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CÓMO SE CONSTRUYE UN ABUELO


     Me vais a permitir, queridos viejitos, que os dé un consejo. Va a ser un poco largo y sólo se dirige a los que lo necesiten; los otros, mejor que se pongan a jugar al parchís.

     Además, el consejo no es propiamente mío. Os lo doy de parte de Pirandello, que me autorizó en su día para ello.

     Nos lo cuenta el Nóbel italiano en su novela El difunto Matías Pascal que es, para mi gusto, muy superior a su conocidísima obra de teatro Seis personajes en busca de un autor. En ambas profundiza el autor sobre la personalidad de los humanos. Pero vayamos ya con El difunto que a mí me resulta más próxima, más de andar por casa o por la calle, y menos por los escenarios y bambalinas, con apuntadores y traspuntes.

     No es que el tal difunto fuera tal. Era simplemente que su familia, sus vecinos y su empleador, el Ayuntamiento, lo habían dado primero por desaparecido y después por muerto al encontrar el cadáver de un ahogado en el término municipal.

     Oficialmente muerto, el difunto Matías Pascal (ése era su nombre auténtico desde sus primeros días de vida), se vio vivo y libre del acoso inexorable con que el destino le distinguió siempre.

     Pero a cambio, tuvo que reconstruirse a sí mismo: su origen, sus antepasados, su nombre, su lugar de nacimiento … Lo que más ilusión le hacía de todo era crearse su propio abuelo, ya que nunca había conocido uno propio.


“… El abuelo de mis primeras fantasías, ése es el que quería crearme.

     ¡Oh, de cuántos abuelitos verdaderos, de cuántos viejecitos perseguidos y estudiados un poco en Turín, un poco en Milán, un poco en Venecia, un poco en Florencia se compuso aquel abuelo mío!

     Cogía de uno la tabaquera de hueso y el pañuelo a cuadros rojos y negros; de otro, el bastoncito; de un tercero, los lentes y la barba; de un cuarto, la manera de andar y de sonarse la nariz; de un quinto, la manera de hablar y de reír; y salió el viejecito fino, un poco colérico, amante de  las artes; un abuelito sin prejuicios, que no quiso que siguiera una carrera y prefirió instruirme él con su conversación y llevándome consigo de ciudad en ciudad por museos y galerías.

     Visitando Milán, Padua, Venecia, Rávena, Florencia, Perusia, llevé siempre conmigo, como una sombra, aquel abuelito mío inventado, que más de una vez me habló por boca de un viejo cicerone.”


La verdad es que este abuelo inventado de poca utilidad sería a Matías Pascal puesto que no estaba en edad de poseerlo. Tan sólo le serviría para dárselo a conocer a la policía, a la patrona de turno o a alguna amistad ocasional.

     Lo verdaderamente interesante es crearse uno a sí mismo como abuelo para sus propios nietos. El abuelo Paco pasaba largas temporadas de trabajo en Colombia, y al regresar, como siempre ocurre en los viajes, le sobraron monedas extranjeras; en aquella ocasión llegaron a la vista de su  pequeño nieto Diego que se interesó por ellas.

     - Esto es el dinero que yo gano en Colombia haciendo de forzudo, le dijo al nieto.

     Y éste se fue rápidamente y lleno de fascinación a buscar confirmación del hecho en la abuela.

     - Mira Diego, le dijo ésta; a mí el abuelo no me cuenta lo que hace en Colombia, pero si a ti te ha dicho eso, será verdad.

     Diego quería ser forzudo como el abuelo y así se lo confiaba a su hermano Juan, un poco mayor que él. Éste, sin embargo era escéptico al respecto y no parecía estar por la labor.

     Hasta que un buen día el abuelo se presentó con una foto divertida que le habían hecho a hurtadillas en el gimnasio. Desde entonces Juan ya no bromea con lo de su abuelo forzudo. Lo único que falta por saber es el circo en que los nietos van a meter al abuelo, con ellos de ayudantes, claro.