Estás en: Dardo B (1980 - 1984)


QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Pgs. 1   2    3    4    5

Puntual; 269


Estoy pasando una temporada de mala salud pero, siguiendo el consejo de mi hijo que se sustancia en pensar en otras cosas, me he ajustado al hombro el carcaj de los dardos de nuestro autor para irlo vaciando al compás de “El libro de las matemáticas”, de Pickover.


El presente dardo apunta a la geometría. Y no están todos. Yo echo de menos algunos. Si el Gobierno habla de geometría variable ya puede usted echarse a temblar: es que les va a dar a los independentistas algo que, para variar, negará a las demás Autonomías.


La tarifa plana de las telecas parece enraizada en los presocráticos que creían que la tierra era plana. Los presocráticos de ahora hacen buenos beneficios con esa planitud que consiguen gracias a que tienen satelizada a la tierra esférica, esa tierra esférico-globalizada.


Si oye hablar a uno de la segunda derivada de algo, puede estar seguro de que no se refiere al cálculo infinitesimal, sino a alguna consecuencia sobrevenida a ese algo.


Actualmente, la triangulación es parte del método histórico. No significa que los historiadores se dediquen a dibujar triángulos sino a que analizan los datos según tres puntos de vista diferentes.

Estos geómetras nuestros, que se traen para su idioma esas metáforas fundadas en la línea, el globo y el punto …


La geometría ha suministrado a nuestra lengua abundantes términos: conducta recta, vía diagonal, plaza elíptica, espiral de los precios, limar aristas … ¿Hacían falta los aumentos lineales (en lugar de aumentos comunes, o para todos), las soluciones globalizadas (por de o en conjunto, o en su totalidad, o en bloque) y los acuerdos puntuales (los relativos a uno o varios puntos determinados en donde el acuerdo es posible)?


No tardaremos en oír que un punto demasiado complejo va a ser puntualizado.

Purismo; 285


Con demasiada frecuencia hemos visto que las guerras empiezan en las fronteras. En este artículo asistimos a la guerra que se entabla entre un elogiador del articulista y el elogiado. Elogia aquel al otro por ser “uno de los más acérrimos defensores de la pureza de nuestro idioma”. Y el elogiado, nuestro autor, se defiende del elogio:

¿Cómo voy a defender la pureza del idioma si no creo en ella? … No existe ninguna lengua pura: todas, desde sus orígenes, son producto de mestizaje.

… ¡Pureza! Antes se deberá llamar pobreza, desnudez, miseria, sequedad

Y sin embargo …


En este mismo artículo el autor reprocha que pueda decirse que “Burguiba haya cesado al ministro del interior” porque lo correcto es decir que lo ha destituido. Sus colegas de Academia han cesado a nuestro autor en materia de destituciones y han puesto en el DLE que también se pueden cesar ministros.


En el artículo anterior al presente hace ascos del término peatonal aplicado a una calle, por italianizante; el letrero indicador debería decir “Sólo viandantes”. Y sin embargo … sus colegas académicos han introducido el término peatonal en 1992. Los ascos los hacía nuestro autor en 1984.


Reargumenta nuestro autor que él no va contra las novedades necesarias sino contra los disparates malos y, por tanto, innecesarios y perjudiciales. Y, de rebote, contra quienes los perpetran: los plumillas y los microfantes (los que hablan vía micrófonos).


Nuestro autor, que era de mi edad, se fija en los prevaricadores con que topa durante los 25 años en que se entretiene con su libro, olvidándose de otros más antiguos. ¡Qué maravillas no se le habrían ocurrido a propósito de los de los haigas de los años 40!


Eran esos años los del hambre, la posguerra, el estraperlo (ver DLE) y el pluriempleo. Entonces no había paro: todo el mundo se pluriempleaba por cuenta propia o ajena. Recuerdo los grandes coches de marcas americanas y con matrículas ¡de Argentina!, en Soria. La gente prosperaba como podía y había incluso quien prosperaba desde la nada hasta lo mucho. Entre estos estaban los sencillos incultos que se espabilaban con soltura aprovechando las circunstancias. Algunos se planteaban lo de “Dios me ponga donde haiga que del resto ya me ocuparé yo”… Y podían acabar con un cochazo que no terminaba de pasar de puro grande. Los demás llamaban haiga a ese coche.