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CAPÍTULO 6. La edad del espíritu (II).

Con Juaristi uno no para de hacer descubrimientos. En este capítulo (página 147) nos descubre que su título no hace referencia a lo que antes se vio, sino a una connotación bíblica relacionada con el Espíritu Santo, asociado a la tercera edad en que se divide la historia. La primera, la edad del Padre (Antiguo Testamento), la segunda, la edad del Hijo (Nuevo Testamento) y la tercera

bajo el signo del Paráclito, que derramaría sus dones sobre una humanidad pacificada y justa, y que concluiría con el cumplimiento de las profecías apocalípticas.

Este detalle se encuadra en el presente capítulo que, apoyándose en la biografía del Unamuno estudiante en la Universidad de Madrid  da lugar al bióugrafo a discurrir por extenso en toda suerte de peripecias históricas, políticas y filosóficas (krausismo, positivismo, filosofía evolucionista [Spencer], etc.) habidas en todos esos ámbitos durante los cuatro años transcurridos mientras Unamuno se  licenciaba en Filosofía y Letras con nota de sobresaliente (sólo Menéndez Pelayo le negó la matrícula de honor).

Hablaba antes de la iglesia de San Luis que Unamuno frecuentaba. Habrá que decir ahora que Unamuno, durante sus estudios universitarios se alojó en la Red de San Luis, lugar estratégico y equidistante para sus dos actividades intelectuales: La Universidad en el Caserón de san Bernardo, y el Ateneo.

Y añadiré algo personal. Llevo más de treinta años acudiendo a mi dentista en cuya sala de espera están siempre dos grandes fotografías del Madrid antiguo: La puerta de Toledo y la red de San Luis, con el antiguo templete para el ascensor del Metro, en primer plano. Bajando hacia Sol, en la acera de la derecha de la calle Montera se destaca una iglesia con dos torres que siempre me ha llamado la atención porque he sido incapaz de reconocerla en la realidad actual.

… un templo dedicado a otro San Luis [en contraste con san Luis Gonzaga], el obispo de Tolosa. Templo que, por cierto, fue incendiado y destruido totalmente por las turbas el 3 de marzo de 1936.

Intento profundizar en esto y me topo en Internet con una profusa red bajo las siglas SLO.CA que significa: San Luis Obispo. CAlifornia. Se trata del nombre de un condado y de su capital, en el Estado de California. El tal obispo san Luis era un franciscano que, a buen seguro prestó su nombre a los misioneros españoles.

Unamuno gozó de una intuición natural que le facilitó grandemente la adquisición de lenguas ajenas… Llegó a dominar muchas lenguas además de la suya materna [el español]: el vasco, el francés, el alemán, el inglés, el latín y el griego clásicos, más que rudimentos del hebreo bíblico, el italiano, el portugués, el catalán, el sueco y el danés que estudió para leer a Kierkegaard. Se interesó en el griego moderno y en las lenguas eslavas de los Balcanes.

Probablemente fue el escritor hispánico más políglota de su tiempo, sólo comparable en esto al más brillante de sus discípulos, Jorge Luis Borges.

Unamuno aprendió idiomas únicamente para acceder sin la mediación de traducciones al pensamiento o a la obra literaria de determinados autores.

Freud aprendió español para poder leer El Quijote.

Borges, a través de Unamuno, también participaba de esta veneración.

El lector no lingüista tiene aquí un problema al quedar atrapado entre dos que sí lo son: El biógrafo y el biografiado. Por si no fuera bastante, tercian nuevos lingüistas. Para no enredarnos: las lenguas del mundo se clasifican en

La enseñanza que recibió Unamuno en la universidad madrileña se atenía –en su mayor parte- a pautas conservadoras, cristianas y clasicistas… Veneraba a Menéndez Pelayo, al que consideraba su maestro.

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