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Llegó una mañana con la pierna derecha estirada sobre una tabla que salía del asiento de su silla de ruedas. Una prótesis un tanto historiada mantenía inmovilizada la rodilla recién operada: Se había roto la rótula de arriba abajo. Le colocaron de espaldas a la pared porque no cabía en las mesas del comedor; la comida se la servían en una bandeja portátil como las usadas para los enfermos en cama.


Hablé con él cuando a los pocos días observé con alivio que empezaba a caminar con la prótesis puesta; la tabla horizontal había desaparecido pero andaba con la pierna tiesa y con sumo cuidado y temor. Le transmití mi alegría por el éxito y me respondió: “Esto es sólo andar con pequeños pasos y muy despacio”.


Su respuesta me hizo reaccionar repentinamente de forma que no es habitual en mi, que soy lento de reflejos, y le dije: “Ánimo, hombre, mira lo que dijo Neil Armstrong cuando puso un pie en la superficie lunar: «Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad». Se rió y siguió mejorando.


Pasaron algunos días, no muchos y su mejoría era notoria; coincidíamos en el gimnasio de fisioterapia. Una tarde, cuando ya andaba suelto y desinhibido, me acerqué a hablar con él:

-¿Qué tal?

-Muy bien; ya me voy mañana.

-Oye, y ¿cómo te lo has hecho?


Se trataba de un hombre joven maduro, si es así como pudiera calificarse. Lo digo porque aquí, entre tanta vejez, lo que se llevan son las caídas. Yo mismo, antes de venir a esta residencia ya me había caído varias veces, dos de ellas por culpa de un par de milímetros. Una, por tropezar con una baldosa que sobresalía de su contigua esos dos milímetros y, otra, por cambiar de zapatos de distinto grosor de suelas.


Yo continué con mi pregunta: ¿Una lesión deportiva? ¿Un accidente?


-Verás, yo, deporte he practicado mucho durante toda mi vida: particularmente, fútbol, baloncesto, tenis y, últimamente, pádel.

Me han zurrado duro, sobre todo en el fútbol, pero nunca hubo consecuencias serias …


-¿Entonces?


-Fue en casa; tropecé con una silla y me caí. Eso fue todo.


Le conté mi experiencia al respecto.


El año 1957 yo tenía que visitar una fábrica en Hamilton, provincia de Ontario, Canadá. Tomamos la autopista desde Pittsburgh para el norte, hacia Búfalo y pasando por las Cataratas del Niágara, llegamos a nuestro destino. Me sorprendí al observar que en el Canadá anglo parlante todo en su aspecto se correspondía con la Inglaterra que yo había vivido pocos meses antes, en vez de la semejanza que yo esperaba, con los EE.UU.


En el regreso era inevitable visitar las famosas cataratas. Y las visitamos desde el pequeño barco que nos acercó hasta que la nube de rebote que el agua producía en su caída nos nubló la vista. Naturalmente, nos habían impermeabilizado a conciencia. Eran las cataratas canadienses, las de forma de herradura, no las otras, las americanas. Allí, la frontera entre los dos países tiene un trazado bien enrevesado.


Una vez desembarcados nos acercamos a ver otras cosas notables del lugar: ... Se destaca de los otros el que el río Niágara presenta antes de desembocar en el lago Ontario. Es un meandro sorprendente en extremo, pues se extiende a los 360º de la circunferencia. Al entrar en él por la rivera izquierda las aguas profundas (38 metros) que fluyen muy rápidas por una garganta desde las cataratas, hacen el remolino natural de 360º para salir de él a través de un barranco profundo y encaminarse hacia el lago. Lo del barranco ese es una pobre explicación de la oculta orografía subacuática que es la que produce el natural giro rápido y fascinante de las turbulentas aguas.


Ya advertí antes que la frontera USA-CANADIENSE tenía aquí un trazado raro. Esta es la ocasión de confirmarlo: Los dos anclajes del funicular que admiramos están en el lado canadiense (rivera izquierda del río Niágara), pero la recta que los une, la que sigue su barquilla, cruza varias veces la susodicha frontera. El funicular se conoce como el Spanish Aerocar o Funicular Español. El ingeniero de Caminos español Torres Quevedo lo diseñó y construyó hace más de cien años entre los puntos de entrada y salida del remolino con el fin de que desde su barquilla transbordadora sus 35 pasajeros pudieran contemplar la singularidad de aquellas aguas revueltas. Hoy sigue funcionando.


La extraña e invisible frontera bajo el funicular que antes cito, seguramente no obedece a capricho, sino a que sigue la disposición normal de una cordillera fronteriza. Algo así como si los Pirineos estuvieran completamente cubiertos por el agua. La combinación de la oculta orografía subacuática ya referida que aquí podría tomar el nombre de cordillera (serie de montañas enlazadas entre sí), y del enorme caudal de agua que entra en ella, origina el remolino.


Lo otro que visité fue el Museo de las cataratas en el que se podía ver la variedad de artilugios que algunos chiflados habían empleado para dejarse empujar en caída libre por el agua desde lo alto, y los relatos de cada aventura.


El museo estaba ubicado en lo profundo de la garganta aguas abajo de  la catarata canadiense y en la margen izquierda del río; allí no había posibilidades de ampliación así que parece que después de mi visita el museo fue trasladado arriba, a terreno abierto.


Referiré lo que de los relatos leídos siempre he conservado en mi memoria: “Un fulano se metió dentro de un barril especial y se tiró aguas abajo de la catarata, sufrió diversos duelos (dolores) y quebrantos (grandes dolores) [olvide el lector la dieta de don Quijote], y al cabo de unos meses quedó como nuevo. Poco después, estando en Australia, y andando por la calle pisó una piel de naranja, resbaló en ella y se cayó con este resultado: pierna rota e infectada, herida gangrenada, amputación de la pierna, complicaciones clínicas y muerte.”


Recuerdo que ya entonces me llamó la atención lo de la piel de naranja. En primer lugar porque esta denominación es confusa pues tanto puede aplicarse en relación con la celulitis (infección de la piel humana) que con un típico defecto en la pintura de los automóviles. Ahora que intento actualizar todo esto no he encontrado en Internet nada que haga pensar en propiedades resbaladizas de las peladuras de naranja. Sí, en cambio, hay abundantes detalles de lo resbalosa que es la cáscara de plátano, en coincidencia con lo que cualquiera ha podido experimentar.


Como Wikipedia no ha existido hasta 2001 y el relato del suceso que ahora se puede leer en ella habla también de la piel de naranja, ello quiere decir que Wikipedia transcribe el texto que yo leí en aquel museo y que ha quedado como fuente de todos los comentarios posteriores. Eso me ratifica en el error de fuente que yo presumía: debería de ser un plátano y no una naranja.


En cambio, Wikipedia sí desmiente mi recuerdo: El resbalón no se produjo en Australia sino en Auckland, Nueva Zelanda. Bobby Leach (1.858-1.926) fue el primer hombre que consumó la hazaña de tirarse por las cataratas en 1911. Una mujer de 63 años, Annie Taylor, lo había conseguido diez años antes.


Mi amigo, el de la rótula rota, quedó agradecido de mi información y muy contento de su mejor suerte.