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DIOS Y EL MUNDO


La crítica, por así llamarla, de este libro (DEBOLSILLO, 3ª edición, enero 2007), no va a ser una crítica convencional. Y será así por el hecho de que el libro tampoco es convencional ni por su estructura, ni por su contenido. Es éste de tal extensión y profundidad que no puede llegar a sus propios límites, pero por eso mismo deja al lector margen para reflexionar y contrastar sus ideas con las del autor. Sólo en algunos y muy limitados campos. Resultaría imposible abarcarlo todo, aunque sólo fuera en una mínima medida.

     

El libro ha tenido para mí tres provisionalidades. La primera debida a un amigo que me lo llevó a nuestra tertulia para que le diera un vistazo y me lo quedara si me interesaba leerlo. La segunda vino después: leí sus cien primeras páginas, me interesó, se lo devolví y me compré un ejemplar. Que leí también provisionalmente hasta el final. La lectura definitiva (que hice en tres pasadas sucesivas) vino después, al escribirlo. Y lo que sigue es el resultado.

     

Asimismo le adscribiría dos sorpresas. Una de forma y otra de fondo.

     

Lo primero que llama la atención es la inteligente manera de estar construido: Un periodista alemán laico independiente, Peter Seewald (PS), hace preguntas al Cardenal Ratzinger (CR), y éste las contesta. Naturalmente, todo está pactado. Sin embargo, lo más importante en mi opinión no es que PS sea independiente, sino que además es un descarado. A lo mejor las dos cosas quieren decir lo mismo, pero dejo constancia por si acaso. Hay que suponer que el descaro también forma parte del pacto. Debo matizar que ese descaro, que es notorio en toda la primera parte, se torna familiar-reverente en las otras dos partes del libro, las que, simplificando un tanto, podríamos decir que tienen que ver con el Nuevo Testamento.

     

En segundo lugar, sorprende y relaja ver que unos humanos que no tienen de divinos sino que son humanos, traten con tanta desenvoltura y desparpajo temas tabú. Y más aún tratándose del CR con fama (seguramente inmerecida) de rígido, integrista, guardián a ultranza del dogma y la moral (martillo de herejes se le hubiera llamado en otros tiempos). Parece que a pesar de todo, el cardenal se presta a este juego al objeto de desdramatizar las cuestiones.

     

Las sorpresas derivan del hecho de que durante tanto tiempo se nos ha acostumbrado a venerar, respetar, adorar, admirar lo sagrado, el misterio, lo divino (y claro, todo lo humano que se le pueda asociar), que cualquier salida del orden establecido era impensable.

     

Y aquí llegamos al fondo: desdramatizar no quiere decir banalizar. El CR es un erudito y sabe muy bien lo que dice y por qué lo dice. Otra cosa es que, a pesar de todo, no se salga un milímetro de la ortodoxia. Todo sigue igual, pero dicho con una amabilidad natural hasta ahora desconocida.

     

Pondré tres ejemplos de las respectivas cosas a que me he referido: 1.- El descaro. 2.- La desdramatización. 3.- La mantenida ortodoxia. Y terminaré con otras cuestiones.


1.- El descaro


     En la pág. 18 PS pregunta: ¿Era Jesús católico?

Y el CR responde: No podemos afirmarlo con mucha seguridad, porque Él está por encima de nosotros.

Respuesta inteligente a pregunta descarada, ma non tropo. La respuesta que nos interesa realmente hoy es la que corresponde a la descarada pregunta no formulada: “¿Ud. cree que Jesús se haría católico ahora?”


     En una de esas preguntas sin signos de interrogación que ahora hacen los periodistas, PS le plantea al CR con irreverente soltura:

     Cuando Moisés regresa de la montaña sagrada, el pueblo baila alrededor del becerro de oro. Lleno de ira por la idolatría, el paladín de Dios destruye las tablas de la ley. … “Recorred el campamento, id de una parte a otra”, ordena Moisés, “que cada uno mate incluso al hermano, al amigo y al vecino.”

     Así pues, la historia de los diez mandamientos comenzó, en el fondo, con una enorme violación del quinto mandamiento: “No matarás”. En realidad Moisés debería haber sabido hacerlo mejor.

     

El CR responde afirmando la prioridad del primer mandamiento, el que ha llegado a nosotros como “amarás a Dios sobre todas las cosas”, por encima de todos los demás (quinto incluido, claro), y haciendo una transposición al Nuevo Testamento.


2.- La desdramatización.


En las 166 primeras páginas del libro he anotado 16 párrafos-respuesta que el CR empieza con un yo creo. Es decir, un 10% del texto está afectado de esa importante connotación. Ahora que todo se somete a la criba estadística será bueno aprovechar esta circunstancia para sacar consecuencias. Del resto del libro podría hacer una valoración semejante.

     

Ya sé que a lo escrito como yo creo se le puede afectar de muchos factores: El de traducción, o el de que es normal que un creyente cualquiera puede tener sus propias opiniones. O el de que al decir eso se pueda estar pensando en cosas tan parecidas o tan distintas como éstas: a mí me parece, yo pienso, yo opino, yo creo a pies juntillas, ésa es mi fe inquebrantable, no estoy muy seguro, eso es lo que hay que creer, estoy convencido, tengo la impresión …

     

Sin embargo, atendiendo a los 16 párrafos en cuestión se ve que 10 de ellos se asocian al modo verbal indicativo, 5 al modo potencial y ninguno al modo imperativo. Hay uno excepcional: no se refiere éste a ningún modo verbal sino a una trascripción fiel de las primeras palabras del Credo católico:

     PS, pág. 91: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra …”

     El CR responde allí: Ese “creo” es un acto consciente del “yo”.

     

Para mí todo ello indica que el CR abunda en sus opiniones que al final son eso, opiniones. Muy respetables, bien fundadas, razonables, iluminadoras, pero sin aparentar rango de dogma. Tal vez haya pensado que no es ése el lugar de aparentar tal.

     

Y no se diga que el CR se mueve aquí por el territorio de lo que un creyente común y corriente puede opinar, porque toca temas lindantes con el canon dogmático. Desconozco, es cierto, cual sea ese canon completo y dudo si no estará contenido en la página web oficial del Vaticano que en alguna ocasión he tenido que visitar.

     

Entonces pude comprobar, por ejemplo, que actualmente los ángeles, cuya existencia sí es dogma de fe, ya no son los que estaban en la nómina de coros angélicos que yo tuve que aprender de niño (la de San Dionisio Areopagita): faltan algunos (ahora dudo si son los tronos y las dominaciones, o más bien sean los serafines, querubines, virtudes y arcángeles; habría que revisar el praefatio -CR pág. 390-). No sé si esa reducción de plantilla se la ha inspirado Dios al guardián del canon o ha sido una revelación del mismo Dios a un Concilio, a algún Papa o directamente al webmaster.

     

Dejo constancia del empeño desdramatizador del CR y paso a lo siguiente.


3.- La mantenida ortodoxia.


     Ni un milímetro de distancia con la ortodoxia de siempre. Recuerdo que cuando mi catecismo me llevaba por los vericuetos de los misterios dogmáticos, y como sospechando que algún tipo raro pudiera hacer preguntas inconvenientes, el autor remitía a ese tal a una instancia que aún me resuena como “llegado el caso”, doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder.

     

Pues en ello estamos. El CR sabe responder a todo, absolutamente a todo. Podría decirse de él, utilizando el descaro de PS, que tiene más salidas que el metro de Sol. Cosa que es muy de agradecer, pues como digo antes, todas sus salidas son adecuadas, coherentes, y seguramente satisfacen a  la mayoría de sus lectores.

     

En la pág. 198 el CR está de acuerdo en que lo del “ojo por ojo, diente por dientesuena atroz … pero … sigue siendo válido en la jurisprudencia … Supongo que se refiere a la jurisprudencia donde se mantiene la pena de muerte …

     

En la cuestión antes planteada sobre la reacción de Moisés ante la adoración del becerro de oro por su pueblo, reconoce el CR que la historia es realmente espantosa y nos resulta casi incomprensible. … Hasta qué punto hay que tomar al pie de la letra este acontecimiento es otra cuestión, pues el pueblo de Israel sigue existiendo.

     

Y tiene razón; si se hubiera matado a todos los judíos, hace muchos siglos que estos no existirían ya. Hay que concluir pues, que o alguien no hizo caso de lo que Dios mandó por medio de su vocero, Moisés, o sólo mataron a unos pocos. En cualquier caso parece que al CR o no le preocupa que se mate en pequeñas cantidades o aprueba que se ordene matar en nombre de Dios. … O le resulta casi incomprensible.

     

Como se ve, la Sagrada Escritura lo primero, y luego, administración adecuada de una mano de cal y otra de arena que es cosa tan hábilmente ejercida por la Iglesia Católica en todas las épocas.


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