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No es que el hipérbaton sea un invento romántico. Bástenos recordar que cuando traducíamos latín, primero teníamos que ordenar, es decir, deshiperbatizar el texto: aquéllos hipérbatos trasponían palabras para llevar el verbo al final, pero hay otras formas, además. De todas ellas usa la poesía romántica. Nuestros clásicos también lo empleaban, particularmente para componer juguetes literarios.


Bécquer había profundizado en las Odas de Horacio, y tal era su empeño, que ya huérfano en Sevilla consiguió que su tío, en situación bien precaria, y aumentando sus privaciones, le pagara sus estudios de latín.


No sé si sería una premonición, pero para hipérbaton, el del propio nombre de Bécquer. Conocemos a nuestro poeta nada menos que por su tercer apellido, el flamenco, que migró por delante de los bien españoles Domínguez de la Bastida. Y otro tanto ocurre con su hermano Valeriano, el pintor.


En la antigua plaza de Herradores se puede leer hoy una placa conmemorativa que reza:


                A la memoria de Gustavo y Valeriano "Bécquer"

                consagra este recuerdo la ciudad de Soria

                en el solar donde moraron.


Solar que ocupa la manzana en que también vivió mi querido profesor de griego Benito Gaya Nuño. Él me enseñó que una sílaba tan breve como ba, tema del verbo baino (βαινω), moverse, podría dar lugar a conceptos tan elaborados como el de hipérbaton, precisamente. Bécquer tiene, como escritor, dos vertientes, a cual más sobresalientes: la de poeta y la de prosista. Ambas se apoyan a su vez en un sólido cimiento intelectual y sobre todo en una exquisita sensibilidad artística natural: le fascinaba la música y dibujaba muy bien.


A Bécquer se le ha clasificado como poeta romántico con proyección post-romántica. En este sentido lo que fue es un innovador que conservó el espíritu del romanticismo pero podando a éste de sus manifestaciones enfáticas de retórica efectista. La profundidad de sus Rimas, tan breves, tan delgadas, son un ejemplo de belleza que para muchos críticos adelantan en primor a la obra de Goethe, Heine, Musset o Lamartíne.


Menéndez y Pelayo incluye entre sus cien mejores poesías de la lengua castellana a dos de sus Rimas: La LIII (Volverán las oscuras golondrinas), y la LXXIII, la del estribillo ¡Dios mío, qué solos / se quedan los muertos!


D. Juan Valera, uno de nuestros escritores más cultos y versados tanto en literatura española como extranjera, también ponía a Bécquer en la cumbre de nuestra lírica. Valera lo conoció personalmente porque ambos escribían en El Contemporáneo de Madrid. Ese periódico dio a la luz las 9 Cartas desde mi celda que Bécquer escribió en el monasterio de Veruela entre mayo y octubre de 1864.


Altolaguirre diría: "Ningún poeta ha contribuido en más alto grado que él a desarrollar la inteligencia amorosa de los hombres". Y es que Bécquer fue un trasunto de Manrique, el protagonista de su Leyenda El rayo de luna:


                ¡Amar! Había nacido para soñar el amor, no para sentirlo. Amaba a todas las mujeres               

                un instante; a ésta, porque era rubia; a aquélla, porque tenía los labios rojos; a la otra,

                porque se cimbreaba al andar como un junco.


Pero habría que añadir que sólo se pueden malograr los amores que se consuman. Asimismo Dámaso Alonso opinaba que Bécquer es el punto de arranque de toda la poesía contemporánea española, al tiempo que Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, cuanto más se alejaban de Rubén Darío, su primer ídolo, se inclinaban más a la lírica desnuda de Bécquer.


Resulta curioso observar cómo la prosa de Bécquer, representada fundamentalmente por sus Leyendas y por sus mencionadas Cartas desde mi celda, tienen detalles de ampulosidad romántica más significativos que los que puedan apreciarse en las Rimas. Si hay un motivo típico para poner como ejemplo, ese es el de una puesta de sol. Decía el propio Bécquer: en Madrid, ni sale ni se pone el sol. Simplemente se apaga o se enciende la luz.


Veamos cómo la escenifica nuestro poeta en una y en otra interpretación:


                mientras el sol las desgarradas nubes

                de fuego y oro vista;                     (Rima IV)

               

                yo soy la ardiente nube
                que en el ocaso ondea                    (Rima V)

                    

               

                el sol besa a la nube en occidente
                y de púrpura y oro la matiza                    (Rima IX)

               

               

                expiraba la luz y en mis balcones
                reía el sol                    (Rima XLIII)



Y ahora, la prosa:


                Las nubes, amontonándose en occidente, envuelven el cadáver del sol en un sudario

                de brumas antes de que descienda a su sepulcro. La noche se adelanta; una noche sin

                astros y sin transparencia.                     (Leyenda El caudillo de las manos rojas).


                El último reflejo del sol, que dobla lentamente la cumbre del Moncayo, desaparece de

                la más alta de las torres del monasterio, en cuya cruz de metal llamea un momento

                antes de extinguirse. Las sombras de los montes bajan a la carrera y se extienden por

                la llanura; la luna comienza a dibujarse en el oriente, como un círculo de cristal que

                transparenta el cielo, y la alameda se envuelve en la indecisa luz del crepúsculo. Ya

                es imposible continuar leyendo. Aún se ven por una parte, y entre los huecos de las

                ramas, chispazos rojizos del sol poniente, y por la otra, una luz violada y fría.

                   (Cartas desde mi celda -la 2-).





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