Estás en: LARRA, su tiempo y el nuestro

QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO

    Pgs.  1    2    3     4     5     6     7               

Es asombroso que se pueda escribir con tanta serenidad, irónica por añadidura, mientras caían sobre Larra y sobre toda España un diluvio de desgracias: guerra civil, juntas revolucionarias, anarquía, intervención militar extranjera, una desamortización supuestamente progresista (que acabó poniendo en manos de los ricos la riqueza de la Iglesia), el cólera en Madrid (otro brote se repetiría en 1865), etc. etc.

Igual que ahora, en tiempos de Larra todo se arreglaba con mucha conversación, cuanta más, mejor. En nuestro tiempo a eso mismo se le llama diálogo, que es lo que compone cualquier cosa que se halle descompuesta.

La previsión de poner un centinela en la Puerta del Sol para ver si se acercan las airadas turbas de insurgentes por la calle de Alcalá valdría tanto como dar ahora dinero a los fabricantes de automóviles para prevenir que en lo sucesivo no se repita la crisis de superproducción que padecemos. La medida para poder seguir superproduciendo será eficaz y de efecto duradero; seguramente se extenderá a un largo periodo de tiempo que hay quien estima nada menos que en una quincena, o incluso en 16 días. …


Como se ha podido ver hasta ahora, me he fijado en Larra especialmente por lo tocante a su entorno, que nuestro escritor contempla con agudeza, buen humor, ironía o sarcasmo, según se tercie. Pero llega un momento en que el Larra que se nos ha hecho familiar sobreponiéndose a las circunstancias adversas de su patria, no puede más: a lo visto se añade su desgracia personal. En esas condiciones escribe su último artículo. Yo, al menos, pienso que es el último aunque no he tenido ocasión de comprobarlo. Me guío por el hecho de que, publicado el día 26 de Diciembre de 1836, Larra moría un mes y medio después.

Dicho artículo es una joya que lleva por título

LA NOCHEBUENA DE 1836

Yo y mi criado. Delirio filosófico

El número 24 me es fatal: si tuviera que probarlo diría que en día 24 nací. Doce veces al año amanece, sin embargo, día 24; soy supersticioso, porque el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus Gobiernos, y una de mis supersticiones consiste en creer que no puede haber para mí un día 24 bueno.

Larra no piensa engañar a nadie con su artículo; ya advierte que todos nos creemos las mentiras que nos cuentan si no tenemos mejores verdades que llevarnos a la boca: las mentiras del gobierno o las de nuestro cónyuge o amante.

… en punto a amores tengo otra superstición: imagino que la mayor desgracia que a un hombre le puede suceder es que una mujer le diga que le quiere. Si no la cree es un tormento, y si la cree …¡Bienaventurado aquel a quien la mujer dice  no quiero, porque ese a lo menos oye la verdad!

En estas líneas apunta Larra con la pistola que le voló la tapa de los sesos. Todo había sido muy romántico en su breve vida durante aquel irresistible siglo XIX. De estudiante se entendía con una mujer mayor que él que terminó siendo la amante de su padre. También estuvo con una artista y con otra que no lo era pero que tuvo que ver con un duelo de nuestro protagonista. A los 20 años se casó con Josefina Wetoret (ya lo sabemos, Casarse pronto y mal). Con ella tuvo tres hijos, la menor de los cuales, Baldomera Larra Wetoret, llegó a ser famosa por su invento de la estafa piramidal. Al año siguiente de la boda conoce a una mujer casada de nombre desde entonces famoso: Dolores Armijo. A los cuatro años de ese conocimiento y de sus consecuencias, Larra se separa de Josefina y Dolores de su marido que pone tierra y mar de por medio rumbo a Filipinas; era el año 1834.

Todo el año 1835 lo pasó Larra viajando por Europa, y a su regreso reanudan su relación los amantes. Ella residía entonces en Ávila y Larra, aprovechando la ocasión se dedica a la política saliendo elegido diputado precisamente por Ávila. No llegó a ejercer porque como consecuencia del motín de los sargentos de La Granja, se anularon las actas de diputados. Corría el año 1836.

En Febrero de 1837 Dolores decide irse a Filipinas con su marido; se entrevista con Larra el día 13 de ese mes para darle la noticia; la acompañaba una cuñada; a la salida de la casa del encuentro, Larra se suicida. No sabemos si Dolores oyó el disparo sobre su marcha, pero sí que se embarcó en un carguero rumbo a Filipinas. Y que a la altura del Cabo de Buena Esperanza el velero naufragó pereciendo todos los pasajeros. Como se ve, todo muy romántico.

… sin poder conciliar el sueño. Así pasé las horas de la noche (del día 23), más largas para el triste desvelado que una guerra civil; hasta que por fin la mañana vino con paso de intervención, es decir, lentísimamente, a teñir de púrpura y rosa las cortinas de mi estancia.

Cómo le duele a Larra la tristeza de su guerra civil, la que tocaba entonces, la carlista! Una vez más, el sarcasmo de contemplar la desgana para acabar con ella. Y para terminar el párrafo, la poética irrupción de la mañana en su habitación. Larra no pierde su porte elegante de gran escritor aunque desgrane sus palabras en un periódico, cosa que equivale a escribir para nadie. Él nos lo dice:

Haré merced a mis lectores de las más de mis meditaciones; no hay periódicos bastantes en Madrid, acaso no hay lectores bastantes tampoco.

Con razón es Larra tenido por padre de nuestro periodismo moderno, con descendencia de nombres propios como los de César González Ruano, Julio Camba o Francisco Umbral, todos ellos un tanto quevedianos  o cervantinos, pues como decía yo al principio, todos tienen en última instancia algo prestado de Luciano de Samosata. Veamos cómo se inicia el trato de nuestro escritor con su criado con vistas al anunciado delirio filosófico:

¡Las cuatro! ¡La comida! Me dijo una voz de criado …

Esta palabra me sacó de mi estupor, e involuntariamente iba a exclamar como don Quijote: Come, Sancho hijo, come, tú que no eres caballero andante y que naciste para comer.

Una idea más luminosa se me ocurrió: era el día de Navidad. Me acordé de que en sus famosas saturnales los romanos trocaban sus papeles y que los esclavos podían decir la verdad a sus amos.

En efecto, durante la semana que terminaba el 25 de diciembre, los romanos celebraban sus fiestas en honor de Saturno, el dios de la agricultura, seguramente con la intención de festejar el obligado descanso que imponía un invierno inactivo, que no ofrecía tareas de campo a las que atender. Se materializaban en festejos, regalos, banquetes, sacrificios al dios, etc. Para hacer frente a tanto desmadre, los cristianos instituyeron en su lugar las fiestas de Navidad. Eso entonces; hoy asistimos al renacimiento de lo mismo en lo que se podría llamar la semana del consumo familiar. Nada nuevo bajo la capa del cielo.

Lo que sí se puede constatar es que Larra, además de joven y rico (tenía criado), era culto. No se compadece su buen pasar con sus lamentaciones de escritor llorón. Aunque quiero interpretar su quejumbre más que en sentido económico, en su proyección filosófica: Como ya tengo dicho que escribir supone haber pensado mucho de antemano, pensar demasiado durante aquella España (igual que durante la nuestra), da mucho que llorar.


ANTERIOR                                                                                                                      SIGUIENTE

                                                                      PAG. 6 / 7