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Título: EL SOMBRERO DE TRES PICOS.

Autor: Pedro Antonio de Alarcón, Académico de la Real Academia Española.

Edita: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (36 Capítulos).


https://www.cervantesvirtual.com/portales/pedro_antonio_de_alarcon/obra-visor/el-sombrero-de-tres-picos--0/html/?indice=1


Para empezar diré que esta novela es poco conocida como tal y mucho por la música que inspiró a Falla su suite del mismo nombre. Y por la adaptación de las diversas danzas para los Ballets Rusos dirigidos por Ernest Ansermet, con coreografía de Leonide Massine. Sin olvidar que Picasso diseñó la vestimenta de los tres vértices del triángulo. Adivine el lector cómo se llama cada uno en la obra.

De Alarcón yo sólo conocía la película El clavo dirigida en 1944 por Rafael Gil a partir del drama escrito por nuestro autor. La vi mucho tiempo después y me encantó, especialmente, por su estructura.


Ahora que he escrito recientemente sobre La malquerida de Benavente, me ha asaltado la intención de leer El sombrero de tres picos pensando que en este drama podría haber el tercer pico del Corregidor añadido al matrimonio de los molineros para formar otro sencillo triángulo amoroso.


Pues, no; me he equivocado. No hay triángulo semejante al que formaron la famosa española, pianista y cantante de ópera, Paulina García Viardot, su marido Viardot y el escritor ruso Iván Turgeñev. Aquí sólo hubo un intento frustrado, y con mucho juego.


Empieza el autor situando la historia que contará (inventada por él, con apariencia de sucedida), en una ciudad andaluza en tiempos de Carlos IV. A poco más de un kilómetro de la ciudad había un molino harinero que alimentaba la corriente de un río por medio de un profundo caz; hasta él solía ir de paseo la gente más importante o desocupada de la ciudad. El molino no era sólo eso; allí mismo tenía su residencia el matrimonio de molineros (casa con ocho habitaciones) que, además, podía contar con los variados frutos de una hermosa huerta.

Dicho matrimonio no era andaluz. Él era de Archena, Murcia, y había heredado el molino del obispo al que servía, y ella era navarra, de Estella exactamente. Se conocieron cuando él había sentado plaza de soldado por aquellas tierras.

Yo siempre había oído decir que los navarros se encuadraban en tres categorías: bestias, muy bestias y de Estella. De las mujeres no decía nada el adagio, pero vean como nuestro autor retrata a la molinera:


< La más poderosa razón que tenía el señorío de la ciudad para frecuentar por las tardes el molino era... que, así los clérigos como los seglares, empezando por el señor obispo y el señor corregidor, podían contemplar allí a sus anchas una de las obras más bellas, graciosas y admirables que hayan salido jamás de las manos de Dios . Era una mujer de bien para todos los ilustres visitantes del molino. Ninguno de éstos daba muestras de considerarla con ojos de varón ni con trastienda pecaminosa. Admirábanla, sí, y requebrábanla en ocasiones (delante de su marido, por supuesto), lo mismo los frailes que los caballeros, los canónigos que los golillas, como un prodigio de belleza que honraba a su Criador, y como una diablesa de travesura y coquetería, que alegraba inocentemente los espíritus más melancólicos.>


Veamos a nuestro autor retratando al murciano:


<El Molinero era un hombre muy respetuoso, muy discreto, muy fino, que tenía lo que se llama don de gentes, y que obsequiaba a los señorones que solían honrarlo con su tertulia vespertina, ofreciéndoles... lo que daba el tiempo, ora habas verdes, ora cerezas y guindas, ora lechugas en rama y sin sazonar (que están muy buenas cuando se las acompaña de macarros de pan de aceite; macarros que se encargaban de enviar por delante sus señorías), ora melones, ora uvas de aquella misma parra que les servía de dosel, ora rosetas de maíz, si era invierno, y castañas asadas, y almendras, y nueces, y de vez en cuando, en las tardes muy frías, un trago de vino de pulso

(dentro ya de la casa y al amor de la lumbre), a lo que por Pascuas se solía añadir algún pestiño, algún mantecado, algún rosco o alguna lonja de jamón alpujarreño.>


Con esta obsequiosidad y con su habilidad para administrarla, el murciano ganaba de sus huéspedes todo lo imaginable: desde la liberación de impuestos hasta un permiso gratuito para coger leña del monte o conseguir prestada una mula. Completemos el retrato que nuestro autor hace del molinero: un retrato que, una vez acabado, podría firmarlo sin reparo el propio pintor ecuatoriano Guayasamín.

<Era más feo que Picio. Lo había sido toda su vida, y ya tenía cerca de cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres tan simpáticos y agradables habrá echado Dios al mundo. La navarra, que tenía a la sazón veinte abriles, no pudo resistir a los continuos donaires, a las chistosas ocurrencias, a los ojillos de enamorado mono y a la bufona y constante sonrisa, llena de malicia, pero también de dulzura, de aquel murciano tan atrevido, tan locuaz, tan avisado, tan dispuesto, tan valiente y tan gracioso, que acabó por trastornar el juicio, no sólo a la codiciada beldad, sino también a su padre y a su madre.