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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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En el caso de una niña, por ejemplo, ese complejo de inferioridad se ha podido gestar cerca de una madre activa y autoritaria que la consideraba un estorbo inútil en la cocina donde, por otra parte, ella no se sentía muy atraída.


Pongamos que el curso de la enfermedad se extiende, de forma ostensible, desde los 20 a los 90 años. Es probable que incluso antes, la p.n. ya haya estado en manos de psiquiatras, y no digamos ya, después de los 20 años. Puede, incluso, que algún doctor que la tratara en su temprana juventud, propusiera su internamiento en un psiquiátrico; otros, por el contrario, al reconocer a dicha  p.n. siendo consultados sobre la posibilidad de que pudiera engendrar algún hijo con esa tara habría sido de la opinión de quitarle importancia a la cosa, tal vez pensando que la supuesta tara podría encajar en el ámbito de la llevadera patología de la vida cotidiana de Freud.


Sea como fuere, lo que se observa es que el curso de la patología a lo largo de los años se divide en dos partes por un determinado punto de inflexión que cabe situar hacia la mitad de la vida activa de la p.n. En la primera mitad, la cosa se hace soportable para el entorno de dicha persona, incluso con muestras por parte de los más allegados, a considerarse ellos mismos responsables de los inconvenientes que la p.n. difunde a su alrededor.


Pero se llega  en un momento al punto de inflexión en el que la p.n. se produce tranquilamente con un pico de actividad tan agresivamente gratuita, que no cabe otra cosa que reconocer que ello obedece a un brote del inconsciente: resulta imposible pensar a los que la rodean que aquella maldad pudiera proceder de su conciencia. A partir de ese momento el entorno de la p.n. asume la nueva situación con el agravante de que, expresándose en términos brutales, a la persona afectada no se la puede tratar explícitamente como a una loca por no correr el riesgo de una mayor gravedad en la respuesta: Si estoy loca, os vais a enterar de las locuras que una persona así es capaz de dispensaros.


Las neurosis pueden ser de variados tipos: de angustia, maniaco depresivas, de histeria, etc. Yo me voy a centrar en la que he considerado asociada al complejo de inferioridad. Además pueden darse combinaciones de ellas e incluso otras segregadas de las que se dan como compuestas. La cleptomanía, por ejemplo, no tiene por qué estar asociada a la depresión. Tal ocurre con otras manías o con la histeria, propias de la neurosis por complejo de inferioridad. La histeria puede llevar a la p.n. adulta a comportarse como un niño enrabietado en estado crítico.  


Ese complejo agrava la situación de la persona afectada cuando su entorno es de personas con un nivel académico superior al suyo: “Claro, como soy una persona ignorante nadie cuenta con mis opiniones, todo el mundo me rechaza y me desprecia”. Sin darse cuenta, llega a creer que eso es verdad y que, por tanto, ella también debe despreciarse a sí misma. Así, empieza a no quererse y, como consecuencia, a no querer a los demás.


Tiene que buscar una solución para elevarse de la postración en la que se siente, y la encuentra, por ejemplo, en la manía de dar propinas: las da con la arrogancia que necesita para sentirse superior. Alguien de su entorno puede haber notado que ofrece los billetes ocultos bajo el dorso de la mano como para que el receptor se la bese. Esto ya me parece una crítica excesiva, pero como el inconsciente no suele usar de medida, sí ocurre que puede dar una propina a alguien con más categoría que la suya para encontrarse con el rechazo de quien puede sentirse humillado.


Otras soluciones: Ser impuntual intencionada para destacar haciéndose esperar. Inventar culpables que justifiquen sus desvaríos. O mentir con el mismo fin. Alguien de su entorno puede llegar a declarar que miente más que parpadea. O reconstruir a una determinada persona con plenitud de facultades, en alguien disminuido que necesita la ayuda de los demás para sobrevivir: allí está la p.n. para redimir a quien haga falta, incluso con su propio patrimonio. O dar consejos continuamente sin que nadie se los pida. O ejercer de contreras por sistema; antes del punto de inflexión, en modo “de qué va, que me opongo” y después, llevando la contraria incluso a quien le pregunta la hora que es. Freud llama negacionista al contreras: La relación antinómica en lo inconsciente explica el <<negativismo>> en los neuróticos.


Freud dedica en su obra 178 páginas a estudiar el chiste como producto psicológico relacionado con lo inconsciente que en él late, con los sueños y con la neurosis, entre otras cuestiones. Los autores que antes que él se ocuparon del chiste, que son muchos, consideran el chiste como caracterizado por la relación con el contenido de nuestro pensamiento, el carácter de juicio juguetón, el apareamiento de lo heterogéneo, el contraste de representaciones, el sentido en lo desatinado, la sucesión de asombro y esclarecimiento, el descubrimiento de lo escondido y su peculiar brevedad. A Freud le hubiera gustado reunirlo todo en una definición. Por mi parte, yo resumo que el humor del chiste depende de la sorpresa.


Freud analiza una gran cantidad de chistes que agrupa por clases. Reproduciré el primero de ellos, tomado de Heine, para hacer sobre él mi propia observación: