Estás en: Bécquer y Soria

QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO

                                                                                             Pgs.   1    2    3    4    5    6    7


De su fantasía juvenil queda un vestigio encantador, de cuento de la lechera: A sus 20 años, y antes de partir de Sevilla hacia Madrid con unos amigos, hace el siguiente reparto, en miles de reales, con los 270.000 que iban a obtener de su obra poética: "30 para casa, 60 en vestir, 20 para viajes, 40 en comidas y carruajes, 20 en amores y 60 en obras de caridad". ¡Infelices! Aún no sabían que los editores no compraban la poesía del Duque de Rivas ni la de Hartzentbuch o Bretón de los Herreros, y que a Zorrilla, el no va más del momento le pagaban a real el verso. Juan Valera llegó a decir que con todo lo que le pagaron por Pepita Jiménez no hubiera podido comprarle un vestido de fiesta a su mujer ...


Era Bécquer delicado y tenaz, especialmente cuando se aplicaba a la poesía, que le costaba mucho elaborar. No tuvo la facilidad improvisadora de Zorrilla que a su vez, y quizá por ese mismo motivo, no veía en Bécquer un poeta de mérito. Sí tenía éste, en cambio, gran facilidad de pluma para la prosa.


Era pálido, enjuto, nervioso y tímido; enfermizo, de pobre constitución física.

Fue serio; no rechazaba la broma pero la esquivaba. No reía, pero sonreía siempre, incluso cuando sufría. 
Lloraba hacia adentro. Era muy religioso a la manera tradicional. No sabía tener mal humor ni estar a mal


con nadie. 
Era paciente, sufrido, resignado, amante, se acomodaba a todo. Sabía comprender, admirar lo bueno y ocultar lo


mísero. Tenía una gran capacidad de perdón. 
Era muy simpático y atractivo. Esto último en evidente contraste con su hermano Valeriano a quien quería


sobremanera. Baste mirar juntos los retratos de ambos hermanos para detectar inmediatamente la frente limpia de Gustavo Adolfo y el entrecejo del adusto Valeriano. 
Tenía, por fin, un gran sentido del humor como demuestran sus dibujos.



Volvamos, pues, a estos. La colección más significativa es la que lleva por título Los muertos de risa. Tienen el nombre puesto en francés, Les morts pour rire y están subtitulados como Bizarreries, Rarezas. Se encontraron en el álbum de Julia Espín y los firma nuestro poeta como G.A. Becker, con k.


Luego hablaremos de Julia, pero ahora me interesa sólo el contenido de los dibujos: están llenos de esqueletos y figuras grotescas con motivos de todo tipo. Los hay de inspiración goyesca: esqueleto de una mezcla de Don Juan y macho cabrío; corrida de toros con cuadrilla esquelética que rodea a un toro en los huesos y en las últimas; dos esqueletos en duelo a espada; otros dos jugando al tenis con una calavera; una viuda con su difunto, de merienda campestre asentados en la tumba de éste; el poeta dibujando arrullado por su musa y vigilado por la muerte; el sueño que sueña el que sueña, y el demonio de por medio; juntos, el jardín de la vida y el cementerio de la muerte ...


Jesús Rubio nos dice: "Bécquer plasma en ellos sus ensoñaciones predilectas y sus zozobras más inquietantes, que conjura con la risa; es un programa de la visión que tenía Bécquer de la existencia y de la creación artística. Los dibujos de estos álbumes ofrecen un correlato gráfico de los mundos imaginados en las Rimas y en las Leyendas. Así podemos no sólo leer, sino ver los misteriosos mundos ensoñados por el artista sevillano"


Entonces, quien era Julia? 
En la vida de Bécquer hay varias Julias con distinto grado de proximidad, de intensidad y de imaginación o realidad. La


primera fue Julia Cabrera, su amor juvenil sevillano; la segunda, Julia Espín de la que nos ocuparemos inmediatamente; la tercera fue la Julia que Bécquer inventa en Un boceto del natural ("El Contemporáneo", mayo de 1863), y la cuarta es su sobrina Julia Bécquer, la hija del pintor que siempre fue su defensora a ultranza.


Esto de los nombres de mujer repetidos debía ser muy romántico; tal el de Teresa: una hubo en la vida de Espronceda y otra en la de Byron.


En el caso de Julia Espín, la casualidad vino en ayuda de Bécquer para facilitarle dos cosas que necesitaba imperiosamente: amor y trabajo. Un día de 1856, paseando por la madrileña calle del Perro con un amigo, la vio asomada a un balcón. Oigamos la Rima XVI que seguramente es expresión de esa experiencia, aunque con Bécquer nunca se sabe: su insobornable discreción siempre acudió a borrar toda huella personal en su obra. Él decía de sí mismo que era "huésped de las nieblas". Y Julián Marías afirma que Bécquer era una de las figuras más desdibujadas de nuestra historia literaria.


                Si al mecer las azules campanillas

                de tu balcón

                crees que suspirando pasa el viento

                murmurador,

                sabe que, oculto entre las verdes hojas,

                suspiro yo.


Sea lo que fuere, esta Rima es tenida por Dámaso Alonso y por Carlos Bousoño como una de las más perfectas expresiones de la poesía amorosa, amén de su impecable factura formal.


Ello es que Bécquer fue presentado a su musa porque algún amigo de él frecuentaba los salones del padre de ella, que era director de los coros del Teatro Real. En esa casa se reunía la flor y nata del arte madrileño. La propia Julia Espín cantó ópera ante la Reina, pero no se interesó por nuestro poeta; tres años después de muerto éste, casó con el futuro Ministro de la Gobernación.


Bécquer intentó sin éxito darle celos con su hermana Josefina. Lo único que perdura de aquel episodio es el contenido del álbum de Julia: los dibujos de Bécquer. Era costumbre a la sazón que las hijas de las familias anfitrionas requirieran a sus invitados a dejar en sus álbumes preparados al efecto, huella de su arte, ya se tratara de dibujos, poemas, partituras u otras habilidades.


Estamos en 1856 y sabemos que Bécquer pasó de 1854 a 1860 un largo e intenso periodo de privaciones y forzada bohemia. Por entonces escribe teatro y zarzuelas, y aquellos contactos de salón le vienen muy bien. Recordemos Esmeralda, arreglo teatral de la obra de Víctor Hugo Nuestra Señora de París, La venta encantada sobre un tema del Quijote, La novia y el pantalón, zarzuela escrita con García Luna, etc.


A partir de aquí comienza lo fecundo a la par que dramático y por fin trágico de Bécquer y su obra. No será, pues, baladí, detenernos en esas circunstancias que, con apariencia de crónica de salón, tienen en cambio una profundidad de gran significado. Cuando antes me refería a la Rima XVI, nadie piense en una asociación cronológica entre obra y vida de nuestro poeta. En él es todo tan íntimo, tan recatado, tan ajeno a la publicidad, que es muy difícil interpretar su aventura vital.


ANTERIOR                                                                                                                SIGUIENTE

PAG. 4 / 7