Estás en: El Cantar del MÍO CID

QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO                                                                                          Pgs. 1    2    3    4    5    6    7    8

                                                                                               

     

        D’iffantes de Carrión          yo vos quiero contar

        fablando en su conssejo          aviendo su poridad:                     (haciéndolo en secreto)

        "Las nuevas del Çid          mucho van adelant,                     (los asuntos)

        demandemos sus fijas          por con ellas casar;

        creçeremos en nuestra ondra          e iremos adelant."

        Venién al rrey Alfonso          con esta poridad:                     (pretensión secreta)

        Merced vos pidimos          commo a rrey e señor natural!

        Con vuestro consejo          lo queremos fer nos,                     (vuestra ayuda; fer: verbo vicario

                                                                                                                de los dos versos siguientes)

        que nos demandedes          fijas del Campeador;                      

        casar queremos con ellas          a su ondra e a nuestro pro.


Obsérvese el planteamiento de los Infantes que, aún conscientes de la realidad, se creen con más categoría que el Cid y no se recatan de exhibir su malvada ingenuidad al delatarse como unos aprovechados.


El Rey medita, accede, y comunica aquel deseo y su perdón, a los emisarios del Cid. Será el Cid quien decida: el Rey propone encontrarse personalmente con el Cid donde éste quiera para tratarlo todo y por fin decidir. El Cid agradece el perdón real, pero opina así:


        "Ellos son mucho orgullosos            e an part en la cort,

        d’este casamiento          non avría sabor,

        mas pues lo conseia                el que más vale que nós,

        fablemos en ello,           en la poridad seamos nós.

        Afé Dios de çielo          que nos acuerde en lo miior."


No le gustan los pretendientes pero, el Rey de por medio, que sea lo que Dios quiera!


Concretada la entrevista entre el Rey y el Cid junto al Tajo, allí se encuentan. El rey perdona solemnemente al Cid y pide sus hijas para los infantes de Carrión. Concedidas, el Rey entrega los infantes al Cid. Éste, a su vez, confía sus hijas al Rey, y éste las casa en ausencia de ellas. Acto seguido, unos parten para Valencia y otros para Castilla.


Ya en Valencia, el Cid casa por la Iglesia a los jóvenes por mediación de Álvar Fáñez tal como se había acordado. Pero antes, en privado, el Cid tiene esta recelosa confidencia con sus hijas:


        "mas bien sabet verdad          que non lo levanté yo;

        pedidas vos ha e rogadas          el mío señor Alfons

        atan firmemientre          e de todo coraçón

        que yo nulla cosa          nol’ sope dezir de no.

        Metívos en sus manos,           fijas amas a dos,

        bien me lo creades              que él vos casa, ca non yo."


Grandes fiestas y regalos. Los invitados de Castilla se vuelven a sus tierras y los de Carrión se quedan en Valencia con su nueva familia.


Para no ser prolijos, veamos telegráficamente el comportamiento de los infantes en Valencia.


Se escapa el león-mascota del Cid y los de Carrión pasan un miedo cerval: uno se escondió debajo del catre del Cid y el otro


        Tras una viga lagar          metios’ con grant pavor,

        el manto e el brial          todo suzio lo sacó.


En la corte todos se reían de ellos, pero el Cid, dando muestra de su gran talla humana, prohibió toda burla.


Sobre esta historia del león tampoco se ponen de acuerdo los críticos, pero lo cierto es que antes y después de los tiempos del Cid algunos monarcas, arzobispos y barones tenían leones y otros animales enjaulados. En las Siete Partidas se lee: león o oso, o onza, o leopardo o lobo cerval o geneta o serpiente, o otras bestias que son bravas por natura, teniendo algún home en casa, débeia guardar et tener presa de manera que no faga daño a ninguno. Tres siglos y medio más tarde, el rey Juan II también tenía un viejo león en cuyo lomo apoyaba los pies. Según los historiadores, como el de Trastamara era muy débil, necesitaba apoyarse en alguien con personalidad, y lo hizo, durante 40 años, en D. Álvaro de Luna.


Pero volvamos a la trama. Aún no se habían sofocado las carcajadas, cuando el general almorávide Búcar viene de Marruecos para sitiar Valencia. Por miedo a la batalla los infantes piensan volverse a casa, pero el Cid se muestra indulgente con ellos. Vence el Cid y muere Búcar.


El Cid expresa como realidad lo que le hubiera gustado que fuese: que sus yernos habían peleado valientemente; sus vasallos, en cambio, se reían a escondidas: nunca los vieron en la lucha.


ANTERIOR                                                                                                            SIGUIENTE

PAG. 5 / 8