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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Pgs. 1    2    3    4    5    6

De niña creía que los libros habían sido escritos para mí, que el único ejemplar del mundo estaba en mi casa. Estaba convencida: mis padres, que durante aquella época de su vida eran gigantes espléndidos y todopoderosos, se habían ocupado, en sus ratos libres, de inventar y fabricar los cuentos que me regalaban.

Esta descripción me recuerda, con matices, el caso de mi nieta más pequeña que con alguna frecuencia venía a casa a dormir, con sus padres, que la habían provisto de libros sin texto, pero con dibujos muy aptos para la oralidad.


Una noche, acostado yo en mi habitación próxima a la que ella ocupaba, la oí leer un libro en alta voz. Este tipo de lectura formaba parte del currículo de mis padres para enseñar a sus pequeños alumnos que, con la lectura se podía educar la voz, dar sentido a lo que se decía y aprender a decir la verdad: “No mientas”, le podía replicar mi madre a un niño que no pronunciaba bien alguna palabra.


Escuchando a mi nieta me sorprendió el sentido que daba a sus palabras y el ritmo seguro con que las pronunciaba. Como era cierto que no sabía leer me acerqué a hurtadillas para verla. Efectivamente, se detenía, sucesivamente, ante cada imagen muda y le ponía en alta voz el texto oral que le parecía; seguía a la siguiente y hacía lo mismo. Y así sucesivamente hasta que el sueño la vencía. ¡Una maravilla!

De la pág. 125:

Sócrates temía que, por culpa de la escritura, los hombres abandonasen el esfuerzo de la propia reflexión. Sospechaba que, gracias al auxilio de las letras, se confiaría el saber a los textos y, sin el empeño de conocerlos a fondo, bastaría con tenerlos al alcance de la mano. Y así ya no sería sabiduría propia, incorporada a nosotros e indeleble, parte del bagaje de cada uno, sino un apéndice ajeno. El argumento es agudo y todavía nos impacta.

Lo que pasa es que el argumento, además de agudo es falso. Lo de que nuestra sabiduría es indeleble tiene escasa fuerza: No hay más que ver cómo nuestros conocimientos, los que fueron sólidos en su día, se deterioran cuando envejecemos como si fueran de piedra arenisca. Y terminan muriendo con nosotros. Ellos y nosotros somos “el olvido que seremos”.

Ahora mismo estamos inmersos en una transición tan radical como la alfabetización griega. Internet está cambiando el uso de la memoria y la mecánica misma del saber. Tendemos a recordar mejor dónde se alberga un dato que el propio dato. Es evidente que el conocimiento disponible es mayor que nunca, pero casi todo se almacena fuera de nuestra mente.

Y lo peor no es ese almacenaje. Es peor aún saber que dicho almacenaje es provisional. Me explico. Conservando el nombre de mi sitio Web, vengo actualizando su contenido con sucesivas ampliaciones anuales durante más de 15 años. En el último mes ha tenido más de 800 visitas. Su principal característica es que no admite anuncios: sólo el material que yo aporto. Eso me cuesta el dinero que exige mi servidor remoto; no es mucho, pero es algo que he de ingresarle regularmente. El sitio es muy extenso y variado y contiene hasta libros completos de mi autoría.


No merezco la aquiescencia de decenas de miles de megustadores pero conservo el sabor de haber hecho mi trabajo con satisfacción.


Cuando yo cuque el ojo, como diría mi madre, y nadie pague la cuenta, mi obra habrá desaparecido, aunque siempre puedan quedar flecos sueltos conservados en el disco duro de alguien que, a su vez, ha de participar de la ruina del olvido. Así pues, la cosa no es para hacerse demasiadas ilusiones, aunque se dé la rotación de la sabiduría almacenada: lo moderno sustituirá a lo viejo; pero lo viejo, por muy valioso que sea, irá desapareciendo a cada empujón del tiempo; y esos empujones se irán produciendo cada vez con mayor frecuencia.

Pág. 132:

Mi madre quiso enseñarme a leer y yo me negué. Tenía miedo. Mi madre me leía cuentos por la noche. Nuestro pequeño teatro nocturno no correría peligro mientras yo no supiera leer. Lo que de verdad quería era aprender a escribir. Ignoraba que ambas cosas van juntas y se necesitan.