Hablando de gilipollas nos vamos derechos a la página 229 de nuestro libro que se encabeza con “Las palabras que lo nombran” (al estúpido).

El autor las clasifica por familias de forma extensa pero no exhaustiva. Yo me voy a permitir ampliar la relación con algunas que echo de menos, y por si el autor tiene a bien tomarlas en consideración para ediciones sucesivas.

El básico tonto tiene sus derivados como tontaina, atontado y sobre todo, tontito. Este último era, antes de que se inventara lo políticamente correcto, el deficiente, el farto, el fartuco (como llaman en Andalucía al que le farta -falta- algo para ser como los demás). Cariñosamente se le llamaba así, tontito. Ahora, en cambio, administrativamente es “la persona con habilidades especiales”: ha ganado cuatro palabras!

Entre las familias de estúpidos a que el libro se refiere, están los “Stupidus sexuales” que son de amplio espectro aunque falta el “tonto l´haba”, muy apreciado en Aragón. Si el lector quiere ampliar sus conocimientos no tiene más que acudir al DRAE por la entrada “haba”. No olvidar que modernamente se dan los tontos de banda ancha.

La familia de los “Stupidus technológicus” abarca, entre otros muchos, al que le falta un tornillo. Esta particularidad arrastra irremediablemente a la historia de aquel que conducía un coche al que se le pinchó una rueda justo delante de un manicomio. Al quitarla para cambiarla por la de repuesto, resultó, para su desgracia, que las cuatro tuercas de la rueda averiada se le cayeron a una alcantarilla que había allí mismo. El pobre conductor, después de blasfemar un poco y dar varias vueltas al coche, levantó la cabeza hacia una ventana tras cuya reja había un interno que presenciaba la maniobra. Fue éste el que se dirigió al conductor en apuros para decirle:

- Maestro, quite V. una tuerca de cada una de las otras tres ruedas y use esas tres tuercas para fijar la rueda de repuesto. Con un tornillo sin tuerca en cada una de las cuatro ruedas, V. podrá ir, sin correr demasiado, hasta un taller donde podrá resolver la cosa definitivamente.

El conductor, medio fascinado, medio agradecido, repuso dirigiéndose al de las rejas:

- Pero V. no está …

El otro no lo dejó terminar, añadiendo:

- Tenga V. en cuenta que yo estoy aquí por loco, pero no por tonto!

En la pág. 94 plantea nuestro autor la adivinanza del astuto imbécil: ¿Es una persona inteligente con ataques de imbecilidad, o bien un cretino con destellos de genio?

En cualquier caso, es el alimento del sainete cantábile “La tonta del bote” donde se canta: “Todos dicen que eres tonta, pero te metes en casa” (te pones a salvo de tus tontunas).

Otras aplicaciones prácticas:

Un ingeniero aeronáutico, listísimo él, con el que compartí despacho, solía aconsejar cuando venía a cuento: “Paso de buey, ojos de lobo y, de cuando en cuando, hazte el bobo!”.

La pág. 92 de nuestro libro está plagada de citas semejantes a esta última en boca de gente muy seria (Séneca, Montaigne, etc.). Horacio decía: “De cuando en cuando, es agradable ser estúpido”.

En una línea parecida a ésta se sitúa “El buen soldado Schwejk”, de Hasek (pág. 111) cuya reciente lectura me encantó al punto de sugerir a Woody Allen que rodara una película con él mismo como protagonista, pues el papel del buen soldado le iría que ni pintado, visto lo que conocemos de sus actuaciones en las películas más relevantes de su repertorio. Me encantaría oír decir a Woody Allen: “Como ya le expliqué una vez, he sido declarado oficialmente idiota por una comisión”.

A un soldado con tan obsequiosa buena disposición como Schwejk, se le puede aplicar la antigua gracieta, semejante a la de la página 100. Era un voluntario al que se ofrecían las opciones de ejercer de kamikace o de escribiente en la Plana Mayor, que respondió: las dos cosas, mi capitán! Y éste: ¿Pero eres un loco o un cretino?. La nueva respuesta fue: Las dos cosas, mi capitán!

Conmigo trabajó también un ingeniero, asimismo muy inteligente. Él y yo sabíamos de quien hablaba cuando refunfuñaba: ”Ése, como sólo manda y no pregunta, se morirá tonto”.

Por último, una aguda apreciación atribuida a Escámez, el que desde el puesto de botones llegó a ser presidente del Banco Central: “Los bancos recogen el dinero de los tontos y se lo dejan a los listos para que trabajen para el banco”.

En la pág. 230 de nuestro libro se detiene su autor para estudiar al Stupidus Geographicus. Allí destaca en todo su esplendor el lepero. Aparte de él, del batueco (de Las Batuecas, Salamanca) y del babieco (de Babia, León), yo no sabía que en España hubiera otros ejemplares notables del género; fue mi amigo Agustín el que me sacó de mi ignorancia. Como había vivido varios años en Bilbao, me ilustró: dobla por la mitad el mapa de España y observa dónde cae Lepe; allí tienes la solución.

Me quedé sorprendido porque por aquellos pagos todos tienen fama de ser listos de orden superior. Los bilbaínos, sin ir más lejos, no sólo van por la vida de listos, sino que además van sobrados. Para resaltar su sobraduría, la adornan de modestia que es cosa que queda muy bien. Así, p.e, te pueden decir: “Fíjate si Jesucristo era humilde que, pudiendo haber nacido en Bilbao, nació en Belén”.

No hace mucho compartía yo mesa y mantel con un hombre de Bilbao y dos mujeres guipuzcoanas. No recuerdo si venía a cuento, pero el caso es que a mí se me ocurrió contar aquello que se decía sobre el metropolitano bilbaíno: “Fijaos si son modestos los de Bilbao, que en lugar de decir que tienen 43 Km, dicen que tienen un metro nada más.”

Se hizo el silencio y una de las guipuzcoanas le confidencia a la otra con ingenua simpatía: Oye, igual van a tener razón los de Bilbao cuando dicen de nosotros que somos tontos (y bajó aún más la voz para añadir: ¿Tú lo has entendido?). Agustín me lo aclaró: los leperos de los vizcaínos son los guipuchis, los guipuzcoanos.

Bueno, el libro sigue con su desenfado y característico buen humor, más o menos hasta la mitad donde se pone serio e intelectual para tratar de la estupidez de los intelectuales, y no digamos, de lo relativo al arte.

Me parece una estupidez andar por esos derroteros. El que quiera saborear estupidez en estado puro no tiene más que adentrarse en las páginas de crítica de arte en los extraordinarios dominicales de los periódicos. Esa es, al menos, mi estúpida conclusión.



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