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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Pgs. 1    2    3    

Ay ay ay, que me sabe a Calisay.


La vieja doliente se expresaba así con intensidad 7 en la escala de los terremotos:

- AaahÍ, AaahÍ, AaahÍ, AY, AaahÍ, AY, AaahÍ, AY, AY, AY, AaahÍ, AY, AaahÍull   …

Pude comprobar que el ritmo medio de emisión del dolor era de uno por minuto.

- Mamá, por que no cambias de canción? Oí decir.


La solícita hija no se daba cuenta de que su doliente madre estaba cambiando continuamente su canción: se quejaba dando cuenta de los números primos, los AaahÍ: acentuados suavemente en la primera A y fuertemente en la I. Los otros, los números compuestos AY se entregaban a su fuerte y agudo acento único como si estuvieran hechos de una sola letra.


En verdad la melodía no era tan dulce como el licor Calisay del antiguo anuncio. Y se prolongó todo lo necesario hasta que el calmante hizo su efecto. La calma tardó bastante en llegar.


EL PERPETUUM MOBILE

Como todo el mundo, yo ya sabía que el móvil es un artefacto útil en extremo, que sirve, entre otras cosas, para que uno pueda llamar a su cuñada y decirle que la está llamando. Pero lo que yo he aprendido en la noche de marras es que también sirve para componer música. Claro, esto requiere una preparación por parte del compositor, que hay que explicar.


Mi doliente vecino de la 5 era un joven barbado que tenía calcetines negros dentro de la cama, y bula. Digo esto porque lo de los calcetines saltaba a la vista, pero lo de la bula hay que aclararlo. Cuando quedé instalado en la 6, lo primero que pregunté es que dónde estaba el servicio. La enfermera fue tajante: “Aquí nadie sale de la cama para nada!”. Agaché la cabeza resignado.


Sin embargo mi doliente vecino salía de su cama, se sentaba o recostaba en ella, salía de la sala e incluso paseaba un poco. Siempre con una cierta inclinación de espalda y, eso sí, asido perpetuamente a su móvil como si fuera su abogado: lo consultaba, le hablaba, lo entretenía, lo leía, jugaba con él, le escuchaba … Parecía que fuera un móvil de prescripción facultativa.


La prescripción duró exactamente 12 horas sin solución de continuidad. Es decir, lo que duró ese tiempo fue la preparación para el concierto que había de inaugurarse en la madrugada. Lo que sigue no me lo ha contado nadie: es mi propia conjetura.


De pronto sonó el móvil como lo haría el chiflo del director de un coro cuando mira fijo a todos sus súbditos para darles el tono. Era un tono suave, recatado, pero preñado de persistencia. Acto seguido se oyó el primer ronquido de mi doliente vecino que se expresaba en el tono marcado. A continuación siguió otro acorde del móvil, y luego el de mi vecino. La cosa continuó así perpetuamente hasta el alba: nunca hubo desenganche en la alternancia del tono de los dos ejecutantes, ni picos o valles en la intensidad. Jamás he disfrutado de un ronquido próximo más soportable.


Como supe después, mi vecino era excepcional: no era un doliente post operatorio como los demás; estaba instalado en el preoperatorio de una hernia de disco. Además, como se vera luego, parece que no estaba muy familiarizado con Don Quijote.


EL INDEPENDENTISTA

     El viejo doliente de la 4 hizo su entrada triunfal cargado de tubitos colgantes in y out. Le estaban haciendo un lavado a fondo de la vejiga. Yo no lo veía pero adivinaba su actitud mesurada y tranquila a través de lo que creía ser un diálogo con la enfermera. Estaba equivocado: se trataba de un monólogo degenerativo, de tono creciente y desvarío persistente. Al final se descubrió el pastel a través de sonoros tiras y aflojas como estos:

-Que no se puede usted bajar de la cama porque está conectado a los goteros y a la sonda!

-Pues yo me quiero ir.

-Pero ¿a dónde?

-Al baño.

-No necesita ir al baño porque tiene la sonda puesta; quédese tranquilo!

-Que no, que me voy.

-Si ya le digo que no necesita ir al baño.

-Pues me quiero ir al hospital.

-Bueno, de momento meta la pierna esta dentro de la cama.

-Que no, que me quiero ir!

-Pero no ve que tiene la vejiga llena de sangre? Y le enseñaba un botellón de contenido enrojecido.

-Pues me voy. Me voy al urólogo.


El griterío iba en aumento y cada vez se parecía más a lo que pudieran hablar Rajoy (la enfermera) y Más (el doliente y en este caso, además, demente), al extremo que revela esta pieza:

-No se preocupe, que ya he hablado con su mujer, y va a venir.

-Pero cómo va a venir mi mujer si no es de aquí!

La cosa no solo no se serenaba sino que crecía y crecía en intensidad y griterío. En vista de que no podían retenerle las piernas, decidieron, con intervención de la superioridad, atarle los brazos a los barrotes de la cama para inmovilizarlo conservándole una limitada autonomía.

-Agua, que me den un poco de agua, que me estoy muriendo de sed.

-Un poco de humanidad, que no puedo rascarme el ojo.

-Pero qué he hecho yo para que me hagan esto … Si no he hecho nada!.

-Díganme qué les debo y déjenme marchar.

-Marchar a dónde?

-A donde usted me diga.


Las sinrazones y despropósitos se multiplicaban. Viendo la enfermera que era inútil razonar, cesó en sus intervenciones.

-auxilio!     auxilio!     POLICÍA     auxilio!     POLICÍA    auxilio!


Este último renglón es sólo una muestra de la amenidad con que transcurría la noche.