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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Pgs. 1    2     

En adelante don Álvaro tenía que esperar largamente a que le recibiera el Padre Rector de Jesús. Un día éste evangelizó al visitante con san Marcos 10 – 17 / 23:

Un hombre rico le pregunta al Salvador: “Maestro, ¿qué haré para conseguir la vida eterna?" El Señor le responde: “Cumple los mandamientos”. Y él añade: “Los he guardado desde mi juventud”. Y Jesús puso en él los ojos (así los ponemos nosotros). Y le mostró agrado (también como nosotros hacemos), y le dijo: “¡Una cosa te falta: vende cuanto tienes y entrégalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme". Pero el hombre rico afligióse y se apartó de Jesús … ¡Qué lástima!

Evidentemente, y tal como se ha visto, Jesús era el colegio de los Jesuitas, el hombre rico don Álvaro y los pobres, los Jesuitas. Sabido es que la pobreza es un recurso teológico muy útil: Nuestro párroco nos enseñaba que la virginidad de María consistía en que era pobre …


Ya he dicho antes que para mí lo más importante del libro no es lo levítico. Pienso que esto es sólo el caldo de cultivo en que aparecen los tropezones más interesantes: los análisis psicológicos y conductuales de los personajes. Son variados y de distinto calado. Por citar algunos: Los forasteros (de Madrid, con su nobleza y distinción a cuestas). Los del ferrocarril, tan libertinos por extranjeros. Las mujeres en general con sus gazmoñerías, coqueterías o envidias. Los solteros, solteras y solteronas …


Pero quisiera resaltar ahora a un personaje singular: Pablo. Este muchacho da la medida de la obra que Gabriel Miró tardó en pintar diez años: desde la infancia del chico hasta el final de su Bachillerato en Jesús, el colegio de los Jesuitas, a los 17 años.


Pablo y su familia. Él, un crío travieso y sin embargo, tremendamente enmadrado. Su padre Álvaro, un hombre adusto. Paulina (de ella, Pablo), su madre amorosa. La tía Elvira, esquinada; era la solterona, hermana del padre en este caso, que era frecuente en las familias.


El chaval campaba por sus respetos en su casa, en el palacio del Obispo, en la sede parroquial y en la propia Oleza. Era consentido por todos menos por su padre. La madre era siempre su amparo amoroso. La tía reprochaba a ésta su actitud y al mismo tiempo envidiaba su papel como si la madre le hubiera robado a ella la maternidad del muchacho. Éste odiaba a su tía por más que la madre le hiciera considerar que debía amarla por ser hermana de su padre, cosa que encrespaba al mozuelo más aún.


Total, la situación perfecta para desarrollar en el chico el complejo de Edipo que se atisbaba en el horizonte. A su manera, cada uno se daba cuenta del problema que podría crearse y decidieron que el muchacho fuera interno a Jesús. Eso y sus travesuras primero y su sentido de la libertad que crecía con él, le salvaron.


Al final tan salvado quedó que cuando le crecía la hombría a los 17 años, la tía Elvira ya no lo quería como sobrino, sino como hombre, y el hombre incipiente se la pegó a don Amancio, el dueño de la Academia Preparatoria que se había casado, ya solterón, con la joven María Fulgencia.


Esta última era también un personaje de consideración. Hija del prócer murciano don Trinitario Valcárcel “el resucitado” y hermana de una niña deforme quedó huérfana de padre y de madre y, por tanto, añadiendo a su hermosura una sucesión de crisis. A sus 17 años se recuperó, aparentemente, pero a costa de la locura de querer comprar el ángel de Salcillo. Al final cambió la compra por hacerse monja del ángel: ella dotaría un monasterio para vivir cerca de él. Pero como los ángeles no tienen monasterios, según el deán, la cosa terminó con la Valcárcel en una celda del convento de la Visitación de Oleza. Allí ingresó en compañía de dos tórtolas y vivas visiones de ángeles y arcángeles (es decir, de hombres la mar de guapos).


Se intentó curar semejante locura aplicándole el ostensorio milagroso que se había importado para curar al obispo (por cierto, sin éxito), pero se repitió el fracaso. En medio de un sonado revuelo apareció muerta una de las tórtolas. María Fulgencia, enfurecida

Levantó el grito y la jaula de las tórtolas.

-¡Ha sido ella, la clavaria! ¡Lo mató apretándole el corazoncito con las uñas! ¡Me ha matado el macho! ¡Acababa yo de besarlo y lo dejé precioso! ¡Ha sido ella; yo la vi salir!

-¿A mí? ¿El macho, dice? – Y la clavaria se quedó mirándola -. ¿El macho? ¿De modo que había un macho?

-¡Sí, señora; como en todas las parejas, hasta en la de Adán y Eva!

-¡Déjenmela, quiero que me diga su caridad cómo supo lo de macho y hembra! para mí nada más eran dos tórtolas!

-¡Señora, usted es tonta y mala!

Arreció el alboroto. Y lo deshizo milagrosamente la señorita Valcárcel.

-¡Yo me voy de aquí, señor deán.

-¿Que te vas? ¿A Murcia?

-Me marcho con usted y me casaré …

-¿Qué te casarás?

- …¡Y me casaré con el primero que se me presente!

Y parece que el primero que se le presentó fue don Amancio.