Estás en: LEER

QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO


Pgs. 1    2     

Si pudiera parecer que me he desviado del tema de la lectura, ello será sólo para reivindicar los espacios escritos que nos conducen precisamente a leer.


Ya en ellos, que cada cual se aplique a la lectura según su mejor entender. Désele a leer al niño lo que le guste, lo que haga su disfrute.


En esto, no puedo evitar referirme a una anécdota personal. Hacía tiempo que yo no coincidía con mi nieta más pequeña cuando una noche me quedé sorprendido al oír cómo recitaba un cuento antes de dormirse. Como era muy pequeña dudé si habría aprendido a leer tan precozmente. Pues no; se había aprendido de memoria el cuento completo, de principio a fin, y pasaba las hojas (hay que suponer que ayudándose de las figuras) con la misma precisión y seriedad de quien leyera.


Quien es soñador o imaginativo, aplíquese a la ficción; el sentimental, al melodrama; el inquieto, a la aventura o a los libros de viajes; el reflexivo, al ensayo; el desatento, a la evasión; el hipocondríaco, al drama o a la tragedia; el critico, a la política o a la historia; el de talante investigador, a la novela policíaca; el estudioso, a lo específico de su técnica: literaria, científica, humanística; el introspectivo, al análisis sicológico de personajes, ya sean de ficción o históricos, etc. etc.


¿Alguien piensa que esta taxonomía resuelve la cuestión? Ciertamente, no. Una vez que hemos aprendido la diferencia entre ser y estar nos damos cuenta que quien es reflexivo puede estar cansado de reflexionar todo el día, y en cierto momento le puede apetecer evadirse. Al activo, por variar, puede interesarle el amor ejemplar de Carlos V con su bella esposa Isabel de Portugal, y acudir a la historia para saciar su curiosidad, etc. etc.


Cuando antes me refería al mejor entender de cada cual, estaba pensando en esto: en las diversas combinaciones que se pueden hacer entre la personalidad del lector, su estado de ánimo, y el variadísimo contenido de las lecturas posibles.

Hay sin embargo algunas constantes que conviene destacar. Cuando se recomienda el aprendizaje en el estudio, se está hablando básicamente de aprender a leer. Al estudioso le ha de gustar entender lo que lee distinguiendo el grano de la paja; incluso le debe interesar saber el significado de los acrónimos aunque no sea más que como recurso mnemotécnico.


El lector concienzudo disfruta aprendiendo en sus lecturas, rumiando y recreándose en lo que leyó; imaginando en lo que ha de leer a continuación. Vargas Llosa, de joven, recomponía, reescribía la novela que tenía entre manos. Claro, que él iba para escritor, y ¡Qué escritor!


Escribir es propio de minorías y leer, de mayorías. Hablando de cantidad no quiero olvidar a los lectores voraces: los hay de libro diario, muy cultos, eruditos incluso, inteligentes y de buena memoria. Tienen un metabolismo intelectual fantástico, lo digieren todo.


Los del común, en cambio, tenemos un coeficiente lector de escorrentía muy elevado: nos resbala lo que leemos o se nos olvida. Hay que persistir y no desanimarse. Como digo en otro sitio ello puede tener la ventaja de la relectura provechosa.


Y ahora no estaría de más hacer algunas consideraciones prácticas. En primer lugar está la cuestión de cómo orientarse para elegir lecturas. Por principio yo no me fío de los éxitos de venta: detrás de ellos hay siempre dinero, directa o indirectamente; y éste no es un buen consejero. Yo prefiero algo más crítico y personalizado, y es lo siguiente: Atenerme a la opinión de un allegado o de un escritor de fácil aunque de limitado alcance (en los periódicos, pe), que me resulte de confianza, solvente en el ámbito literario, con cuya lectura yo disfrute; los autores que él recomiende, serán, en principio, los que me convendrán.


Hay a quien le resulta muy útil tener empezados hasta tres libros simultáneamente; y que sean de muy distinto contenido, a fin de aplicarse a ellos según su estado de ánimo y el momento del día (o de la noche): al despertarse está uno mejor dispuesto para el estudio, mientras que una lectura relajante viene mejor antes de dormirse. Por no hablar de las lecturas soporíferas, tan adecuadas en momentos de desvelo nocturno.


Con ciertas lecturas puede uno llegar a perder el hilo si hay muchos personajes en juego. Estoy pensando en La Regenta, en cierto teatro o en la novela rusa, que en ocasiones designa con nombres distintos al mismo personaje según la situación. Los autores suelen subvenir a esta necesidad, pero no está de más que el lector esté atento a hacerse su propia lista privada para mayor comodidad.


No se puede leer siempre de la misma manera. Quien haya aprendido la técnica de la lectura rápida estará en las mejores condiciones para encontrar en un texto más o menos extenso, y en poco tiempo, algo que necesita sobre la marcha. Las columnas periodísticas, el ancho de línea pequeño y la facilidad que brindan los procesadores de texto para estrechar la mancha de texto, facilitan la concentración del lector en el centro del renglón con la precisión suficiente para el propósito de búsqueda.


Leer hoy un poema es como contemplar un cuadro abstracto. En ambos casos el autor nos ofrece la posibilidad de superponer a su obra una segunda capa sobre la que nosotros componemos nuestro propio poema, o el cuadro nuestro, el que nosotros estamos viendo, que no es precisamente el que está allí ni el que puedan estar viendo los demás. Leyendo de esta manera nos podemos transportar a lo inefable de la poesía.

En el fondo la lectura es esto, interpretación. No la interpretación teatral que es precisamente lo contrario puesto que ese oficio de interpretar encadena al actor con el autor.


La lectura, en cambio, desencadena al lector del autor. Como aquel no tiene que dar cuenta de su acción ni a éste ni a nadie más, queda libre para incorporar a su lectura todas las morcillas que le plazca, si tiene imaginación. Si no es ese su caso, se dejará llevar plácidamente por la lectura sin mayores complicaciones.


Se puede leer por puro placer de encuentro con la belleza literaria: el recreo en la palabra justa, sencilla, sin rebuscamiento, sin anacolutos, bien puesta en su sitio, sin cacofonías ni reiteraciones, con gracia y soltura ...


O puede buscarse la profundización en un conocimiento y entonces interesará mucho al lector que allí haya sustancia, rigor, orden y claridad de ideas, buenos razonamientos.


Que no haya sofismas ni parcialidades, que se note que el autor se tomó en serio lo que trata y acudió a fuentes acreditadas para exponerlo. Eso hará pensar al lector que no se equivocó al considerar solvente su lectura. Y esto vale tanto para quien ahonde en la historia, las matemáticas, la filosofía o la gramática.


Si el lector necesita algo que le lleve a avanzar pasando páginas sin cesar, nada como una novela policíaca o de intriga; pero que no tenga excesivas complicaciones que puedan llevarle a perderse o a abandonar: ha de sentirse a gusto dentro de la trama, como un personaje más de ella.


El lector que haya sido cuidadoso y conserve los libros que en su momento le gustaron, tendrá la ventaja cuando llegue a viejo de poderlos releer para volverlos a saborear. Este es privilegio de viejo con memoria flaca.


Una lectura muy sana y recomendable es la de los diccionarios. A falta de otros ejercicios gimnásticos, puede convertirse en uno fácil de sobrellevar cuando se resuelven pasatiempos. Levantarse de la poltrona, ir a la librería, escoger el tomo correspondiente, escudriñarlo y volverlo a su sitio, puede convertirse, además, en una experiencia que ilustra mucho: en los aledaños de lo buscado siempre suele encontrar algo de interés quien sea un poco curioso.


Esto por lo que se refiere a los diccionarios enciclopédicos, porque luego están los otros, que, debidamente utilizados nos enseñan a leer bien y a escribir mejor. Piénsese en un diccionario ideológico (tan útil para resolver criptogramas), uno de uso del español (el María Moliner), o el de la Real Academia, que es, sin alardear de ello, un diccionario de autoridades; o uno de sinónimos, u otro etimológico ...


No quisiera olvidarme de la fisiognómica de la lectura. Como quiera que es ésta alimento espiritual, comparte con el hecho material de comer, sus connotaciones gestuales. Quien ha visto un gesto  más serio que el de un niño mamando? Pues bien, esta seriedad, fruto de la concentración y de la dedicación absorbente al libro que tiene entre sus manos, es característica de quienes pasan ratos largos en los trayectos del Metro. Lo cual indica que no parece que haya hoy muchos humoristas de pluma: de haberlos, ya se habrían notado destellos de relajación facial en los transportes públicos.


Y una última consideración inspirada en un artículo de M. Rodríguez Rivero en el diario ABC. Leer es un placer diferido: en general, ese placer sólo se consigue con un duro aprendizaje, no hay que engañarse.


Para terminar, querido lector, un consejo: olvida todo esto y lee.


ANTERIOR                                                                                    

                                                                    PAG. 2 / 2