimentos han mejorado enormemente desde los tiempos de Malthus, y es cierto. Se señala que hoy, la erradicación del hambre y la pobreza no exige más producción, sino simplemente mejor distribución de los alimentos posibles. Y cabe preguntarse: Si es así de simple, por qué no se logra?

Hay tres respuestas posibles, cada una más envenenada que las otras:

Porque no se quiere.

Porque no es tan simple, y por tanto, no se puede.

Porque la premisa de partida es falsa.


Me fijaré en la última respuesta sin saber si es adecuada o no. La cuestión no se despacha con decir que ahora sabemos más de cómo producir más y mejor que en tiempos de Malthus. Porque también sabemos otras muchas cosas que no se sabían entonces, como por ejemplo:


“La mayor parte de la tierra de alta calidad ya se dedica a la producción … Buena parte del suelo que queda  es menos productivo y más frágil … Un análisis de la erosión mundial del suelo indica que, según la región, se pierde la tierra vegetal a un ritmo de 16 a 300 veces más rápido que la velocidad a que puede regenerarse.”

World Resources Institute, 1998


“La producción de alimentos en África desde 1950 a 2001 se triplicó, mientras que la producción de alimentos per cápita disminuyó en un 9 %. Es decir, la mayor cantidad de alimentos no se empleó en alimentar mejor a una población depauperada, sino en alimentar igual de mal a más gente”.

“Durante las últimas décadas, la tasa de incremento de  la producción de cereales se ha desacelerado hasta resultar inferior a la tasa de crecimiento de la población. La producción de cereales per cápita alcanzó su punto máximo hacia 1985 y desde entonces no ha dejado de bajar”


Veamos cómo “ayuda” el progreso en esta cuestión:


“La ciudad de Yakarta se extiende sobre tierras cultivables a un ritmo de 20.000 Ha al año. Vietnam ha venido perdiendo 20.000 Ha de arrozales al año debido a la urbanización. Tailandia convirtió 34.000 Ha de terreno agrícola en campos de golf entre 1989 y 1994. China perdió 6,5 millones de Ha de tierra cultivable debido a la urbanización entre 1987 y 1992. En EE.UU se asfaltaron más de 170.000 Ha de terreno cultivable al año”.


“El flujo de alimentos que sostiene a la población humana se produce desplazando continuamente los cultivos a nuevos terrenos, dejando atrás suelos exhaustos, salados, erosionados o asfaltados. Está claro que esta práctica no puede continuar eternamente”.


Los cinco párrafos anteriores entre comillas están documentados en el libro Los límites del crecimiento 30 años después, de Dennis Meadows y otros.



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