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QUIÉN hay detrás

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Pgs. 1    2    3    4    5

Pues bien, yo buscaba a Plauciano entre los enemigos de Julia, porque lo era; y recíprocamente. Pues, no. Plauciano ocupaba el primer lugar en el grupo de “Hombres de confianza de Septimio Severo” con el añadido de “amigo de la infancia de Severo”. Éste era el único de los tres que desconocía esa enemistad. Julia no perdía ocasión de transmitir la noticia al lector, pero sin explicar nunca la causa de tal.


A medida que yo avanzaba en la lectura del libro me iba formando mi propia explicación que, al final quedó corroborada por el autor en la página 643. Los tres se conocían prácticamente desde niños pero, al ir creciendo la atracción intersexual de los futuros emperadores, es natural que Plauciano se fuera sintiendo cada vez más desplazado en su amistad con Severo. Si añadimos a esto que con el paso del tiempo y la consiguiente maduración de personalidades los proyectos de todos fueran evolucionando hacia objetivos más concretos que podrían ser, incluso, conflictivos entre ellos, tenemos el cuadro que justifica la situación a que últimamente se había llegado.


Esa página 643 es la penúltima del libro y la última que nuestro autor dedica a relatar la distribución de mercedes, recompensas, premios o castigos que se merecía cada cual según su comportamiento llegado el momento de la culminación imperial de Septimio Severo.


Yo pensé que Severo ya se habría caído del guindo respecto de su amigo y que, lógicamente éste habría caído en desgracia. Y leí automáticamente en mi modo de lectura rápida:


Cayó Fulvio Plauciano, jefe del pretorio, que en algún instante …


Mi lector me va a permitir que haga un paréntesis grande. Hace poco escribí mi comentario a la magnífica biografía que Jon Juaristi ha publicado sobre Unamuno. En él no cuento lo que voy a decir ahora que era algo así como esto: Tanto el biógrafo como el biografiado eran de Bilbao y cuenta aquel que, de niños, los chiquillos jugaban en la plaza donde había una estatua con el busto de Miguel de Unamuno y Jugo (nombre y sus dos apellidos), porque, según se decía al pie, allí, en aquella plaza, había nacido el filósofo. Los chavales, cuenta Juaristi, “decíamos que allí nació y allí jugó Unamuno”.


Pues a mí me ha pasado lo mismo que al Juarsti niño (Freud, en su obra, se ocupa de las equivocaciones en la  lectura y en  la escritura). Ni Septimio Severo se había caído del guindo ni Plauciano había caído en desgracia. Copio el párrafo de la página 643

Cayo Fulvio Plauciano, jefe del pretorio, que en algún instante había llegado a soñar con apartar a aquella mujer del lado del emperador, anular así su poder y convertirse él en el más influyente del círculo próximo al augusto, primero, para, luego, según permitieran las circunstancias, desbancar al propio Severo y hacerse él con el poder total, volvió a agachar la cerviz: había perdido por completo su pulso con Julia Domna; era del todo consciente de que su oportunidad de cambiar la historia se desvaneció en el desenlace final de la batalla de Lugdunum.

Cuando yo leía todo esto no sabía si el nuevo emperador conocía o no la agenda oculta de su amigo, o si, conociéndola, lo daba por suficientemente castigado con lo que acabo de copiar del libro. Mi fallo, un acento agudo que no estaba


Ahora me voy a permitir una digresión etimológica a propósito de la palabra Lugdunum que acabo de escribir. No soy capaz de encontrar la etimología de Lyon partiendo de ella, al contrario de lo que ocurre con nuestro León que, en la página 656 (mapa del Imperio Romano), está señalada con el nº 1 de las legiones romanas (la Legio Septima Gemina; lo de gemina da a entender que estaba compuesta por dos legiones adheridas). De Legio, cae la g intervocálica para dar Leio > Leo > León.


Por otro lado, en el mismo mapa se señala la Galia Lugdunense que se extiendía hasta algo más al sur de Lyon, desde el Mare Britannicum (Canal de la Mancha) hacia el sureste y hasta cubrir su capital, Lugdunum. En ella está asentada Lutecia, París.


Pues un poco al sur de París (y algo al sur de Chartres) está una pequeña ciudad llamada Chateaudun, que sigue estando dentro de la Galia Lugdunense. Simplemente me resulta curioso observar que Lugdunum evoca significar el lugar de uno y Chateaudun (que luce un imponente castillo), el castillo de uno. Y me pregunto, ¿quien será ese uno que se conserva tan bien desde el tiempo de los romanos y que es propietario de un castillo tan impresionante?


Ah, perdonen. Se me olvidaba otro ejemplar francés en la gavilla de los de uno. Se trata de Loudun, en la región de Poitou-Charantes.


Otra digresión, esta vez, de carácter geodinámico, pero siempre mirando al citado mapa del Imperio Romano de la página 656. Haré un puente entre las dos grandes y definitivas batallas victoriosas de Septimio Severo: La de Lugdunum contra Albino, gobernador romano de Britania y la del golfo de Issus, en oriente, contra Nigro, gobernador romano de Siria, que tan bien describe el libro en sus correspondientes gráficos. Ese golfo es el rincón que Turquía tiene hoy en la esquina nororiental del Mediterráneo. Está flanqueado por las actuales ciudades turcas de Tarso y Antioquía.


Por cierto, ¿Usted ha pensado alguna vez en Chipre, esa isla pequeña que está allá lejos, en la acera de enfrente de nuestro Mediterráneo? Uno nunca sabe si parece pequeña porque está lejos, o es que es pequeña de verdad. Pues verá, es un estado de la Unión Europea desde 2004 y tiene una superficie mayor que dos veces y media más  que la de la isla de Mallorca.


Mirándola desde el punto de vista geodinámico, parece un iceberg de tierra despegado del golfo de Issus: encaja perfectamente en el hueco de tierra firme y, además, se atiene a la teoría de Wegener de que los desprendimientos continentales terminan orientados hacia el sur oeste. Supongo que Wegener no se ocupó de una minucia como ésta, pero seguramente habrá geólogos que hayan estudiado si los fósiles, los cristales y las ovejas de la isla se parecen o no a los de tierra firme.


Yo no sé si la antigua teoría de la deriva continental es aplicable a este caso pero, se non e vero, e ben trovato.


Ya victoriosos, nos adentramos en Siria con la familia de Julia al completo: Ella con su esposo Septimio Severo y sus dos hijos. Ella, tan contenta, porque iba a presumir en su tierra natal pero, su marido no las tenía todas consigo porque parecía que en Siria no lo acogían con simpatía.