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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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-Pues, señor -díjole el alcalde al secretario cuando se quedaron solos-. El molinero no ha sospechado nada. Nos podemos acostar descansadamente, y... ¡buena pro le haga al Corregidor!

Cinco minutos después un hombre se descolgaba por la ventana del pajar del señor alcalde; ventana que daba a un corralón en el que había un cobertizo sobre una gran pesebrera, a la cual hallábanse atadas seis u ocho caballerías.

El hombre desató una borrica, que por cierto estaba aparejada, y se encaminó llevándola del diestro, hacia la puerta del corral; retiró la tranca y desechó el cerrojo que la aseguraban: abrióla con mucho tiento, y se encontró en medio del campo. Una vez allí, montó en la borrica, metióle los talones, y salió como una flecha. Era el molinero que se dirigía a su molino. A su puerta grande llegó a eso de las once de la noche, y empezó a encontrarse con cosa raras.

Las puertas del molino y la de la casa estaban abiertas. En la chimenea ardía una enorme fogata; también se veía un candil encendido y unas ropas colgadas en los respaldos de dos o tres sillas puestas alrededor de la chimenea. Eran la vestimenta del Corregidor y su sombrero de tres picos.

Volvióse entonces hacia la escalera que conducía a la cámara en que había dormido tantos años con su mujer; entonces vio que sobre la mesa había un papel firmado por el Corregidor: era el nombramiento de su sobrino.

Empezó a subir la escalera, andando a gatas con una mano, llevando el trabuco que había recogido de un rincón, en la otra, y con el papel infame entre los dientes.

La puerta del dormitorio estaba cerrada pero la luz se colaba por el ojo de la llave. Oyó toser dentro del cuarto: era la tos medio asmática del Corregidor. Miró por el ojo de la cerradura y pudo ver no más que la cabeza del dicho Corregidor sobre la almohada.

Bajó y, después de una breve reflexión que resumió en un “También la Corregidora es guapa”, se desvistió para dejar sus ropas donde estaban las de Corregidor y se vistió con éstas hasta el sombrero de tres picos.

¿Qué había ocurrido realmente para poder explicar tantas cosas raras?

Una hora habría pasado desde que el Molinero saliera del molino camino de la casa del alcalde, cuando la Molinera, desde su cuarto, oyó gritos que venían del vecino caz invocando su nombre: ¡Socorro, que me ahogo!

En el mismo dormitorio había una puertecilla, de la que ya nos habló Garduña, y que daba efectivamente sobre la parte alta del caz. Abrióla sin vacilación la Molinera para encontrarse de manos a boca con el Corregidor, que en aquel momento salía chorreando de la impetuosísima acequia...

Desde ese momento se entabla una logomaquia de alta tensión entre el madrileño y la navarra que gana la de Estella por goleada: el otro llega a perder el conocimiento; no completamente; aún le quedó resuello para pedir que viniera Garduña que estaba en la ramblilla.

La molinera que lo oyó, cogió la burra que quedaba en el corral, la aparejó como pudo, abrió la puerta grande de la cerca y se encaminó a la ramblilla. Allí dio con Garduña al que urgió: ¡ve al molino a socorrer a tu amo que se está muriendo! Yo voy a la ciudad por un médico (pero no era ese camino el que había de tomar).

Cuando Garduña llegó al molino, el Corregidor principiaba a volver en sí, procurando levantarse del suelo. Ambos mantuvieron el siguiente diálogo:

-¿Se ha marchado ya la molinera? Sácame de este apuro.

-Voy volando… ¡Verá Usía qué pronto lo arreglo todo! Ella ya se ha marchado.

Y dicho esto, en un periquete cogió la luz con una mano, y con la otra se metió al Corregidor debajo del brazo; subiólo al dormitorio; púsolo en cueros; acostólo en la cama; corrió a reunir una brazada de leña; fue a la cocina; hizo una gran lumbre; bajó todas las ropas de su amo; colocólas en los espaldares de dos o tres sillas; encendió un candil; lo colgó de la espetera, y tornó a subir a la cámara.

-¿Qué tal vamos? preguntó entonces al Corregidor, levantando en alto el velón para verle mejor el rostro.

-¡Admirablemente! ¡Conozco que voy a sudar! ¡Mañana te ahorco, Garduña!

-¿Por qué, señor?

-¿Y te atreves a preguntármelo? ¿Crees tú que, al seguir el plan que me trazaste, esperaba yo acostarme solo en esta cama, después de recibir por segunda vez el sacramento del bautismo? La Molinera ha querido asesinarme. ¡Es todo lo que he logrado con tus consejos!

-La Molinera no ha debido de mostrarse tan inhumana como Usía cuenta, cuando ha ido a la ciudad a buscarle un médico...

-¡Dios santo! ¿Estás seguro de que ha ido a la ciudad? exclamó el Corregidor más aterrado que nunca.

-A lo menos, eso me ha dicho ella...

-¡Corre, corre, Garduña! ¡Ah! ¡Estoy perdido sin remedio! ¿Sabes a qué va la Molinera a la ciudad? ¡A contárselo todo a mi mujer!... ¡A decirle que estoy aquí! ¡Oh, Dios mío! ¿Cómo había yo de figurarme esto¡ Garduña, corre, corre...,! ¡Evita que la terrible Molinera entre en mi casa!

-¿Y no me ahorcará Usía si lo consigo? -prosiguió irónicamente el alguacil.

-¡Al contrario! Te regalaré unos zapatos en buen uso, que me están grandes. ¡Te regalaré todo lo que quieras!

-Pues voy volando. Duérmase Usía tranquilo. Dentro de media hora estoy aquí de vuelta, después de dejar en la cárcel a la navarra. ¡Para algo soy más ligero que una borrica!

Dijo Garduña, y desapareció por la escalera abajo.

Se cae de su peso que, durante aquella ausencia del alguacil, fue cuando el Molinero estuvo en el molino y vio visiones por el ojo de la llave.

Dejemos, pues, al Corregidor sudando en el lecho ajeno, y a Garduña corriendo hacia la ciudad, adonde pronto había de seguirlo el Molinero con el sombrero de tres picos y las ropas del Corregidor.

Al final, P. A. de Alarcón organiza en la residencia del Corregidor una sesión de proverbial travestismo presidida por la Corregidora, y con todos los personajes que ya conoce el lector, más los del servicio de la casa.

Las dos mujeres se transmiten su aprecio mutuo y ahí se acaba la historia pública. Porque la privada del matrimonio corregidor registra este mensaje de ella a él: Por lo que a mí toca, no hay ya, ni habrá jamás, razón ninguna que me obligue a satisfacerte, pues te desprecio de tal modo, que si no fueras el padre de mis hijos, te arrojaría ahora mismo por ese balcón, como te arrojo para siempre de mi dormitorio. Conque buenas noches, caballero. La Historia de España sí que continuó, con la Guerra de la Independencia como telón de fondo.


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