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QUIÉN hay detrás

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Al decidirme a este plan tuve presente otra consideración, por mejor decir, un principio de moral incontestable en todos los tiempos y países. El hombre no debe hacer cosa que no pueda confesar y publicar altamente. Es así que no puede decir ningún escritor que se le ha prohibido un artículo por la censura, porque eso lo prohíbe la ley, y la ley no puede ser mala; luego ¿cómo había yo de escribir artículos que se me pudiesen prohibir? Ni los he escrito, ni los he de escribir; ni lo dijera, si por algún evento los hubiera escrito, ni yo lo quiero decir, ni me dejaran tampoco, aunque yo quisiera. No hay medio. Por eso hago bien en no querer.

Siempre tuve a Larra por un señor muy serio con ribetes de acritud, pero vengo observando que es un auténtico guasa viva. Sobre todo, antes de llegar a su último periodo, el de su desastre personal que resultaba coincidir con su desaliento ante el panorama de una España de llanto. Veamos si ese principio que dice bueno para todos los tiempos puede mantenerse también ahora, pues el país sigue siendo el mismo (al menos, geográficamente hablando).

Sobre si las cosas que el hombre haga han de poderse confesar públicamente, habrá que estar de acuerdo. Siempre, claro, que se trate de el hombre. Si se trata de un político, la cosa es distinta. Cuando se nos amenaza con la confesión pública de un político, yo me hecho a temblar. Hace poco leía el delicioso discurso de apertura de curso en una Escuela de Ingeniería a cargo de un profesor de matemáticas. Comentaba las Sucesiones de Fibonacci aplicadas a la demografía y decía de esa aplicación que era más falsa que palabra de gobierno.


Pues eso. Antes se afirmaba que el papel lo aguantaba todo; ahora habrá que añadir que la palabrería política sirve para justificar cualquier hecho. Una palabrería bien condimentada con habilidosas elipsis, materias reservadas, secretos de estado, razones de seguridad, con mezcolanzas de digos y diegos, etc. a más de un atractivo envoltorio de consistencia, firmeza y sonrisa contagiosa llevan al indefenso e incauto escuchador a creerse que las vacas vuelan.


Las cosas han cambiado mucho desde sus tiempos, D. Mariano, y el lenguaje, no digamos. Hay ahora unas técnicas que le asombrarían. Imagínese V. una rueda de prensa en la que un periodista pregunta a un preboste sobre un hecho delicado:

-     ¿Por qué hizo V. (o dijo) esto y aquello en tal fecha y circunstancia?

-     Pues muy sencillo, porque: La utilización compatiblemente programada de la contingencia de calidad integrada en la proyección funcional transitoria, así lo requería.


Lo decía Oliverio Goldsmith tal como nos lo recuerda Peter: La verdadera utilidad de la palabra es no tanto expresar nuestros deseos como ocultarlos. O como apuntaba O. Miller: La persona que utiliza muchas palabras pomposas no está procurando informar; está procurando impresionar.


Persuadir ahora de las ventajas que me trae el no escribir para otro, y el alabar constantemente cuanto veo, paréceme un tanto inútil. Y tienen mis alabanzas lo que tienen pocas, y es que no me han valido ningún empleo; no porque yo no pudiera servir para él, sino porque ellos, que no lo dan, y yo, que no lo recibo, hemos querido sin duda que mis alabanzas sean del todo independientes.

Eso es lo que le ha perdido, D. Mariano, su independencia. Si V. hubiera vivido ahora habría visto la variedad de colorido en los ropajes de los aduladores. No hace falta la alabanza directa que por añadidura está mal vista. La que interesa es la alabanza sutil y pactada: yo te apoyo fielmente y sin desmayo en contra de tus enemigos (incluso en la calle, o donde sea) y luego tú, como el que no quiere la cosa, y no por el favor que te hice (para que no se diga) sino por mis propios merecimientos reconocidos por todos, me das una subvención. O algún ministerio, que todo pudiera caer (y cayó -González Sinde-).

Si encima esos merecimientos están devengados por los de la cultura, pues cuenta redonda! Que la cultura es cosa que da mucho lustre y fascina a los incultos que no saben lo que es. Los de la cultura, tampoco, pero eso es lo de menos. Lo importante es que los cultos de verdad no se enteren de la maniobra, que luego hay mucho resentido que no quiere entrar en el juego. Como algún académico que conozco (José Luis Sanpedro) que rehusa percibir la subvención que con tanto esfuerzo y alabanza han conseguido para él los de la cultura.

De esta independencia nace el desembarazo con que he alabado francamente en distintas ocasiones, ora el amor de familia con que se ha solido colocar a los deudos y amigos de los gobernantes, cosa que ha variado ya enteramente; ora la prudente lentitud con que se han entregado y se entregan las armas a nuestros amigos; ora la oportunidad e idea con que se vistió a los señores Próceres, y en momentos de aprieto, fundados en que «más da el duro que el desnudo» (1); ora la perspicacia con que se han descubierto varias conspiraciones, y se ha salvado a la patria amenazada; ora la previsión con que se evitó que se interpretase mal la primera acometida del cólera; ora la precipitación con que se ha llevado a su término la guerra civil; ora... pero ¿a qué más?, yo no he dejado cosa apenas que no haya alabado; y si algo me he dejado, por mi vida que me pesa, y téngolo de alabar hoy.

(1) Cita de El Lazarillo de Tormes

Alabanzas contraproducentes todas ellas. A poco avispado que sea el destinatario ha de darse cuenta de que le estás tomando el pelo con tu alabanza. Pero como en definitiva se trata de eso, de poner el dedo en la llaga con ironía, y no de esperar recompensa, sin pretenderlo, logras otro tipo de recompensa, la  de hacer disfrutar a la gente que aprecia el humor bien administrado. Claro, que también corres el riesgo de tropezar con un destinatario que no capte la sutileza de tu alabanza y te recompense con un empleo. No caerá esa breva, y parece, por lo que dice Larra, que a él nunca le cayó.


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