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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Pág. 204. La oratoria de los estadistas griegos llegó hasta tal punto de perfección en el arte de vapulearse unos a otros con ingeniosos insultos, que el espectáculo debía de ser hipnótico.

Se ve que en la Segunda República, nuestros políticos ya habían aprendido mucho de los griegos. Miren el breve rifirrafe del que se tiene noticia con ocasión de una sesión de Cortes. Indalecio Prieto (izquierdas) insultó a José María Gil Robles (derechas) acusándolo de señoritismo: Su señoría es de los que todavía llevan calzoncillos de seda. El otro le replicó: No podía imaginarme que su esposa fuese tan indiscreta.

Pág. 217:     Quemar libros es un empeño absurdo que se repite con terquedad a lo largo de los siglos, desde Mesopotamia hasta el presente. La coartada es asentar los cimientos de un nuevo orden sobre las cenizas del anterior o regenerar y purificar un mundo que los escritores han contaminado.

Tomado del artículo de Larra (1809-1837) Nadie pase sin hablar al portero:

Hete aquí que una mañana se levantan unos cuantos alaveses (Dios los perdone) con humor de discurrir, caen en la cuenta de que están en la mitad del camino de París a Madrid, como si dijéramos estorbando, y hete que exclaman:

–Pues qué, ¿no hay más que venir a pasar? ¡Nadie pase sin hablar al portero!

Llegó el veloz carruaje a las puertas de Vitoria, y una voz estentórea, de estas que salen de un cuerpo bien nutrido, intimó la orden de detener a los ilusos viajeros [eran sólo dos, un francés y un español].

–¡Hola! ¡Eh! –dijo la voz–, nadie pase.

–¡Nadie pase! –repitió el español.

–¿Son ladrones? –dijo el francés.

–No, señor –repuso el español asomándose–, son de la aduana.

Éste, echó la vista sobre un corpulento religioso y extendió la vista por el horizonte por ver si descubría alguno del resguardo [de la guardia]; pero sólo vio otro padre al lado, y otro más allá, y ciento más, repartidos aquí y allí como los árboles en un paseo.

¿A qué viene usted?

–A estudiar este hermoso país –contestó el francés con aquella afabilidad tan natural en el que está debajo.

–¿A estudiar, eh? Apunte usted, secretario; estas gentes vienen a estudiar; me parece que los enviaremos al tribunal de Logroño... ¿Qué trae usted en la maleta?

-Libros... pues... Recherches sur...

-Al sur ¿eh? Este Recherches será algún autor de máximas; algún herejote. Vayan los libros a la lumbre.

Pág. 242     Me habían retirado la protección del grupo. Había una alambrada imaginaria y yo estaba fuera. Si alguien  me insultaba o me tiraba de la silla a empujones, los demás le quitaban importancia. Cosas de niños, era el diagnóstico de los mayores.

… Si, de repente, la profesora reñía en clase a alguno de mis perseguidores, al salir, me devolvían la humillación: empollona, hijaputa, ¿tú qué miras?, ¿quieres cobrar?

… Los perseguidores se repartían los papeles; uno era el líder, y otros sus fieles secuaces. Inventaban motes para mí; me rompieron el dedo meñique en clase de gimnasia; disfrutaban con mi miedo.

…Yo no tengo ningún recuerdo de la presunta inocencia perdida de los otros niños. Mi infancia es un extraño revoltijo de avidez y miedo, de debilidad y resistencia, de días tenebrosos y de alegrías eufóricas.

…Lo peor fue el silencio. Acepté el código vigente entre los niños; acepté la mordaza: chivarse está muy mal visto. El chivato es un cagón, un mal compañero; merece que le hostien.

…Durante años me reconfortó no haber sido la chivata de la clase. No haber caído tan bajo. Querer ser escritora ha sido una tardía rebelión contra esa ley. He decidido convertirme en esa chivata que tanto temí ser.