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Y para terminar, una lección para un taller de poesía.


Entre enero y febrero de 1942 pasó D. R. sus días en un hospital berlinés curándose y reponiéndose. A este hospital sólo llegaron 39 Kg. de los 65 (tampoco eran demasiados) que sacó de España cuando partió para Rusia. El final de su convalecencia transcurrió en la embajada española donde tuvo ocasión de conocer a bastantes invitados. Con uno de ellos (una más bien) podríamos decir que tuvo ... Bueno, en lugar de decirlo nosotros, dejemos que sea el propio D. R. el que nos lo diga con su prosa excelente desde Los cuadernos de Rusia:


        12 de enero. La cena fue más bien "de sociedad". Había una señora oficialmente guapa, guapísima, pero no me pareció nada encantadora. Me lo pareció, en cambio, una señora de pelo castaño, preciosos ojos azules, cuerpo esbelto, con una conversación divertidísima, que vino el día 14. Se llama Podevils (condesa, creo) y está empleada en la prensa extranjera. Es hija de un diplomático retirado de origen bávaro. ...

        31 de enero. Días de poco relieve. Salgo un par de veces con Hexe Podevils, que se divierte mucho con mis discursos y tiene unos ojos bastante eficaces.

        2 de febrero. Por la noche invito a Hexe a cenar conmigo en el hotel [al que se ha trasladado D. R. desde la embajada]. De pronto me dice que yo soy el hombre con quien exactamente le gustaría vivir toda la vida. Me quedo estupefacto y divertido. Naturalmente, hubiera sido indecoroso no besarla apasionadamente al dejarla en su casa. Pero luego el regreso al hotel en la tiniebla de Berlín y sin saber una palabra de alemán ha sido bastante complicado.

        18 de febrero. Quince días más en Berlín, un poco contra mi voluntad y con el pretexto de restablecer del todo mi salud. ... Sin embargo, no sólo quiero sino deseo regresar al frente. En los últimos días he pasado con Hexe la mayor parte del tiempo. Tardes enteras en su casa, una casa minúscula donde vive con Aga Fürstenberg, una gigantona simpática que me llama "cerilla". Para Hexe es fácil, sorprendentemente fácil, embalarse en un "amor eterno". Tiene una ternura inmensa y una belleza irresistible. Yo no resisto ciertamente.

        22 de febrero. He llegado a Riga. Almorcé sólo con Hexe en la embajada el último día.

        18 de marzo. Vuelvo a estar enfermo, con fiebre alta, pero esto no altera mis costumbres de vegetal dotado de fantasía.

        14 de abril. Llego a Berlín de mañana [se aloja en la embajada].

        21 de abril. Estos días en Berlín, apoyados en una leve excitación de la fiebre a la que no he querido rendirme, han sido buenos y aclimatadores. Me he dedicado intensamente a Hexe a quien encontré enferma a mi llegada, recién operada en una clínica. Los primeros días he pasado allí las tardes con ella. Estaba guapísima, tenue, con sus extraordinarios ojos azules, sus labios de niña y su pecho de adolescente bajo su leve seda rosa. La veía, la veré siempre, a través de muchas rosas frescas de cuya maravillosa estructura pasaba a ella para volver hasta unir unas y otras formas -uno y otro laberinto de labios- en una sola sensación de caricia y de perfume. No me fío mucho de amores que tienen tantas fronteras por medio, incluso dentro de mí mismo. Pero ella ha estado tan amorosa, tan enternecida, tan convaleciendo en cama y despertando con lentitud, tan acariciable y manual, tan niña y tentadora, que no he tenido más remedio que dejarme llevar. A su recuerdo va unido el de una noche en que regresé solo, sin conocer el camino aunque aventurándome a adivinarlo, desde la clínica a la embajada. Me dejé guiar por un canal que supuse sería el mismo que pasaba próximo a nuestra casa. No me importaba perderme. La noche era puramente fantástica. Había unos reflectores escudriñando el cielo. Y, de vez en cuando, pasaba un tren iluminado por los aires, por el ferrocarril aéreo que va a gran altura, sobre un quimérico esqueleto de hierros. Del canal subían los rumores más misteriosos. Alguna vez, voces, otras, rumor de cisnes o de patos que se echan al agua, de remos o de motores. Parecía a veces que se oía también el brotar de las hojas en los árboles. Y a todo esto se mezclaba ella y las rosas y un agradecimiento de los labios y los dedos y un residuo de los ojos completamente sublimador. Era, más que embriaguez amorosa, delicia estética, casi pura.


Vuelto de Rusia, le faltó tiempo a nuestro poeta para enfrentarse con el Régimen y ganarse una alejada residencia en Ronda donde poder componer versos al amparo de Rilke. Allí escribió, en efecto, su Cancionero en Ronda del que me interesa destacar Descubrimiento del corazón (Nueve cantos a Diana) . Consta de tres partes en tres trípticos, en cada uno de los cuales se repiten los motivos Intimidad, Figura y Ausencia.


Según se puede apreciar, dentro de la primera parte canta en exaltados versos lo que podríamos llamar versión directa de la prosa que acabo de reseñar. En las otras dos, Diana cela el nombre de la amada y trasciende el arrebato amoroso a esferas superiores.


Para no alargarme, y en apoyo de mi tesis, voy a fijarme sólo en la Ausencia de la 1ª Parte:


            ...

            ¿Cómo puede ser tanta primavera,

            tanto milagro a punto de suceso,

            tal plenitud de gracia poseída y futura?

            Voy andando en la noche: ciudad inacabable

            entre tinieblas que delatan moles

            de puentes y de templos, de moradas

            junto a un canal en sombra que se amansa

            con débil luz de abismo. En el silencio

            crujen fragores súbitos, o acaso los suspiros

            de una naturaleza exilada del campo.

            Trenes vertiginosos por el aire y la tierra

            trepidando una luz de meteoros.

            Aleteos de cisnes invisibles

            o rumores de hojas que brotan con esfuerzo.

            Un cielo negro, sólido, casi martirizado

            por la abundancia loca de estrellas y luceros

            y escudriñado a veces por audaces relumbres

            que levantan su escala de la tierra medrosa.

            Ando días o siglos, leguas o infinidades.

            Mis sentidos despiertan lo que no me abandona:

            un manantial de tierna transparencia,

            un perfume de flores con raíz de latidos,

            la caricia tendida como un tapiz del sueño.

            ...



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