stás en: SIDI

QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO


Pgs. 1    2    3    4

Y ahí se acabó la historia. Se encaminaron hacia Zaragoza porque habían oído que el rey moro de allí, Mutamán, era buena gente.

-¿De verdad te fías de Mutamán?

-De su padre me fiaba menos, pero el viejo acaba de morir. Como nuestro difunto rey Fernando con Castilla y León, el muerto ha partido el reino entre sus hijos: Mutamán, a quien dejó Zaragoza, y Mundir, a quien ha dado Lérida, Tortosa y Denia … De aquí a nada los dos van a matarse entre sí.

-Por eso es un buen momento para apoyar a uno de ellos.

-Y ¿Por qué a Mutamán?

Es el más fuerte. Y también más serio, más entero … Más hombre. Nada fanático en cuanto a religión. Lo conocí cuando asediábamos Zaragoza. Y él me conoce a mí. Sabe lo que podemos hacer por su causa … Además, a Mundir lo apoyan Sancho Ramírez, rey de Aragón y Navarra, y el conde de Barcelona Berenguer Remont II … Así que, para Mutamán, que tampoco se fía mucho de nuestro Alfonso VI, llegamos como caídos del cielo.

Se acercaron a  la ciudad después de tomar todo género de precauciones y de enviar en avanzada a dos de sus hombres. El Cid, con uno de sus hombres entró para entrevistarse con el rey que lo recibió muy afectuosamente. Entraron a fondo en las cuestiones que a los dos interesaban. Se conocían, pero el Cid pensaba que

Las ideas han de cocinarse despacio, y no en su cabeza, sino en la del otro. Era necesario darle tiempo para que todo encajara de modo conveniente.

Además de otras muchas virtudes tenía la de ser un excelente e infatigable negociador.

-¿Sabes quien es Yaqub el tortosí?

-Pues deberías, porque se trata de un sabio, un filósofo que tengo en mi corte … Sus escritos circulan por todo Al-Andalus. Lo escucho de vez en cuando y lo leo a menudo … Si te interesa puedo ordenar que hagan una copia de su tratado principal.

Mutamán era, además un matemático. Se había adelantado en 600 años a demostrar el famoso teorema de Ceva. Siguió razonando.

Al-Andalus había perdido el espíritu de la Raza que derrotó a los godos. La unidad musulmana era imposible. Sus gobernantes se combatían entre sí, más que a los cristianos, obligados a pagar a éstos tributos para que los dejaran en paz.

-El islam se ha hecho llevadero y poco riguroso (los dos estaban bebiendo vino). No me quejo de eso, pues el mundo cambia. Pero hay quien dice que ese relajo nos debilita y nos deja a los pies de los reinos cristianos cada vez más arrogantes y ambiciosos. Nadie respeta a nadie … Y además está esa gente del norte de África. Esos fanáticos animales.

-Sé que has luchado contra Moravíes (Almorávides) ¿Qué te parecen?

-Más duros, más secos y guerreros.

-Ese es el peligro. Algunos de mis iguales acarician la idea de hacerlos venir cada vez en mayor número, para recobrar el espíritu guerrero que los musulmanes andalusíes, estamos perdiendo. Pero eso plantea un problema serio. Los norteafricanos son gentes sin escrúpulos, a medio civilizar. Basura rigurosa e intolerante.


Lo de “Dios es Dios y Mahoma es su profeta” es aquí una fórmula piadosa, pero allí es un mandato de intransigencia divina.


-La Yihad, repuso el Cid.

-Si … la guerra santa que esos bárbaros llevan en la sangre.

Lo que acabo de copiar puede ser una de estas tres cosas, o ninguna de ellas: Un acta notarial de lo tratado entre el Cid y el rey moro. Una constatación de lo que ocurría allí en aquellos días. O un guiño de nuestro autor en modo flash forth para que el lector se sienta actualizado.


Se pusieron de acuerdo: se necesitaban. Quedó a salvo la fidelidad del Cid a su señor natural, al rey Alfonso VI, y eso resultó garantizado.


Se establecieron las soldadas para el Cid y sus hombres, mitad en oro y mitad en plata, y la distribución del botín: un quinto sería con destino al rey Alfonso VI.


Mutamán invitó a su huésped a una comida a la que asistirían 20 invitados selectos que debían conocer al Cid.


Allí encontró a dos personajes especiales: un judío y una mujer. Él, rico, recaudador de los impuestos del reino y prestamista del rey. Ella, una viuda joven, bien parecida y de buena desenvoltura; era la hermana del rey y no le quitaba ojo. En un momento dado, el moro dijo: