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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Incluso la persona más entrenada y atenta introduce fallos, (errores de lectura, lapsus por cansancio, traducciones mentales, malinterpretaciones y correcciones equivocadas, sustituciones de palabras y saltos y saltos en el texto).

Les juro que esos mis últimos saltos repetidos no han sido intencionados. Los dejo puestos porque son una confirmación de lo que la autora dice que les puede pasar a los copistas. Y yo, en este caso, soy uno de ellos.


Pero eso que ocurre con los copistas profesionales ocurre también con los propios escritores que no son, en definitiva, mas que copistas de otra especie: Son los que copian del pensamiento al papel. O al teclado del ordenador. Es éste una fuente de faltas de ortografía, aparte de las que pueda introducir el teclista. Por ejemplo, la b y la v están juntas en el teclado, de manera que a uno se le puede ir el dedo a donde no debe; menos mal que Word ahora subraya en rojo esas faltas.


Yo soy un gran consumidor de sinónimos; no soporto que en un renglón haya dos palabras iguales. Tengo comprobado que, incluso si esas dos palabras están en dos renglones seguidos, yo las he asentado, por lo general, en la misma vertical.


De este tipo de cosas se ocupa Freud muy concienzudamente en su Psicopatología de la vida cotidiana. Yo recuerdo con mucha simpatía una de mis pifias más sonadas en esta materia. En cierta ocasión tenía que dar noticia en un boletín del cambio que se había producido en la persona del delegado de curso de nuestra Asociación. Con mi mejor intención yo quería alabar, no sé si al entrante o al saliente delegado, refiriéndome a él, con estas palabras que salieron de la imprenta: … nuestro irrepetible delegado delegado …

En la sociedad oral, los bardos actuaban en las grandes fiestas y en los banquetes de los nobles. Cuando un profesional de las aladas palabras interpretaba su repertorio de narraciones ante un auditorio, por pequeño que fuera, estaba “publicando” su obra.

… Imaginemos una escena de la vida cotidiana en el pequeño palacio de un señor local del siglo X a. C. Se celebra un banquete y, para alegrar la noche, el anfitrión ha contratado un cantor ambulante. Cuando las miradas se clavan en él templa en silencio su instrumento, la cítara, mientras se prepara para el esfuerzo de la actuación. Con voz clara acompañada por el rasgueo de las cuerdas, envuelve a todo el mundo en la magia de un relato apasionante entretejido de aventuras y combates.

… El astuto bardo tiene también un repertorio de trucos. Al llegar a la localidad, se ha informado sobre los antepasados de la familia que lo contrata, ha aprendido sus nombres y peculiaridades, para introducirlos en la trama codeándose con los héroes legendarios.

Leyendo esto, uno no tiene más remedio que recordar a don Pedro Muñoz Seca que aunque no vivió en la sociedad oral que trata nuestra autora, “publicó su obra” (toda su obra) a partir del papel desempeñado por el trovador o bardo Renato (don Mendo) que lo borda en su Venganza. Tenemos todos los ingredientes y algunos más de propina.

Mi nota particular sobre  los «tuestes» de don Pero. Siempre me ha llamado la atención esta “tostada” en este sitio. Ahora caigo: en inglés, toast puede significar tanto tostada como brindis. Pero parece que Pero Muñoz Seca ha pretendido lo mismo en su castellano.


Ya tenemos a un bardo ficticio dispuesto a ser protagonista de la sesión. Como de propina, se acompaña de unas bailarinas que corean el estribillo al danzar. Las judías son tan diestras, que no es raro que repitan.

PERO.— (A don Alfonso.)

Señor, de veras lamento

y me duele y me molesta

no poder haceros fiesta

en mi pobre campamento;

pero aunque a todos convoque

no he de hallar, porque no haile,

nadie que cante, ni toque,

ni que recite, ni baile;

que son mis garridas huestes,

huestes de recios soldados

a quienes han sin cuidados

los romances y los «tuestes».


BERENGUELA.


¿Pero es posible, don Pero,

que quien distraiga no haiga?


PERO.— Señora, no hay quien distraiga.


MENDO.— (Avanzando.)


Perdonadme, caballero.

PERO.— (Furioso.) ¡Cielos! ¿Quién osa?

MENDO.— ¡Yo oso!

ALFONSO.— ¡Un trovador!

AZOFAIFA, REZAIDA, RAQUEL,

ESTER Y ALJALAMITA

(Todas a una.)


Era don Lindo García,

el Marqués de Fuente-Amor,

el más noble caballero

de Castilla y de León.

MENDO.-  (Mientras las tres judías

y las dos moras bailan,

recita a compás de la música.)


Era don Lindo García

el Marqués de Fuente-Amor,

el más noble caballero

de Castilla y de León.

Sangre de reyes tenía

y sangre de rey vertió,

que fue don Lindo el que en Clunia

dio muerte al rey Almanzor.

Oro don Lindo, no había,

ni jamás en él pensó,

que el oro con valer tanto,

nunca fue el triunfo mejor

para quien pone en el puño

de su espada el corazón.

Otra nota mía. Como aquí todo es mentira, se le puede perdonar a don Pero Muñoz que dé muerte a Almanzor en Clunia, dado que ni Calatañazor ni Medinaceli caben en el octosílabo.

MENDO.—


En doña Sancha Mendoza,

hija del Conde de Aldoz,

puso don Lindo los ojos,

y con los ojos su amor;

y doña Sancha una noche

a don Lindo se entregó,

porque cantóla una trova

al pie de su torreón,

y era la trova tan linda

y tan lindo el trovador,

que doña Sancha rindióse

con el do re mi fa sol.

Se prepara una problemática fiesta en el campamento del rey Alfonso siete (Alfonso VII el emperador).

El astuto bardo, trovador de mentira, sobre personajes ficticios en los que, a medida que transcurre la fiesta, cada asistente va reconociéndose representado, monta una trama que desemboca en la tragedia que protagonizan todos los personajes asistentes a la velada: La maestría acampando en el teatro.

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