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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Ya de muy niño mi madre me llevaba con ella al Rosario. Como entonces yo era muy piadoso y me debía gustar bastante la letanía, en una ocasión di lugar, a un espectáculo muy simpático, según oí contar. Con todo fervor yo repetía al unísono de los demás el ora pro nobis. La letanía había terminado ya dejando una estela de silencio pero yo seguía erre que erre con mi ora pro nobis. Mi madre, atenta a la jugada se me acercó cariñosa al oído para decirme: no, hijo mío, que ya se ha terminado. Y yo entonces, con toda la fuerza de mis pulmones para que la iglesia entera se diera cuenta de mis convicciones religiosas, contesté. “¡Pos yo recí poco!”.


En el año 1957 trabajaba yo con Westinghouse en su fábrica de East Pittspurg, PA; recuerdo que en una ocasión en que tuve que intervenir en una plataforma de ensayo en el taller, di con un indio muy simpático y muy abierto; no sé sería apache, sioux, cheroko o de otra raza, pero lo que sí recuerdo es que me informó de que los norteamericanos estaban encantados con las hazañas de Fidel en Cuba.


Al escribir esto ahora me entró cierta desconfianza por si yo hubiera malinterpretado a mi amigo indio. Para salir de dudas acudo a Internet donde me encuentro con el siguiente texto de Kenedy que traduzco:


… Aprobé la declaración que Fidel Castro hizo en Sierra Maestra, cuando clamó, justificadamente, por justicia y especialmente ansiaba liberar a Cuba de la corrupción. Incluso iré más lejos: En cierto modo es como si Batista fuera la encarnación de toda transgresión contra los Estados Unidos. Ahora tendremos que pagar por esos pecados [los de que gobiernos anteriores al suyo hubieran apoyado a Batista]. En relación con el régimen de Batista, estoy de acuerdo con los revolucionarios de la primera hora. Está completamente claro.

Entrevista del Presidente Kennedy con Jean Daniel el 24-10-1963.

[antes de un mes lo habían asesinado en Dallas]



Había entendido bien al indio. Al Presidente Kennedy lo asesinaron igual que al padre de nuestro autor. Y por razones semejantes.


Un poco más sobre el Santo Rosario:

Los devotos salían a las cuatro de la mañana [para el Rosario de Aurora]  entre cánticos, tambores y velones, para llamar la atención. El padre Huelín [jesuita peninsular … con una inteligencia vivaz, fanática y cortante …] iba adelante, con la estatua [de la Virgen de Fátima], con las banderas y los estandartes de los cruzados al viento, mientras la procesión a sus espaldas rezaba el Santo Rosario en voz alta … recorrían el barrio para despertar la fe en la Santísima Virgen y de paso despertar a los tibios que seguían durmiendo …


De mozo yo también acudí a algún Rosario de la Aurora, y siempre llevaba en el bolsillo, guardado en una especie de petaquilla, un rosario. Ahora mismo, cuando acudo a las sesiones de nuestra tertulia “Arco poético” suelo encontrarme con un poeta y profesor palestino que lleva enrollado a la  muñeca un rosario de rito musulmán. Parece que el rosario es de origen persa, pero no recuerdo si éste a que me refiero es de 99 cuentas o se trata del abreviado de sólo de 33. Cada cuenta simboliza uno de los nombres con que los musulmanes pueden invocar a Alá.


Mostraré ahora cómo los juegos de niños pueden conducir a la desgracia (pág. 131)


… mi hermana menor y yo nos fuimos al muelle a mirar el mar, y sin mucho que hacer nos pusimos a brincar de la lancha al muelle y del muelle a la lancha. Las cuerdas que amarraban la embarcación se iban templando y la lancha se alejaba progresivamente del muelle, por lo que el salto era cada vez más largo, más difícil de dar, y por lo peligroso, más retador. Yo desafiaba a mi hermana, tal vez pues me quedaba muy fácil ganarle, por ser mayor y de piernas más largas.

En uno de esos saltos, Sol, que todavía [no sabía nadar], no alcanzó a tocar la lancha con el pie y se cayó al mar, entre el muelle y el casco. Yo me quedé sobre las tablas del muelle mirándola … ella movía los brazos a la loca, ahogándose; debía tener unos seis años, si mucho, y yo nueve …


Al final, según nos cuenta el autor, la tragedia no se consumó porque a pesar de su cobardía paralizante –él lo confiesa-, un niño negro menor que él se tiró al agua y saco viva aún a la rubita Sol.


Yo mismo tuve una experiencia tan semejante, aunque más inocua, que no puedo evitar contarla. Era yo de edad un poco menor que nuestro autor, vivía en S. Vicente de la Barquera, y una mañana de verano deambulaba por “la cabaña” al borde del agua. A una chica que estaba en una barca la llamaron a gritos desde la plaza y me pidió que la sustituyera mientras volvía. Con mucho gusto me apresté a ello saltando justo antes de que ella saliera de la barca. Hasta ahí, todo muy fácil, pero luego había que mantener la barca pegada al muelle que tenía forma de rampa (la barca no estaba amarrada); además la esquina no era viva sino fuertemente achaflanada. El resultado fue que al querer retener la barca haciendo fuerza con los pies sobre su fondo, y aferrándome con las manos al chaflán, la barca se desplazaba aguas afuera y yo di con todo mi cuerpo en el agua; había marea alta y, como pude, nadé desgarbadamente hasta donde la rampa se encontraba con el agua. Al salir vi a lo lejos que mi padre salía de paseo, así que me marché a casa (no sé qué pasaría después con la chica y con su barca) para refugiarme en mi balcón esperando secarme al sol; por lo menos en el camino ya me había escurrido. Mi madre estaba en la cocina haciendo la comida y se debió mosquear. Al rato me buscó en el balcón, descubrió el pastel, y actuó en consecuencia.


Para terminar, me voy a ocupar de la cuestión más delicada que trata el libro de forma a veces explícita y a veces velada. Es como una especie de niebla que cae sobre él prácticamente desde su primera a su última página. Me refiero a la relación del autor con su padre.


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