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La dedicación a la literatura por parte de A. Machado fructificó en su obra poética más importante: Campos de Castilla. En su obra hay al menos tres poemas distintos titulados Orillas del Duero. Me voy a detener en el CII porque lo considero una buena representación de su poesía.


Es un poema de 52 versos distribuidos en 11 estrofas predominando las de cuatro versos. Métricamente lo integran endecasílabos mezclados a veces con heptasílabos. La rima es consonante con predominio ABAB.


La primera mitad exhibe un estilo nominalista, con media de un verbo por estrofa; las hay que carecen de él, como ésta:


                Y otra vez roca y roca, pedregales

                desnudos y pelados serrijones,

                la tierra de las águilas caudales,

                malezas y jarales,

                hierbas monteses, zarzas y cambrones.


La nómina completa del lugar. En la segunda mitad, ya hay acción.


El argumento se desliza desde una primavera soriana personalizada por el poeta que no queda, naturalmente, al margen de la personalización:


                Primavera ... humilde como el sueño de un bendito


para llegar a un cenit muy del 98 en la mitad del poema:


                ¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!


Siempre se ha dicho que A. Machado fue el poeta representativo de la Generación del 98, pero la verdad es que, aunque cronológicamente podría haberlo sido ab initio, no lo fue hasta que llegó a Soria.


El último verso citado no es otra cosa que la bandera alzada por los noventayochocentistas: el dolor y el amor por España. Es el oxímoron que aventó José Antonio Primo de Rivera al proclamar aquello de "Amamos a España porque no nos gusta".


Lo asombroso es el poco tiempo que necesitó A. Machado para sentir a Soria como tierra suya; y cómo perduró en él ese sentimiento ya para siempre. Tal vez el secreto esté en lo que él mismo nos dice en el poema IX de Campos de Soria:


                Me habéis llegado al alma,

                ¿o acaso estabais en el fondo de ella?


El propio A. Machado había dicho de sí mismo alguna vez: "Soy hombre extraordinariamente sensible al lugar en que vivo. La geografía, las tradiciones, las costumbres de las poblaciones por donde paso, me impresionan profundamente y dejan huella en mi espíritu."


Para él, "Soria es, acaso, lo más espiritual de esa espiritual Castilla, espíritu a su vez de España entera. Nada hay en ella que asombre, o que brille o truene; todo es allí sencillo, modesto, llano ... Soria es una escuela admirable de humanismo, de democracia y de dignidad."


Siguiendo con el poema Orillas del Duero, vemos que presenta una trayectoria sutil desde Soria, luego Castilla, invocada tres veces seguidas en el centro del poema, para terminar con el Duero como compendio de lo castellano que se vierte hacia lo universal, la mar. Así termina:


                ¿Acaso como tú y por siempre, Duero,

                irá corriendo hacia la mar Castilla?


En setiembre de 1910, con unos amigos, hace A. Machado una excursión al nacimiento del Duero. Es lo que todos hemos hecho alguna vez, andando de un tirón o en etapas parciales. Desde Vinuesa, a Salduero, Covaleda, Duruelo, subida a las fuentes y bajada por la Laguna Negra de Urbión, el desagüe de ésta al Revinuesa, y por el camino que baja del puerto de Santa Inés, por fin, al punto de partida.


Para los conocedores del lugar resalto lo del "camino que baja del puerto de Santa Inés" porque en el poema de A. Machado al que voy a referirme enseguida hay un repetido lapsus, extraño en él que conocía el sitio: dice en el tramo que titula Otros días, V,


                "... y bajando por el puerto de Santa Inés a Vinuesa ..."


En Los asesinos, III reincide cuando relata:


                Pasado habían el puerto

                de Santa Inés, ya mediada

                la tarde, una tarde triste

                de noviembre, fría y parda.

                Hacia la Laguna Negra

                silenciosos caminaban.


Digo que conoce el lugar porque en su poema Las encinas (por cierto, toda una nómina arbóreo-poética) dice:


                ¿Quién ha visto sin temblar

                un hayedo en un pinar?


Pues bien, en el puerto de Santa Inés, en medio de los pinos, abundan las hayas. Pero para ir de la Laguna Negra a Vinuesa, o viceversa, no hace falta pasar por dicho puerto que es el que separa las sierras de Urbión y Cebollera.




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