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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Por todo lo que llevo dicho hay pocas cosas que me incomoden tanto como el oír el continuo clamoreo de esas gentes quejumbrosas, a quienes todo cuanto se hace, o parece mal, o parece por lo menos poco. Aquí me irrito, y les respondo:

–Poco, ¿eh? Vamos a ver: ¿cuántos meses llevamos?

–¿De qué? –me preguntan.

–¿De qué? De qué..., de... Estatuto Real. (1)

–No llega a un año.

–Y en poco menos de un año –aquí es la mía– se han reunido dos estamentos; se han mudado dos ministros de la Guerra; se han visto tres ministros de lo Interior; no se ha visto más que un ministro de Estado, pero se le ha oído más que si hubieran sido tres. Se ha visto un ministro de Hacienda, y la Hacienda también, y, como dice el refrán: «Hacienda, tu dueño te vea»; y si no se ha visto Marina, eso poco importa, que nada dice de marina el refrán. En menos de un año se ha abolido el voto de Santiago; ha habido también sus sesiones de Próceres (2) alguna vez; y si en menos de un año se ha puesto la facción sobrado pujante, también en menos de un año han penetrado los primeros talentos de España, que era preciso, por fin, hacer un esfuerzo. En menos de un año ¡qué de generales famosos no se han estrellado! ¡Qué de facciosos no se han perdonado! ¡Qué de gracias no se han dicho por vanos insignes oradores! ¡Cómo en menos de un año ha dicho el uno un chascarrillo, y cómo le han contestado con otro y con otros! ¡Qué de insultillos ocultos del procurador al ministro, y del ministro al procurador!

     Cien veces ciento, mil veces mil.     

(1) El Estatuto Real fue una carta otorgada por la Corona en 1834 a la manera de la de Luis XVIII en Francia, 20 años antes.

(2) El Estamento de Próceres era una especie de Cámara Alta o Senado que venía definida por Estatuto Real junto con la Cámara Baja o Estamento de Procuradores.


Qué agudo y divertido, amén de buen escribidor resulta Larra como cronista parlamentario! Es capaz de sacar agua de una alcuza. Y de poner el dedo en la llaga de lo importante: Lo mal y lo poco, esto es, la calidad y la cantidad en el gobierno.

Pasa por alto la calidad, seguramente porque no hay mucha, y se regodea en la cantidad que es lo que se airea siempre. Hoy se puede repasar el diario de sesiones del Congreso para saber cuántas veces se ha reunido tal comisión, o cuántas interpelaciones ha hecho la oposición a un ministro o al jefe del ejecutivo, o la cantidad de respuestas del jefe de no sé qué grupo parlamentario a tal cuestión, y cosas por el estilo.

Estamos en la era de los estadísticos que luego cocinan los datos para que todos sepamos, en cuestiones de fútbol, por ejemplo, cuántos minutos seguidos ha jugado fulanito, los goles que un portero ha encajado mientras mengano ha estado en el banquillo durante los último siete partidos que el equipo ha jugado en casa, descontando los que zutano estuvo lesionado en el abductor izquierdo…

Total, números y más números!

Todo menos ocuparse de la calidad de lo que se hace, las leyes, en el caso de los parlamentarios: Por qué éstas no sirven para lo que se pensaron o sirven para crear nuevos problemas que, naturalmente, se pretenden arreglar con nuevas leyes que, a su vez, etc. etc. O a lo mejor, ni eso, porque todo lo que ocurre es que hay falta de medios para soportarlas, se dice siempre para descargo y tranquilidad de todo el mundo.

Ah! Pero es que había que tener en cuenta lo que cuesta una ley cuando se hace?, pregunta el parlamentario; yo siempre he creído que eso era gratis, dice. Las leyes se hacen como puro trabajo de gabinete sin que nadie se ocupe de comprobarlas en el trabajo de campo que debería ocupar a los legisladores en la tarea de ver qué efectos producen en jueces, fiscales, ciudadanos, víctimas, victimarios, cárceles, lo carcelario, la policía, los abogados … A lo mejor resulta que desde la fábrica de las leyes pueden responder que todo eso ya se hace. Pues entonces, señores, es que se hace mal, a juzgar por los resultados; así que sigue habiendo un problema de falta de calidad.

¡Cuánta serenidad, pues, en menos de un año, para ocuparse en apuros de la patria hasta de los más pequeños dimes y diretes! ¡Cuánta conversación! Temístocles le decía a un general: «¡Pega, pero escucha!». Cada uno de nuestros oradores es un Temístocles; con tal que le dejen hablar, él le dirá también a la guerra civil, al Pretendiente, a toda calamidad: «¡Pega, pero escucha!». ¿Qué más cosas querrían ver esas gentes, qué más sobre todo querrían oír en poco menos de un año?

–No hay previsión –me decía uno días pasados.

–¡No hay previsión! –exclamé. Esto ya es mala fe. Y todo ¿por qué? Porque han sucedido cuatro lances desgraciados, que a pesar de haberse sabido no se pudieron prevenir. Pero esto, ¿qué importa? A buen seguro que en cuanto acabó de suceder lo de Correos bien se puso un centinela avanzada en medio de la Puerta del Sol, que antes no le había, el cual se está allí las horas muertas viendo si viene algo por la calle de Alcalá. ¡Que vuelvan ahora los del 18! ¿Y no hay previsión?

¡Maldicientes! Lo mismo que el entusiasmo. Mil veces he oído decir que han apagado el entusiasmo. ¿Y qué? Pongamos que sea cierto. ¿No se acaba de decidir ahora que se haga entusiasmo nuevo? ¿No se va a escribir a todos los señores gobernadores que fomenten el espíritu público y que hagan entusiasmo a toda prisa? ¿Y no lo harán por ventura? Y excelente y de la mejor calidad. El año pasado no hacía falta el entusiasmo; como que la facción era poca y el peligro ninguno, nos íbamos pandeando sin entusiasmo y sin espíritu público; y luego, que entonces estaba la anarquía cosida siempre a los autos del entusiasmo, y ahora ya no. Y el entusiasmo de ahora ha de ser un entusiasmo moderado, un entusiasmo frío y racional, un entusiasmo que mate facciosos, pero nada más; entusiasmo, señor, de quita y pon; y entusiasmo, en una palabra, sordomudo de nacimiento; entusiasmo que no cante, que no alborote el cotarro; que no se vuelva la casa un gallinero. Y éste es el bueno, el verdadero entusiasmo. No, sino volvamos a las canciones patrióticas. ¿Qué trajo la ruina del sistema? Unas veces dicen que fue la libertad de imprenta, otras que fue... No, señor, hoy estamos de acuerdo en que fueron las canciones. ¿Y esto no será de alabar?

Yo alabaré siempre; yo defenderé; reniego de la oposición. ¿Qué quiere decir la oposición?

He aquí un artículo escrito para todos, menos para el censor. La ALABANZA, en una palabra: ¡QUE ME PROHÍBAN ÉSTE!

Revista Mensajero, n.º 16, 16 de marzo de 1835. Firmado: Fígaro.


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