QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Título: HISTORIA DE LA VIDA DEL BUSCÓN.

Autor: Quevedo.


Buscando en el baúl de mis cosas olvidadas encuentro esto que escribí en el año 80 para un amigo que me lo pidió, no recuerdo para qué, cuando él estudiaba en la Facultad de Historia de la Complutense. Y me lo encuentro, una casualidad más, cuando acabo de leer las memorias de un colegial, de Astrana Marín, que a su vez era un forofo de Quevedo. No he podido evitar recuperar mi viejo texto que decía así, más o menos.


Decir que El Buscón es una obra de arte no añade nada, ciertamente, a la gloria de Quevedo. Vamos a decir, no obstante, todo aquello que nos sugiere, que es mucho, sin duda; y para ello nos pondremos nuestros propios quevedos: Los de ver lo social, lo literario, lo histórico, el lenguaje, el humor …


Pretendemos no hacer daño a la obra con nuestra impertinencia analítica. Una obra como El Buscón es para leerla, contemplarla y disfrutarla. Un paisaje montañoso atrevido en su variedad y grandeza no nos invita a un análisis geológico de sus entrañas. En esta ocasión, sin embargo, nos vamos a acoger al espíritu del propio autor. Estamos seguros de que Quevedo, tan agudo crítico de su entorno habría de disfrutar viendo su obra analizada.


Y con esto, sin más, pasamos a destacar el que se nos antoja rasgo más notable de esta obra tal como la vemos hoy: su proximidad, una proximidad de múltiples vertientes. En números redondos podemos decir que se escribió hace 400 años y, sin embargo, en ella perviven nombres de la toponimia madrileña que rezuman la misma frescura y actualidad que hoy puede evocar un dominguero: Cercedilla (etapa en el camino del protagonista, desde Alcalá a Segovia para encontrarse allí con su tío el verdugo), el arroyo Torote, la Casa de campo, el Puerto de La Fuenfría … Gracias sean dadas a los políticos actuales que no se han dado cuenta de que aún les quedan muchos nombres por cambiar.


Otra presencia que se nos trae es simplemente la del hombre: Y es que 400 años en el peregrinar cósmico de la humanidad son nada, y esto lo captó magistralmente Quevedo; cuando analicemos la componente social de la obra veremos cómo, efectivamente, el género humano no ha estado parado todo ese tiempo, pero lo que nos interesa destacar ahora es cómo el hombre marcha llevando como equipaje su propia naturaleza de afectos, inclinaciones, actitudes, tendencias, en suma, todo aquello que le es más cercano a su esencia y que, con variantes, se repite a lo largo del tiempo. Y aún este aspecto se pone de manifiesto con proyecciones universales o nacionales, específicamente, españolas.


Hay también la proximidad del lenguaje, y es una lástima que ella no sea mayor; y no lo es por culpa nuestra, que no por la de Quevedo. Contra lo que pudiera parecer, el enormemente rico lenguaje de Quevedo está vigente hoy en nuestra lengua, aquí o en América; y no nos referimos solamente a vocablos: Hay expresiones a las que Quevedo daba una estructura semejante a la empleada por nuestros jóvenes de hoy. Se constata además que la conservación de la riqueza lingüística se da mucho más en el ambiente rural que en el urbano, tal como se verá después.


Por último, la proximidad en el humor que nos brinda El Buscón es realmente singular. Viendo hoy las cosas como son, no nos cabe la menor duda de que los grandes maestros del humor contemporáneo tienen un antecedente en Quevedo; lo veremos luego con mayor detalle.



LO HISTÓRICO

Es obvio que El Buscón es una obra histórica, pero como Quevedo era un hombre de profunda y extensa formación universitaria, esto lo echa de ver en el rigor y coherencia de lo que escribe. Así, el tema de la Inquisición aparece continuamente, y sobre él, Quevedo no hace chanza.

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… mira si hay camino para excusar el acusarme, que me moriré si me veo en la Inquisición.

Podría pensarse que con los años transcurridos desde los Reyes Católicos, y dado el carácter liberal y crítico de Quevedo, el tema del Santo Oficio podría aparecer tratado aquí de manera más ligera. Pero no; se ve que el asunto de la quiromancia y el de la pureza de sangre, mezclados con la religión, continuaban con gran fuerza siendo competencia temida de la Inquisición.

… que está presa en la Inquisición de Toledo, porque desenterraba los muertos sin ser murmuradora.

“Desenterrar los muertos”, según el Diccionario de Autoridades significaba “Murmurar de ellos, descubrirles las faltas y defectos que tuvieron”. La madre de El Buscón no era murmuradora de esa calaña pero desenterraba físicamente piernas, brazos, cabezas y cosas semejantes que gozaban de un inmenso poder para las hechiceras.


Leyendo la novela histórica La gloria de Don Ramiro se ve que ya desde Felipe II eran famosos los autos de fe de la Inquisición Toledana. Incluso puede que en tiempos de Quevedo, la Inquisición tuviera renovada agresividad como consecuencia del racismo antimorisco que propició antes Felipe III. Nada nuevo bajo el sol: algo muy parecido es lo que se vive ahora (2016) en la Unión Europea con motivo de la entrada masiva de inmigrantes sirios. Véase lo que he escrito hace poco cuando reseño el Persiles:

Cuando Cervantes escribió el Persiles estaba en plena efervescencia la cuestión de los moriscos y su expulsión. Entre otras razones porque sobre todo en Valencia actuaban como quinta columna de turcos y berberiscos que hacían sus incursiones para llevarse cautivos con sus bienes a moriscos cristianos y cristianos viejos.

… y vienen acompañando, según he oído decir, a una espía francesa, y aún sospecho, por lo que les he oído, que es -y bajando la voz dije- de Antonio Pérez.

Escribir una espía no quiere decir que se tratara de una mujer; el sustantivo se tenía como del género ambiguo y, lo mas probable es que se tratara de un hombre. Algo semejante ocurre en Larra con la palabra centinela.


Parecería incoherencia histórica situar, en tiempo de Felipe IV, al personaje más famoso del reinado de Felipe II. Sin embargo, sabemos que El Buscón fue escrito entre 1603 y 1608, es decir, mucho antes de publicarse; asimismo es conocida la fecha de la muerte de Antonio Pérez, 1611, precisamente en su destierro de París. Se ve, pues, una vez más, el rigor histórico de Quevedo.


Existe en El Buscón una connotación curiosa hacia portugueses y catalanes, las dos nacionalidades que en su tiempo se desgajaban de España; y eso que fue escrito alrededor de 30 años antes: En 1640 Cataluña se erige en república independiente. Parece, pues, que el olfato de Quevedo olía de muy lejos.

El portugués se llamaba o senhor Vasco de Meneses, caballero de la Cartilla, digo de Christus.

Ya aprovecha Quevedo la ocasión para caricaturizar a nuestros vecinos que, aún hoy es fama que gustan de grandezas aunque sólo sean de nombre.


Notemos el humor corrosivo de Quevedo a propósito de lo “de la Cartilla”. Christus se llamaba a la cruz puesta al comienzo de la cartilla escolar infantil. Y también era el nombre de la Orden más preciada en Portugal. Nuestro autor no está seguro de si el tal portugués merecía tan alto honor o más bien estaba aún en los rudimentos de las primeras letras.


Del catalán nos ofrece el estereotipo, también hoy vigente, del personaje que todo lo reduce a trabajo y dinero. Y remata:

… el catalán, el cual era la criatura más triste y miserable que Dios crió.


El adjetivo miserable tiene en español, como en inglés, dos acepciones bien distintas: Ruin, canalla, o desdichado, abatido.  Espero que Quevedo pensara en la última.


Ahora soy yo el que aprovecha la ocasión (2016) para sacar a colación a catalanes y portugueses en unos momentos en que el tema de la independencia de Cataluña está al rojo vivo. Me consta que hay catalanes que escriben cosas en Internet (los asuntos son irrelevantes) en español, catalán y portugués. Tengo mis dudas de si no se tratará de la reacción a que el Rey Felipe VI lo único que ha hecho es cambiar de sitio el palo de Felipe IV.


Para concluir este apartado vamos a resaltar cómo Quevedo aprovecha su erudición histórica:

… criado con hambre desde niño –como el otro rey con ponzoña– os sustentáis de ella.

Se refiere aquí a Mitrídates, rey del Ponto, que se había habituado a ingerir ponzoña para que no le afectara ningún veneno.


Esta HISTORIA recuerda la historia de aquel gitano que no teniendo para dar de comer a su burro decidió acostumbrarlo a no comer. Cuando ya estaba casi acostumbrado, se le murió.