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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Pgs. 1    2    3    4    5

Sin embargo, queda en pie un doble misterio: ¿Por qué le hizo efecto el veneno al esclavo Cayo, estando previsto un retardo de dos días? ¿Por qué el antídoto sí le hizo efecto al pregustador con sólo haberlo tomado un poco antes?


PUNTO 2.- La batalla de Lugdunum (Fase II), página 668.


Como en las guerras de Gila, todos los contendientes de la Fase I se fueron a dormir tranquilos a sus campamentos cuando terminó, a fin de ir tempranito a la mañana siguiente a reanudar su agotador trabajo. La Fase I había terminado en empate. No voy a relatar la Fase II que está muy bien contada con ayuda de su gráfico correspondiente. La ganó Septimio Severo.


Lo que me sorprende es que éste cayera en “la trampa de los lirios” que le tendió Albino. Según el glosario:

LILIA: Denominación de las trampas excavadas por los legionarios de Julio César durante la Guerra de las Galias con el fin de sorprender al enemigo. El nombre se debe a que las trampas quedaron ocultas por hojarasca, ramas y lirios la primera vez que se hicieron.

Asombroso: entrecomillo lo que copio textualmente; lo que no es textual, se deduce de lo que se cuenta en el libro: “Un cielo despejado cubierto por miles de estrellas resplandecía mudo sobre aquella llanura repleta de cadáveres”. A nadie se le ocurrió enterrarlos para evitar patearlos a la mañana siguiente.


Algunos legionarios de Albino “apenas descansarían aquella noche” “excavando a la luz de las estrellas aquel mar de agujeros en la inmensa llanura”; habían de tener una profundidad de dos metros y medio y una superficie tal que pudiera contener un caballo coceando. En su fondo se clavarían estacas de tal altura que alcanzaran bien la panza de un caballo en pie; debían tener unos dos metros y tener afiladas puntas en ambos extremos (para su seguro anclaje en el suelo y para herir a hombres y caballos).


La tierra extraída había de ser extendida por la superficie entre pozos y, toda la zona, recubierta (los pozos, especialmente) “por un profuso enjambre de ramas, matorrales y hasta hierba recién cortada”.


El resultado de esta ingente obra lo percibía Septimio Severo al día siguiente, en plena batalla, como que “al final de la llanura había un inmenso prado verde por el que huía el enemigo”.


Parece dudoso que por el prado verde de los agujeros pudiera huir nadie y, totalmente asombroso que aquel espacio pudiera parecerle a Septimio Severo un prado verde, por muy en febrero que estuvieran. Y lo más chusco de todo es que, con lo buen guerrero que era, según su mujer, cayera en la trampa.

Para él, aquel prado verde era como si los dioses le hubieran adornado con una inmensa alfombra de coronas de laurel su galope triunfal hacia el domino completo del Imperio.

Total, que aquello debía parecerle un campo de golf sin agujeros que pudieran hacer tropezar a algún caballo.

Cabalgaba seguro de su victoria sobre aquel inmenso campo de hierba verde cuando, de pronto, observó que varios de sus jinetes, decenas de ellos, más, un centenar, más, dos centenares, eran engullidos por la tierra sobre la que cabalgaban y desaparecían como por encantamiento. Aún en medio de la confusión seguía cabalgando cuando, de súbito, su propio caballo pareció perder el equilibrio y hundirse en la tierra arrastrándolo a él en su caída.

DUDAS CARTESIANAS

Primera duda.

Si antes que él ya habían desaparecido en los agujeros 200 jinetes con sus caballos, Severo tuvo suerte de no caer en uno que estuviera ocupado.

     Segunda duda.

¿Es que un ejército tan competente como el de Septimio Severo no tenía vigías nocturnos para enterarse de lo que tramaba el enemigo que no era, precisamente, grano de anís?

     Tercera duda.

¿Cómo es que Galeno, tan apegado a la familia Severa no había diagnosticado daltonismo a Septimio Severo? Porque ver aquello como un inmenso prado verde, ¡tiene tela!


A mí todo esto me parece más bien un guiño novelesco que nuestro autor hace a Julio César aprovechando la Guerra de las Galias que traducíamos en Bachillerato.