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QUIÉN hay detrás

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Incidentes; 639


Con esto termino mis comentarios, que ya me he alargado demasiado. Pero no el libro que, enganchado como me tiene, me ha de llevar hasta su final.


Visto lo que nos cuentan compatriotas nuestros, jueces, abogados, etc. y el norteamericano Lippman sobre el uso del lenguaje, viene muy bien este rociado de sal yodada que, con su gracia comprensiva usa Lázaro Carreter cuando las cosas se ponen irremediablemente desesperantes.

Parecen cosas imposibles, pero ocurren; debemos ir acostumbrándonos a convivir en la confusión de Babel, consistente en que según algunos exégetas antiguos, un descendiente de Noé pedía agua y le daban una sandalia o le vendían una cabra. Siempre me pareció una explicación pueril, pero empiezo a encontrarla razonable, ante compatriotas nuestros que viven de hablar y escribir.

No voy a terminar sin hacer una referencia a los artículos que en las páginas 501 y 504 dedicaba  nuestro autor a las instrucciones traducidas al español que recibimos los hispanohablantes cuando compramos cualquier cosa o servicio. Estas traducciones suelen venir acompañadas de otras destinadas a hablantes de los idiomas más importantes que hoy se usan.


No entro en la calidad de estas últimas, pero sí en las que tienen el español como destino. La mayoría de ellas parte, seguramente, del inglés como idioma fuente. Pero las que nos afectan a los hispanohablantes suelen ser tan malísimas (nuestro autor pone numerosos ejemplos) que llevan a F. L. Carreter a exclamar

En ello se manifiesta el desprecio que inspira nuestra lengua … Y revela el desdén hacia una clientela que, por el trato idiomático que recibe, se juzga de quinta clase.

Mi solidaridad con nuestro autor es total y deseo ilustrarla añadiendo una de mis recientes experiencias. El año pasado hacía yo un estudio sobre la curva Cisoide de Diocles para el cual necesitaba cierta información que busqué en Internet. Creí encontrarla en una URL que parecía ser una traducción al español de un supuesto original anglo-wikipédico (por el resultado llegué a la conclusión de que alguien había hecho trampa a Wikipedia).


En cualquier caso, el traductor decía unas cosas que se me hacían absolutamente incomprensibles; llegué durante un rato a la conclusión de mi incapacidad de entender a Newton en una cuestión demasiado complicada para mis entendederas. Hasta que di con la madre de todos los dislates al leer, indubitablemente en el texto de la URL “el pecado de ψ”.


Cualquiera que haya leído la primera página de un texto de trigonometría en español sabe que el seno de un ángulo A se denomina “seno de A”, que es abreviado como “sen A”. En inglés esto mismo ocurre con “sine” y “sin”.


Lo que pasaba con el traductor es que debió de pensar que “trigo no metría” es el arte de “no medir trigo” y, se encontró en el texto inglés con la expresión “sin ψ”: no lo dudó el menguado traductor que, al parecer, sí sabía que en inglés sin es lo mismo que en español pecado.


GAUDEAMUS


Terminada la lectura del libro me voy a permitir un epitafio para él apoyado en la gracia que contiene su página 702. Gaudeamus igitur, / iuvenes dum sumus. / Post iucundam iuventutem, / post molestam senectutem, / nos habebit humus.

Hay muchos prevaricadores en todos los gremios. El de los necrólogos, sin alejarnos demasiado… Un gran periódico de la corte evoca a una famosa dama fallecida en diciembre, con esta explicación: “Sus restos fueron inhumados el día 28 y, por su voluntad expresa, serán esparcidos en el mar”…

¿Pensará el autor de la noticia que los restos fueron ahumados?

Inhumar es, simplemente, enterrar, porque humus era “tierra” en latín, y para esparcir un cadáver inhumado habría que exhumarlo previamente, trocearlo y hacerlo picadillo. Sólo así se le podría dispersar y aventar y desparramar sobre las olas. Si se tira al agua un muerto entero, es evidente que no se le dispersa: simplemente se le chapuza. ¿Ocurrirá que el informador piensa que inhumar equivale a incinerar? Es de temer: Este escribidor vio en inhumar (del latín humus, “tierra”) el humo (del latín fumus) por la humareda que soltamos cuando nos meten en el horno. Pero aquí no es el humo fugitivo lo que importa, sino el montoncito de ceniza. Eso es lo que puede esparcirse.

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