QUIÉN hay detrás

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Pgs. 1    2     

A MAN, A PLAN, A CANAL: PANAMÁ

Mis queridos viejitos: Hoy vamos a empezar por la clase de Inglés. A ver, que salga el listo de siempre, y que nos lea el título. Sale el tío y empieza a leer, pero como está a punto de embalarse, hay que pararlo al grito de: No, así no; de derecha a izquierda!

Vuelve a embalarse y termina el renglón con el comentario que cabía esperar: Pero si es lo mismo!

- Claro que sí, y a eso como se le llama?

- El listo, sin dudarlo: ese título es un capicúa.

- Bueno, sí, ese es su nombre vulgar pero, ¿Quién sabe su nombre científico?

Salió otro viejecito y sentenció: eso es un palíndromo.

No hubo más remedio que quitarle el maillot amarillo al listo y ponérselo al otro. Ya veremos cuánto le dura.

El dichoso palíndromo es uno de los más famosos que se conocen y simboliza, en inglés, la esencia del pueblo panameño (no olvidemos que la Zona del Canal -una franja de 16,2 Km a través del Istmo- estuvo bajo la administración de los EE.UU desde 1903 hasta 1999, casi un siglo).

Panamá, el país, separa los océanos Pacífico y Atlántico, pero su Canal los une. Une el Mar del Sur de Balboa y el Mar Caribe, el de los indios Caribes Caonabó y Guacanagari.

Por cierto, que a mí siempre me llamó la atención el que Núñez de Balboa llamara Mar del Sur a aquel mar que descubrió, pues el Océano Pacífico ¿no está al oeste de América? No será que nuestro descubridor tenía estropeada la brújula?

Pues no, era yo quien la tenía estropeada. Y por si a alguno de vosotros, queridos amigos, le pasa lo mismo que a mí, os invito a completar un test geográfico elemental. Dibujad de memoria, en un papel, sobre las cuatro coordenadas geográficas convencionales, el mapa de América Central con todos sus países entre México y Colombia. Luego me decís lo que resultó.

Por si alguien no tiene a mano un bolígrafo, diré que la culpa de la broma la tiene lo sigmoideo de la América Central. Vamos, que el punto de inflexión de esa serpenteante América está precisamente en Panamá, y que la tangente a esa zona es horizontal: al norte deja el Océano Atlántico y al sur el Océano Pacífico.

Esto, desde el punto de vista macrogeográfico, es correcto, pero Balboa se movía en la microgeografía. Su descubrimiento lo hizo en el Golfo de San Miguel que está, a su vez, dentro del Golfo de Panamá, en la provincia del Darién, y con tantos entrantes y salientes que lo mismo apuntan al N. como al S: Vaya usted a saber dónde vio nuestro descubridor exactamente el mar cuando efectivamente procedía del Norte.

Hablando del Canal de Panamá no se puede evitar traer a colación a los otros dos canales importantes del tráfico marítimo mundial: el de Suez y el del San Lorenzo. Europa está enredada según un extenso plan de canales, pero son fluviales, aunque algunos de gran porte. En Alemania, p.e, se puede ver un gran barco surcando un acueducto en modo de puente elevado sobre un ancho río. Claro que también está el coqueto Canal del Midí en el Sur de Francia, lleno de encanto para los turistas que siguen su ruta.

Continuando con el Canal de Suez, lo primero que se me viene a la cabeza es “La guerra del Canal” que protagonizaron Israel, Francia y Gran Bretaña contra Egipto en 1956. Fue la consecuencia de la unilateral nacionalización del Canal llevada a cabo por el líder egipcio Gamal Abdel Naser que pretendía así financiarse la construcción de la Presa de Asuán sobre el Nilo. Los egipcios, a la desesperada dejaron el Canal inutilizado por el procedimiento de sembrarlo de buques hundidos (se contaron hasta 40).

Por entonces yo vivía en Inglaterra y la imagen del Primer Ministro se asomaba  con frecuencia a la pantalla de la TV en blanco y negro para dar cuenta a la gente de la situación. Sir Antony Eden había sucedido a Churchill en 1955 y dimitió en enero de 1957 a causa de la desafección del país motivada precisamente por la participación británica en la coalición anglo-francesa contra Egipto.

Aquello fue un desastre para la navegación mundial: Fuera de servicio el Canal de Suez, los buques tenían que bordear África por el Sur, provocando un enorme aumento del tráfico marítimo por el Atlántico que favoreció mucho a nuestros puertos de Tenerife y Las Palmas.

Esta situación, que duró 10 años con intermitencias de cierres y aperturas, tuvo otra consecuencia importante para la industria de la construcción naval que podía estar representada en una bandera con leyenda tal como así: “De perdidos, al río!”.

Hasta entonces, los petroleros que suministraban crudo a Europa y América Occidental desde el Golfo Pérsico eran de mediano porte por la limitación que imponía el paso del Canal de Suez. Una vez que esta limitación desapareció, y el Canal también, las mangas y calados de los petroleros se dispararon para dar lugar a buques gigantescos de hasta más de 300.000 toneladas. España se benefició también de esta circunstancia pues desarrolló una próspera industria naval que llegó a ser puntera en el mundo (la cuarta en el ranking mundial): grandes y modernos petroleros se botaban continuamente en los tres principales astilleros de la bahía de Cádiz, y en los de El Ferrol y Sestao.

Yo fui testigo de aquel boom pues a la sazón trabajaba en la industria del aparellaje eléctrico que resultaba imprescindible para el funcionamiento de aquellos monstruos navales con los sofisticados automatismos que ya se apuntaban.

Pasó el tiempo y el Canal de Suez se saneó y amplió hasta poder dar paso, p.e, a los actuales superportacontenedores de la naviera Maersk de hasta 400 m de eslora que hacen escala en el puerto de Algeciras (tiene éste un calado de 18,5 m) en la ruta de Suez hacia el Norte de Europa.

Por cierto, conviene hacer una observación relativa a la comparación de dimensiones entre los últimos gigantes del mar. Mientras se han construido petroleros con tanto calado que no pueden navegar en carga por el Canal de la Mancha, los portacontenedores mayores tienen un calado de “sólo” 16 m mientras que su manga es de 56 y su “calado aéreo” (distancia vertical entre línea de flotación y punto más alto del buque en carga) es tan grande como una casa de 20 pisos.

Como se ve, ese Canal de Suez tiene una larga historia tras sí, desde su concepción por Fernando Lesseps hasta nuestros días. Cuando se ideó ya pendía sobre él una amenaza: su construcción, ¿supondría la desecación del Mediterráneo? Porque si este mar interior, más cálido que el Atlántico, provoca con su evaporación fuertes corrientes desde el Atlántico a través del Estrecho de Gibraltar, no podría ocurrir algo parecido, sino más intenso aún, al ser más cálido el Índico que el Mediterráneo, con una fuerte corriente que dificultaría incluso la navegación por el nuevo Canal desde Oriente?

Pues no; parece que no ocurrió tal, con el benéfico añadido de que la altura del nivel del mar en ambos extremos del Canal es la misma y, además, la orografía del desierto en que sería excavado era fácil de dominar. Ni siquiera era necesario que lloviera en la zona, condición imprescindible en los Canales del San Lorenzo y de Panamá, y muy consonante, en cambio, con un área desértica.

                                 

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