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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Para ver el aprecio que los novios sentían por el Comendador, basten estos versos:


Novia: Id vos, porque me parece, Pedro, que algo vuelve en sí, / y traed agua.

Novio: Si aquí / el Comendador muriese, / no vivo más en Ocaña. / ¡Maldita la fiesta sea!

Novia: ¡Oh, qué mal [el mal] se emplea / en quien es la flor de España! / ¡Ah, gallardo caballero! / ¡Ah, valiente lidiador! / ¿Sois vos quien daba temor / con ese desnudo acero / a los moros de Granada? … ¡Ah, señor Comendador!


Los versos del diálogo de conocimiento de novia (N) y Comendador (C):


C: ¿Quién llama? ¿Quién está aquí?

N: ¡Albricias, que habló!

C: ¡Ay de mí! ¿Quién eres?

N: Yo soy, señor. / No os aflijáis, que no estáis / donde no os deseen más bien / que vos mismo, aunque también / quejas, mi señor tengáis / de haber corrido aquel toro. / Haced cuenta que esta casa aunque [humilde] es vuestra.

C: ¡Hoy pasa / todo el humano tesoro / Estuve muerto en el suelo, / y como ya lo creí, / cuando los ojos abrí, / pensé que estaba en el cielo. / Desengañarme, por Dios; / que es justo pensar que sea / cielo donde un hombre vea / que hay ángeles como vos.

N: Antes por vuestras razones / podría yo presumir / que estáis cerca de morir.


Aquí, a Lope de Vega se le va la mano un pelín: Si por la cogida de un toro alguien está en el umbral de la muerte, un vaso de agua no es remedio suficiente (remedio, en Uruguay equivale a receta médica).


C: ¿Cómo?

N: Porque veis visiones. / Y advierta vueseñoría  / que si es agradecimiento / de hallarse en el aposento / de esta humilde casa mía, / de hoy solamente lo es.

C: ¿Sois la novia, por ventura?

N: No por ventura, si dura / y crece este mal después, / venido por mi ocasión.

C: ¿Qué vos estáis ya casada?

N: Casada y ben empleada.

C: Pocas hermosas lo son.

N: Pues por eso he yo tenido / la ventura de la fea.


Los siguientes versos delatan el cambio de conducta que obra en el Comendador: del deseo amoroso a la acción. Y la firmeza de la novia, ya casada.


C (aparte): ¡Que un tosco villano sea / de esta hermosura marido!

Villano, en el sentido de pueblerino, no de indigno.


C: ¿Vuestro nombre?

N: Con perdón, / Casilda, señor, me nombro.

C: ¡Dichoso el hombre mil veces / a quien tu hermosura ofreces!

N: No es él el bien empleado; / Yo lo soy, Comendador. / Créalo su señoría.

C: Aun para ser mujer mía / tenéis, Casilda, valor. / Dame licencia que pueda / regalarte.


El Comendador se deja asesorar por su lacayo que le informa:

Si consideras / lo que un labrador adulas, / será darle un par de mulas / más que si Ocaña le dieras. / Éste es el mayor tesoro de un labrador. Y a su esposa, / unas arracadas (pendientes) de oro.


Hasta aquí toda apariencia apunta a una sólida y sana relación entre el matrimonio y el Comendador, a tal punto que el marido se presenta a aquel para pedirle prestados unos adornos para el carro que los llevará a Toledo en su fiesta mayor. Al comendador se lo han puesto a huevo: Ordena se le dé al marido los adornos que pide y añade

Y pues hay ocasión para pagarle / el buen acogimiento de su casa / adonde hallé la vida, las dos mulas / que compré para el coche de camino.


El marido, satisfecho, da las gracias al Comendador, con estos versos:

Aunque bese la tierra, señor mío, / en tu nombre mil veces, no te pago / una mínima parte de las muchas / que debo a las mercedes que me haces. / Mi esposa y yo, hasta aquí vasallos tuyos, / desde hoy somos esclavos de tu casa.


El comendador cabalga hacia Toledo en seguimiento de la esposa del otro, que le vuelve loco. Allí coincide con el Rey Enrique y el Condestable. Y con los del carro: el matrimonio Peribáñez, la madrina de boda y una amiga de la novia.


El comendador se las compuso para que mientras el grupo curioseaba el espectáculo del Rey y su séquito, y esperaba el de las luminarias, un pintor retratara a la novia.


Ya de vuelta todos en Ocaña, Peribáñez acepta la mayordomía de san Roque. Para reparar su imagen él mismo se ofrece a llevarla a Toledo en su pollina.


Entretanto, el Comendador y su secretario maquinan la conquista de la madrina a favor del propósito de aquel que no es otro que poseer a la novia.


Con varios intentos fallidos de conquistar la fortaleza (de nombre Casilda), termina el Segundo Acto. En el tercero y final se juega la rendición a vida o muerte.


Da la casualidad de que entonces el Rey de Castilla Enrique III el doliente (o el justiciero) reunía las Cortes en Toledo con la flor y nata de la nobleza de toda España para recabar fondos y hombres a fin de hacer frente al Rey moro de Granada que se negó a pagar parias y a devolver el castillo de Ayamonte.


El Comendador se había adelantado y, hablando con Peribáñez le ofreció nombrarle capitán de cien hombres de labranza. Parecióle que le honraba, sacó su compañía a la plaza y marchó con ella a Toledo. El Comendador se quedó pensando “que amor en ausencia larga / hará el efecto que suele / en piedra el curso del agua”.


Pero antes, Peribañez pidió al Comendador que le ciñera la espada de hidalgo (a la manera que se armaban caballeros) y que cuidara de su mujer y de su casa.

El Comendador se quedó pensando “¡Esta noche has de ser mía,!  / villana rebelde, ingrata, / porque muera quien me mata / antes que amanezca el día”. El que le mataba era el desasosiego amoroso que le embargaba.


Por fin Peribáñez parte para Toledo con su tropa, caballero en una yegua muy hábil para marchar. Deja alojada su gente en Toledo al cuidado de su alférez y regresa rápidamente a Ocaña en la misma cabalgadura. Entrará en su casa, no directamente, sino a través de la de un amigo que linda con la suya. Entretanto el Comendador lleva a efecto su plan de acoso a Casilda entrando hasta su aposento con la complicidad de la prima Inés que le abre la puerta de la casa, traidoramente y estimulada por la promesa de casamiento que la hicieron con un hombre del entorno del Comendador.


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