Estás en: El olvido que seremos.

QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO


Pgs. 1    2    3    4    

Empieza el libro así:

En la casa vivían diez mujeres, un niño y un señor.


De las diez, una era la madre y cinco las hermanas; él era el penúltimo de los hijos, y el señor, naturalmente, era el padre. Seguiré aportando información al respecto, en margen amplio.


-No. Yo ya no me quiero ir para el Cielo. A mí no me gusta el Cielo sin mi papá. Prefiero irme para el infierno con él.

Yo quería a mi papá con un amor que nunca volví a sentir hasta que nacieron mis hijos.

Yo sentía que a mí nada me podía pasar si estaba con mi papá.

Yo amaba a mi papá con un amor animal. Me gustaba su olor, y también el recuerdo de su olor, sobre la cama, cuando se iba de viaje.

Yo sentía por mi papá lo mismo que mis amigos decían que sentían por la mamá.

Mi papá me dejaba hacer todo lo que yo quisiera. … A lo que me refiero con todo, por ejemplo, es a que yo podía coger sus libros o sus discos, la brocha de afeitar, los pañuelos, el frasco de colonia, el tocadiscos, la máquina de escribir, el bolígrafo … Todo lo mío es tuyo. Ahí está mi cartera, coge lo que necesites.

… Mi papá nunca tenía dinero suficiente porque siempre le daba o le prestaba plata a cualquiera que se la pidiera, parientes, conocidos, extraños, mendigos …

Mis hermanas eran todas grandes bailarinas, y yo tenía también buen oído, como ellas, al menos para cantar, pero cuando ellas me invitaban a bailar, yo ponía el acento del baile donde no era, con una arritmia total, o con el mismo ritmo de las risas de ellas cuando me veían mover los pies.

Mis amigos y mis compañeros se reían de mí por otra costumbre de mi casa … Cuando yo llegaba, mi papá, para saludarme, me abrazaba, me besaba, me decía un montón de frases cariñosas y además, al final, soltaba una carcajada.  … se reían de mí por <<ese saludo de mariquita y niño consentido>>. Hasta ese instante yo estaba seguro de que esa era la forma normal y corriente en que todos los padres saludaban a sus hijos. Pues no, resulta que en Antioquia no era así. Un saludo entre machos, padre e hijo, tenía que ser distante, bronco y sin afecto aparente.

[El autor resistía la burla de los compañeros porque] … al fin y al cabo ese saludo cariñoso era cosa de él, no mía, y yo lo único que hacía era dejarlo hacer.


Así llegamos al capítulo 25 que resulta decisivo y empieza así:


<<Perdón, no sabía que estabas ocupado.>> …


La ocupación de nuestro autor adolescente era la masturbación. Con ese pretexto el autor va exponiendo las ideas, consejos y actitudes del padre en relación con todos los problemas de la pubertad y resto de la adolescencia. Siempre con una base permisiva, pero con esta limitación: no hacerse daño a sí mismo ni a los demás. Habría que añadir, que en su opinión se proyectaba la sabiduría de un médico honrado. En cuestiones de la homosexualidad difusa que suele darse en esos años difíciles de los jóvenes, su consejo franco y sincero era esperar a ver la evolución natural. Si el resultado había de ser de heterosexualidad como consecuencia de la relación con las chicas, pues estupendo. Pero en caso contrario, tampoco había nada que temer, sino aceptar con naturalidad e incluso con alegría aquello que la propia naturaleza señalara.


Él aceptaba sinceramente, sin reservas, censuras o disimulos, todo lo que su querido hijo pudiera ofrecer, aunque fueran las calaveradas más llamativas, incluso las que pudiera perpetrar de mayor. La verdad es que tuvo suerte: siempre acertó.


Tal vez él creía que el ser humano, todo ser humano, está condenado a ser lo que es, y que no hay vara que lo enderece, ni mala compañía que lo tuerza, y tal vez tuvo la suerte, también, de que ninguno de nosotros saliera crápula, enfermo, vago, idiota o inútil, en cuyo  caso no sé cómo hubiera reaccionado, aunque creo que seguramente, con el mismo ánimo abierto y tolerante y alegre, aunque por supuesto también con la irremediable dosis de dolor e impotencia.


Los últimos capítulos del libro se refieren, naturalmente a acontecimientos, recuerdos, reflexiones, etc. surgidos espontáneamente después del asesinato del padre. El autor transcribe entonces la carta que su padre le escribió tres años antes de ser asesinado; encabeza así la transcripción:


… La quiero releer porque esa carta revela el amor gratuito de un padre por su hijo, ese amor inmerecido que es el que nos ayuda, cuando hemos tenido la suerte de recibirlo, a soportar las peores cosas de la vida, y la vida misma.


Como dije al principio, el autor, el hijo, no hace hagiografía del padre asesinado; no entraré en los detalles:


Cometió estupideces, como todos las hemos cometido, se metió en movimientos absurdos, lo engañaron por ingenuo, a veces sirvió de altavoz para intereses ajenos que supieron manipularlo mediante el halago …


Paso a otra cuestión. Si el lector conoce la obra de Thomas Mann se dará cuenta de las concomitancias que se aprecian entre el Nobel y el protagonista de nuestro libro, el padre de su autor. En primer lugar, el humanismo, pero también, la delicadeza, elegancia y discreción con que ambos se enfrentan a la sexualidad, e incluso a la homosexualidad. No hay que olvidar que Mann tuvo entre sus hijos a un hombre homosexual y a una lesbiana.


Hablaba yo al principio de una especie de niebla que cubría las páginas del libro. Pero es llegando a su final cuando me enfrento al acertijo de tener que acertar en ciertas interpretaciones. El capítulo 37 se titula Abrir los cajones y de él extraigo lo que sigue.


Una de las cosas más duras que tenemos que hacer cuando alguien se nos muere, o cuando nos lo matan, es vaciar y revisar sus cajones.

… Pero entre esos papeles y documentos que yo iba revisando en su oficina, encontré también datos mucho más personales, que me gustaron, aunque también me sorprendieron.


ANTERIOR                                                                                         SIGUIENTE     

PAG. 3 / 4