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EL CANTO DEL CUCO

     En ese transcurso, sin embargo, había una nota de sosiego, de serenidad bien administrada por un cuco que en la profundidad de la noche dejaba oír su monocorde cantata. Aprovechaba la menor pausa en el guirigay para intercalar invariablemente:

-La culeeera; que me traigan la culeeera.


Era la vieja doliente de la 8 que yo tenía enfrente. Me extrañaba que nadie le hiciera caso e incluso intenté en vano dar a conocer mi punto de vista. No estaba la cosa para hacer caso a nadie. Convencido de que lo que pedía mi vecina era la cuña evacuatoria y visto lo visto, me di la vuelta y seguí la rutina mientras recordaba mi soneto:


El eco de la voz que el cuco lanza

se mezcla al espectáculo que cierra

nieve lejana y roble que se aferra

a vivir de este suelo sin mudanza.



Así llegó el cambio de turno de las ocho de la mañana. Lo encabezaba un celador simpático, airoso, con coleta, eficaz y activo y con el mejor sentido del humor que se necesita en casos extremos. Tenía también una bien diseñada y cuidad barba entorno a la boca y un brillante en la oreja. Vamos, no le faltaba nada.


Lo primero que hizo fue tomarnos la temperatura a los pacientes y luego tomársela al patio que estaba bien animado aunque con su poco de resaca de sueño.


Al de la 4 le dijo que ya había llamado a la policía, y que no tardaría en llegar; y siguió:

-¿Es usted conductor?

-Sí, de camión. He traído aquí un camión de fruta y mire cómo me han dejado. Córteme estas amarras que me han puesto, se lo ruego.

-Es que no tengo la llave para abrir esas cadenas. La traerán mis compañeros de turno que hoy entran un poco más tarde.


Y se fue para la vieja de la 8. Entonces me di cuenta de por qué nadie le hacía caso en sus demandas de cuco: tenía puesto el pañal.

-Pero vamos a ver, joven, qué es eso de andar sobre la cama al descubierto y con esa minifalda que se ha puesto? ¿No ve que ahí enfrente hay un caballero que se está dando un buen lote a su costa?

Primero vamos a arreglar lo de la minifalda y luego ya se verá.


El arreglo consintió en limpiar todo lo que hacía falta. Luego hizo un rebujo con contenido y continente, se lo mostró a la doliente y preguntó:

-¿Quiere guardarlo o prefiere que lo tiremos?

Ante el silencio administrativo, continuó:

-Bueno, pues mejor lo tiramos. Lo tiró y a otra cosa, mariposa.


La otra cosa fue que al pasar nuevamente ante el de la 4, quedó atrapado para escuchar:

-Pero si esto que tengo aquí no es una cadena: es una cuerda; córtemela.

-Sí, pero para eso necesitaría unas tijeras.

-Y no ve esas que tiene ahí [que no existían mas que en la cabeza del doliente].

-Bueno, pero es que las que yo necesito son unas de punta roma …

Y se quitó de en medio, cosa que yo aproveché para entrar en escena, llamándolo:

-Ya veo que no tienes tijeras, pero tienes una mano izquierda que, válgame el cielo!

-Se hace lo que se puede.


Entonces fue cuando intervino mi doliente vecino, el barbado de la 5, dirigiéndose al suyo de la 4 como si Don Quijote no hubiera existido nunca. Muy seriamente le conminó:

-El culpable de lo que le pasa es usted mismo. Si colaborara un poco todo sería distinto.


Y ahí se acabó la historia. El cirujano me dio el alta y me la llevé debajo del brazo a casa.

Cuando comentaba la aventura con mi hijo, que está muy acostumbrado a andar entre quirófanos, me aclaró: Aquel dolor fuerte que sentiste a causa de la extraordinaria presión en el manguito, no tenía nada que ver con el tensiómetro. Era el debido al torniquete que te estaban haciendo en el brazo (el izquierdo, el de la intervención) para cortar la circulación de la sangre durante la operación.


Algo así es lo que yo esperaba del cirujano cuando le pregunté al finalizar. Su comprensible respuesta fue, en cambio: “Esos son nuestros trucos”.


Al día siguiente me acerqué al Canoe para informar a la médico que me atendió, del éxito de su diagnóstico. Me despedí también del socorrista deseándole que en lo sucesivo no tuviera que verse en líos como éste que yo había movido.

-No, que va; si a mi me encanta el morbo!


También el mismo día me llamó mi amigo Paco Bustamante que estaba al corriente del asunto.

-Lo primero que he hecho es mirar las esquelas de ABC y al ver que no estaba la tuya me he dicho: éste está en casa, seguro; voy a llamarle.

-Me figuro que el médico te habrá recomendado que te quites del agua que no hace mas que producir trombos y te des al güisqui que es vasodilatador…


Pues con profundo agradecimiento a los médicos, a mi familia, a las organizaciones, a todo lo que ha rodeado tan sabiamente esta aventura, y a mis amigos, naturalmente, colorín, colorado!










Jesús de la Peña

7-12-14