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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Pgs. 1    2    3    4

Hay un problema grave, dijo Minaya.

En uno de los ejercicios, en el calor de la acometida, uno de los castellanos se había trabado de malos modos con un agareno. Primero hubo intercambio de verbos destemplados. Al fin, el moro había vuelto la espalda y escupido al suelo, despectivo; y el otro, furioso por el desaire, le había ido detrás, dándole una bellaca cuchillada que lo dejó en el sitio.

-¿Muerto?

-Tanto como mi bisabuela.

Resultado: Motines, los jefes de ambos mandos intentando calmar los ánimos. El Cid se fue hasta la plaza de armas. Se hizo paso entre el tumulto para llegar donde estaba el jefe de los moros. Al asesino le habían puesto grilletes en las manos y se lo llevaban. El Cid preguntó al jefe moro: ¿Qué quieren tus hombres?

-Justicia.

-Se hará-

-La haremos nosotros: Ha ocurrido en nuestra tierra. Por eso debemos consultarlo con el rey Mutamán.


El Cid se opuso: eso no es asunto de reyes, sino de soldados. Di una orden a los míos: “Quien mate a un agareno será ahorcado después de amputadas las manos”.


Y así se hizo. Diego Ordóñez le cortó las dos manos de un solo golpe.


Nuestro autor produce aquí un fundido en negro sobre su narración. Luego ya pudo escribir:

Pendía el cuerpo de la horca, donde iba a quedar colgado hasta la puesta de sol.

Yaqub, el jefe moro de la tropa de Mutamán y el Cid iban charlando. Aquel dijo a éste: Mientras mi señor Mutamán me lo orden, te seré fiel. Y añadió: Tengo otro encargo de mi rey para ti.

Tú necesitas pagar a tu gente y ya está dispuesta la primera cantidad como acordasteis.

El judío Arib Ben Ishaq es muy rico y es quien recauda los impuestos para el rey (el Cid lo había visto en el convite de la Aljafería). La idea es que él te de el dinero a modo de adelanto sin interés.

-¿A qué plazo?

-Eso debes decidirlo tú con el judío: el dinero te lo prestaría a ti, no al rey.

El Cid reflexionaba sobre el modo astuto de endosar a otro los pagos: Si la cosa iba bien, todos contentos, Si mal, y el Cid salía vivo, quedaba deudor del judío y no del rey.

El lector está seguro de que el Cid se acordó entonces de los judíos don Rachel y don Vidas que le prestaron 600 marcos cuando salió de su Vivar natal desnudo de bienes (se los habían incautado), camino del destierro. Y no olvidó lo que había dejado en prenda: una gran arca bien cerrada y llena de arena.


Este judío de Zaragoza y su rey eran más retorcidos y menos ingenuos que aquellos de Vivar.


Mutamán “puso a trabajar” inmediatamente al Cid. Era tal el rencor que sentía hacia su hermano Mundir, el de Lérida, que forzó al Cid a una batalla campal contra él y sus apoyos aragoneses y los del conde de Barcelona, que eran muy importantes.

De ese forzamiento se deduce que el Cid no quería una batalla en descampado. La razón que se me ocurre es que debió pensar que de una batalla donde el ejército enemigo va con lo puesto, poco botín se va a poder sacar. Distinto sería una batalla para conquistar una ciudad.


El Cid recordaría el dicho popular de “Vinieron los sarracenos y los molieron a palos, que Dios protege a los malos cuando son más que los buenos”.


Se dio la gran batalla en campo abierto. Fue muy dura; estuvo a punto de quedar en tablas o en derrota del Cid y de Muntamán. Si al fin éstos ganaron fue gracias al arrojo y la pericia del Cid. Resultado práctico: Mundir pudo escapar a Lérida y el conde de Barcelona Berenguer Remont II Cabeza de Estopa, el fratricida, fue hecho prisionero. Parlamentaron el rey y el Cid sobre qué hacer con éste. Convencidos de que nadie iba a pagar un rescate por él, lo soltaron y se fue cabreado.