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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Pgs. 1    2    3    4

Aquel día (el del desafío de Diego Ordóñez), la principal familia de Zamora, los Arias Gonzalo, un padre ya anciano y tres hijos mozos, tomó sobre sí defender el honor de la ciudad con el resultado de los tres hermanos Gonzalo, muertos.

Puedo sospechar que el nombre del pueblo hoy llamado Peleagonzalo es el lejano eco del grito de los zamoranos en apoyo de cada hermano Gonzalo que, sucesivamente, salía al combate con Diego Ordóñez. Se non e vero, e ben trovato.


Antes hemos visto cómo en el reparto de los reinos de Fernando I ya había parias por cobrar. Veamos ahora la justificación de ese hecho según la Historia Universal de Pirenne, Tomo II, págs.. 103, 104.

La ruina de Bagdad provocó la decadencia cordobesa (de su califato) en las postrimerías del siglo X. La corte se escindió en banderías y la guerra intestina era endémica. En las provincias, los gobernadores se erigieron en príncipes hereditarios y fundan pequeños reinos independientes, o taifas. Dividida en pequeños estados, la España musulmana resultó ya incapaz de resistir las impetuosas algaradas de la caballería cristiana que desde comienzos del siglo XI repudiaba la tutela mahometana y fundaba en el norte de la península los parvos reinos de Asturias, León y Castilla.

Paso por alto lo de la jura de santa Gadea cuyos protagonistas fueron Alfonso VI y el Cid y cuyo resultado fue que el primero desterró al segundo. Se dice que la causa no fue el obligado juramento, sino el hecho de que Alfonso VI hizo caso a los enemigos del Cid (los de Carrión) que lo acusaban de quedarse con los dineros de las parias que éste había ido a cobrar a Sevilla por orden del propio rey castellano.


El Cid tuvo muchos enemigos durante su vida y después de su muerte. Yo he leído en algún sitio que mató a su suegro (antes de que lo fuera), el conde de Oviedo, pero es cosa que no he podido confirmar. Y me arrepiento de haber rebotado tal “noticia”.


Existen muchos “historiadores de rebote”, esos que rebotan lo que dicen otros de su cuerda. Aprovecho la ocasión para hacer un “flash forth” a la catalana. Copio del historiador Aguado Bleye, pág. 617:

El jesuita barcelonés Masdeu publicaba (Madrid 1805) el Tomo XX de su HISTORIA CRÍTICA DE ESPAÑA y en él se mostraba heredero tardío de uno de aquellos resentimientos que provocaron las hazañas del Cid: “No tenemos del famoso Cid ni una sola noticia que sea segura o fundada o merezca lugar en las memorias de nuestra nación … De Rodrigo Díaz nada absolutamente sabemos con probabilidad, ni aún su mismo ser o existencia”.

Supongo que este jesuita es el que inspira a los indepes catalanes de hoy la certeza de que El Quijote lo escribió un catalán llamado Miquel Cerver así como la verdad de que Sta. Teresa de Jesús también era catalana.


El caso es que el Cid se marchó desterrado; se fue en plan FREELANCE (soldado medieval que vendía sus servicios a cualquier estado o causa). Bueno, no exactamente, porque el Cid se distinguía de otros mercenarios.


Su marcha determinaba dos cosas: Una despedida y dos lealtades. La despedida está magistralmente captada en el cuadro de Octavio Ferrer Dalmau, el famoso pintor de batallas,, que adorna la tapa delantera del libro: dos miradas que se cruzan de abajo arriba y de arriba abajo, Jimena y Ruy. Arriba, sobre los hombros, la cabeza de un hombre y, bajo ellos, un guerrero. Las dos lealtades del Cid, siempre atendidas, a su esposa Jimena y a su rey Alfonso VI.


Sobre la marcha, al Cid se le pegan muchos incondicionales sabedores de su fama que necesitan encontrar un patrocinador que los mantenga porque, como dice nuestro autor, en la contraportada, todos aquellos, no es que tuvieran “hambre de gloria”, sólo, tenían hambre.


Ahorro intermedios y estamos con el Cid en Agramunt, en visita al conde de Barcelona Berenguer Remont II. Nuestro autor dice de él que “lucía una barbita rubia rojiza con bigote rizado”. Y yo añado que su pelo se debía parecer al de la barba porque lo llamaban “cabeza de estopa”. Y “el fratricida”, porque se quitó de en medio a su hermano gemelo Remont Berenguer con quien tenía en condominio la ciudad de Barcelona. Su mujer se llamaba Mafalda.


El tal Berenguer Remont II trató al Cid y a su gente con desprecio olímpico e insultante, máxime cuando se enteró de que venían a pedirle trabajo. “Malcalzados”, los llamó porque no iban tan elegantes como él.