QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Título: NADA.

Autora: Carmen Laforet.

Edita. El País, Clásicos españoles; 287 páginas.




Estoy a punto de terminar de leer esta extraordinaria novela, pero ya voy a empezar a escribirla porque estoy urgido de ello.


Luego copiaré el elogio que de nuestra autora hizo Azorín, pero antes diré, provisionalmente, qué es lo único que no me gusta de la obra: el título.


Puestos a adverbiarlo, habría resultado mejor llamarlo MUCHO, y aún MUCHÍSIMO, porque hay que ver la de cosas que pasan en la novela! Que, siendo muchas, son menos que las que quedan. Basta preguntárselo al lector.


Si en lugar de adverbio le diéramos otro nombre, habría que ponerle el de “El diario de Ana Frank II”. Se da la coincidencia de que nuestro libro y el de Ana se escribieron prácticamente al tiempo: NADA en los primeros años de nuestra postguerra y EL DIARIO a mitad de la segunda guerra mundial. Los contextos eran, pues, diferentes, pero los resultados de fondo, muy semejantes. Además, si admiramos, justamente, la revelación que supuso la irrupción de Carmen en la literatura, no olvidemos que Ana escribió su libro con trece años! 18 tiene la protagonista de NADA, así que en ambos casos se da la suerte de encontrarnos ante dos mujeres que transitan por sus propias peripecias para llegar a serlo.


Se me ocurre que otro título que le cuadraría al nuestro es el de “Juan y Román: los hermanos Karamazov”. Así, al estilo del “Pedro y Juan” de Maupassant. Que, por cierto, recomiendo tener en cuenta después de leer NADA: su prólogo, del propio autor, sí que es, aunque parezca imposible, un extenso elogio de esta novela de Carmen Laforet.


Ahora, la reprimenda elogiosa que en 1945 publicó Azorín en la revista Destino:

“Tiene usted veinticuatro años. ¿Y usted cree que a esa edad se puede hacer lo que usted ha hecho? ¿Qué es eso de publicar una bellísima novela a una edad en que se suelen publicar tanteos, probaturas, ensayos”.

Pues sí, así es NADA: Un enorme montón de metáforas poéticas colocadas cada una en su sitio, en su  momento. Tal vez sean excesivas pero sirven para reflejar a cada paso el cambiante humor de las personas que evoluciona tanto como las nubes cuando hace viento. También metáforas que empujan a la naturaleza a mezclarse con la ciudad y a implicarse en ella, en todo momento. Un lenguaje fresco, natural siempre, pero acomodado al personaje y a su situación: una mujer embrutecida puede pensar lo mismo que una estudiante finolis, pero cada una lo expresa de forma diferente.


En cuanto a lo psicológico, la novela es un pozo sin fondo. Deberían leerla varias veces los legisladores, las feministas y todos los de buena voluntad para darse cuenta de algo especial a propósito del maltrato de la mujer por parte del hombre, que intentan sea resuelto con una ley y una pulsera de control remoto: el sexo es un imán de potencia mucho mayor que la locura. Lo explica muy bien nuestra autora cuando muestra a una mujer joven y hermosa, humillada por su acomplejado marido hasta el límite del crimen que, sin embargo, persiste en una actitud primitiva y desafiante frente a él, seguida de una aceptación sexual compensatoria. Sólo dos breves renglones de muestra:

-¡Te mataré, maldita!

- No te tengo miedo, ¡cobarde!

Y un poco más tarde:

… “El nen está muerto … y entonces tú pudiste ver que Juan me quería de verdad cuando se lo dije… porque los hombres, chica, se enamoran mucho de mí. No se pueden olvidar de mí tan fácilmente, no creas… Juan y yo nos hemos querido tanto…

Y qué decir del hombre maduro y típico castigador (el otro Karamazov) que enamora despiadadamente a una madre y a su hija aún teniendo en cuenta que ellas son de mucha más alta estima que él. ¡Y qué decir de ellas, naturalmente! Eso sí; él es un virtuoso del piano y del violín.


Él, que usa pistola y que en un arranque de furia enloquecida es capaz de morder cruelmente la oreja de su perro por no matarlo definitivamente, que es lo que tiene prometido!


He necesitado que me pasaran muchos años para darme cuenta de las sorprendentes compatibilidades que pueden darse en las personas: Un poeta excelso que resulta ser la persona más vulgar y ordinaria que pueda pensarse. Un artista plástico al que deberían corresponder unas finas manos pero que en realidad son de lo más toscas, si bien el primor de su obra es de gran mérito. Una mujer que alardea de finura espiritual y que no observa el menor respeto por los demás, etc. etc.


Los nombres de los personajes son corrientes con una sola excepción. Una chica aparece con un nombre raro (Ena) en consonancia con su empaque un tanto exótico. No sé si al final me enteraré de que se llama Magdalena.


El del perro también es corriente. Entonces había pocos perros y no como ahora que son muchos y, en general se llaman con nombres ingleses o del santoral católico. Lo común en aquel tiempo era que si un perro era negro se llamara moro, y si no, canela. Trueno era el nombre del perro en cuestión que, por fuerza, debía de ser un lobo, aunque en aquella familia de locos era una auténtica malva, el amor de la brutal, sucia y metomentodo Antonia, la criada.


Luego está el chico aquel, medio púber, medio adolescente pero siempre ferviente ingenuo que, cuando en una gran concurrencia una hermosa rubia lanza un rayo de sonrisa hasta el otro extremo de la sala atravesando todas las miradas que encuentra a su paso hasta el final del trayecto, él, el muchacho anhelante, siente en su corazón que la sonrisa es sólo para él: y después  la persigue con una desazón infinita.


Y la abuela, la bendita abuela, la inocente, la amorosa madre (con sus defectos, como cada cual).


Y la protagonista. ¡Ay, la protagonista de primera persona: un año pasado por hambre!


No quiero terminar sin recordar el efecto sorpresa en la novela. Se da en contadas circunstancias pero encaja en la obra con tal maestría, está tan trabajado su  diseño, que el lector no se da cuenta de ello hasta que sale de su asombro.