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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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En la referida carta a su amigo Agustín de Foxá, le dice D. R:


            Volveremos, acaso, a pasear la nieve

            que ahora junta los cánticos diversos y alejados

            por entre los aromas de Salduero o los prados ...


En La soledad del tiempo incluye el soneto Viaje del que destaco sus dos cuartetos:


            Por la meseta calcinada y fría

            de la infinita soledad del Duero

            gana la que me lleva sin sendero

            crudo espejo y eterna lejanía.


            Valladolid, Segovia, Soria mía,

            Ávila, Salamanca. Pasajero

            ayer, os halagué cuanto hoy os quiero,

            con vasto amor y estrecha compañía.


Nótese cómo destaca D. R, en el centro, a Soria, con carácter de propiedad sentimental. Dudo si no estará en estos versos la raíz del encargo que la Editorial Destino hiciera a D. R. para escribir su singular libro de viajes titulado Castilla la vieja. Mucho recuerda esta relación entre editorial y escritor a la que después habría entre Destino y Miguel Delibes.


Es el caso que el Volumen 2 abarca Soria, Segovia y Ávila, y que en su conjunto, la obra, en prosa, es un monumento literario que revela lo dotado que D. R. estaba para escribir tanto en verso como en prosa. Siempre dijo él que su vocación era la literatura por encima, incluso, de la política.


Lo que ocurre es que, sobre todo al principio, literatura y política estuvieron muy ligadas en la vida de D. R. Gracias a su primer discurso de exaltación falangista en la Segovia de 1936, descubrió su facilidad para improvisar mítines y luego conferencias o textos literarios ya en prosa, ya en verso.


Al hilo de esta reflexión me viene a la memoria la coincidencia de otro exaltado discurso en la misma Segovia, pero de 1931, en el que el protagonista republicano fue Antonio Machado que años antes había sido allí profesor de francés de D. R.


Pero volviendo a la literatura es inexcusable referir el hito más importante en la vida artística de D. R. En 1950 se le otorga el Premio Nacional de Literatura por la primera versión de En la soledad del tiempo (titulada En once años y que reunía sus poesías completas de juventud); el poemario está escrito entre 1938 y 1946. Sin embargo, nunca le hicieron efectivo tal reconocimiento porque el Gobierno vetó al Jurado.


En lo poético, contra lo esperable, nuestro poeta Dionisio siempre fue más elegíaco que dionisiaco. Por eso me voy a fijar ahora en sus elegías en verso libre y, en particular, en la que titula Todavía, que se acompaña del especial epígrafe de Antonio Machado referido a su inolvidable poema A un olmo seco:


            Antes que te derribe, olmo del Duero,

            con su hacha el leñador


Primero quiero hacer una digresión sobre el machadiano título Todavía. O mejor, dos. Machado tenía una cartera en la que anotó la gracia de tu rama verdecida (la del olmo seco). De esa misma cartera saco este pequeño poema VII:


            La rima verbal y pobre,

            y temporal es la rica.

            El adjetivo y el nombre,

            remansos del agua limpia,

            son accidentes del verbo

            en la gramática lírica,

            del Hoy que será Mañana,

            del Ayer que es Todavía.


Traigo esto a colación porque parece que Gerardo Diego reprochaba a D. R. esa rima pobre, él, que era tan habilidoso rimador. Yo, que estoy con Machado, aporto mi cuarto a espadas:


            No hagáis caso del poeta

            ni al crítico que critica:

            el corazón de tu oreja,

            del lado que te convenga.


La segunda cita de A. Machado, extraída de sus Proverbios y cantares que dedicara a Ortega, es ésta:


            Hoy es siempre todavía.


D. R. escribió la elegía en cuestión (Todavía) en su retiro catalán de San Andrés de Llavaneras en 1945, el año en que terminaba la 2ª guerra mundial. Y éste es su argumento: el presente vale como una eternidad mientras no ocurra lo que puede ocurrir en cualquier momento ... Así es, y así ha sido siempre antes. El hombre, que sabe que puede morir, que sabe que va a morir, se siente perplejo ante lo inevitable mientras disfruta de un presente que le hace amar la vida con más intensidad:


            Ya entonces se temblaba y se gemía,

            porque estaba el sabor de la muerte

            y el crujido tenaz de la zozobra

            dentro de cada brizna de la tierra.

            ...

            Y ya entonces la fugaz violeta se levantaba sonriente

            para morir a media tarde.

            ...

            Y como un relámpago caía en el espíritu la certidumbre

            de que el cirro morado del atardecer

            no era más fugaz que la soberbia cordillera.

            Ya entonces vivíamos todos sobre cenizas de cenizas

            al lado de la muerte.

            ...

            Pero, ¿qué he de hacer yo, Señor, si tantas veces

            he gozado el amor de las cosas fugaces

            y pertenezco a un mundo y tiemblo con mi mundo

            y si gimo es que gimo porque el temblor me incluye

            en un dulce y sabroso todavía?


            La amenaza, la incierta amenaza,

            ha traído a mis ojos esta luz embellecedora,

            esta luz de avaricia o de amor ante las cosas

            que aún no se han extinguido.


El pasado del poeta está hecho del recuerdo de los todavías vividos, sus juegos y curiosidades infantiles, sus creencias (él que decía de sí que era un católico de incubación materna), los aromas que tan bien perduran, y luego su juventud arrebatada, la de ir tras las banderas:


            Todavía de mi plaza de oro

            cuando las gentes del domingo danzaban su alegría

            y venía un olor de espliego de las laderas del castillo.

            Todavía del horno de pan, de la fragua repiqueante

            y de la majestuosa Custodia del Corpus.





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