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Antes hablaba de la influencia de Rubén Darío en A. Machado, pero debo aclarar que se trató más bien de una influencia negativa. El propio A. Machado dice en su prólogo a Soledades (escritas entre 1899 y 1902, que es cuando conoce personalmente a R. Darío en París):


"Yo también admiraba al autor de Prosas profanas el maestro incomparable de la forma y de la sensación (obsérvese, añado yo, que no dice del sentimiento). Pero yo pretendí seguir camino bien distinto. Pensaba yo que el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni el complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu ... Y aún pensaba que el hombre puede sorprender algunas palabras de un íntimo monólogo, distinguiendo la voz viva de los ecos inertes."


Reconoce que no consiguió su propósito, pero dejaba en pie su estética, la que después desarrollaría plenamente en Campos de Castilla. Dice José Mª Aguirre: "En Soledades huye A. Machado del retoricismo, pero no hay sencillez en la claridad de sus versos. Es la unión del espíritu y la forma en el sentido becqueriano, la utilización de un lenguaje que parece directo pero que no lo es".


En el “Arte poética” de Juan de Mairena ya dejó clara A. Machado su preferencia por Becquer o Jorge Manrique frente a Calderón o cualesquiera otros poetas de nuestro Siglo de Oro.


No debo olvidar lo más importante que A. Machado trajo consigo a Soria: Su libro Soledades que como quedó dicho había escrito entre 1899 y 1902. Puesto que en mayo de 1907 había llegado a la ciudad y a finales de octubre o primeros de noviembre publica Soledades, Galerías y otros poemas, tiene ocasión de insertar en el nuevo libro el poema número 9 que titula Orillas del Duero. Es el único añadido soriano a su obra anterior, y un preludio de lo que el Duero, Soria y Castilla habían de inspirarle.


Quiere ello decir que el encuentro con la primavera soriana le bastó a A. Machado para tomar conciencia de una situación nueva en su espíritu. Ni se engaña ni se fascina en falso. Esto es fundamental para interpretar la consistencia, el arraigo del poeta en las tierras sorianas, pobres, salpicadas de cosas humildes, cubiertas de un sol radiante desde el alto azul; pero trascendidas a una España querida:


                Es una tibia mañana.

                El sol calienta un poquito la pobre sierra soriana.

                ........

                Entre las hierbas, alguna humilde flor ha nacido,

                azul o blanca.

                .......

                ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,

                espuma de la montaña

                ante la azul lejanía,

                sol del día, claro día!

                ¡Hermosa tierra de España!


Hemos visto qué trajo A. Machado a Soria. Veamos ahora qué encontró allí. Lo primero, el preámbulo que acabo de señalar. Y ya, pormenorizando, su alojamiento, pieza decisiva en su maduración personal y literaria.


Se acomodó en la pensión de D. Isidoro Martínez, practicante, y Da Regina Cuevas, matrimonio sin hijos instalado en la calle principal de la ciudad, El Collado no 54. El retrato que se traza A. Machado, ya mencionado antes, queda incompleto sin estas elementales precisiones de su patrón: "Era sencillo y afable, algo desaliñado en el vestir, y muy poco exigente".


Hablemos ahora un poco de Leonor. Vivía en Almenar con sus padres pero pasaba muchas temporadas en Soria, en casa de su tía Regina. Con trece años conoció allí a A. Machado quien, según una tercera tía, se enamoró de ella a primera vista. Cuando los patrones Isidoro y Regina se trasladaron a San Pedro Manrique (él haría allí de corresponsal de Tierra Soriana), los padres de Leonor (Ceferino Izquierdo, sargento de la Guardia Civil, e Isabel Cuevas), se mudaron a Soria para regentar la pensión que sus hermanos dejaban, si bien trasladándola de lugar : la abrieron en la calle de los Estudios.


Es claro que allí se consolidó la relación de los futuros esposos. Fueron novios dos años escasos. Leonor era agraciada, inteligente, de escasa cultura, activa; trabajaba diligentemente ayudando a su madre en la pensión. A Machado le sonarían a campanillas del alba sus voces: Don Antonio, que son las nueve; Don Antonio, que ya está la comida ... Y el Dr. Íñiguez, también residente: A ver, este reconstituyente para Leonorcita, que trabaja mucho y está en una edad difícil...


Lo recordaría A. Machado más tarde, una vez muerta Leonor cuando en Caminos CXXII nos dice:


                Sentí tu mano en la mía,

                tu mano de compañera,

                tu voz de niña en mi oído

                como una campana nueva.


El noviazgo fue absolutamente normal. Una declaración de amor, unos celos por parte del poeta y una protesta de amor de la amada quedan reflejados en estos versos de El tren, CX (Campos de Castilla) :


                ¡Y la niña que yo quiero,

                ay, preferirá casarse

                con un mocito barbero!


Leonor, muy femenina, apostilla: yo me enfadé mucho cuando los escribiste, porque tú sabías que no era verdad. Al hilo de esta observación debo hacer una precisión de carácter general a propósito de fechas. Campos de Castilla se publicó, en su primera edición, en 1912, sólo dos meses antes de la muerte de Leonor. Pero, evidentemente, estaban escritos tiempo atrás.




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