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CAPÍTULO 9. La lucha interior.

En este capítulo cabe destacar dos cosas que, sin querer, relacionan a Unamuno con dos franceses ilustres, esto es, con Montaigne y con Pascal. Hasta 1895 nuestro biografiado había escrito muchos artículos en la prensa, pero los últimos cinco que produjo, podían reunirse bajo un nombre común para constituir lo que Montaigne (Juaristi llama a éste “otro vasco”; de demasiado arriba, diría yo; más bien le cuadraría lo de “aragonés de ascendencia judía por parte de madre”) había llamado un ensayo: era esto algo más que un artículo y algo menos que un libro. Lo de Unamuno se titulaba En torno al casticismo.

Era una obra extraña, deliberadamente contradictoria, embrollada y dispersa…

La literatura contemporánea parecía no existir, pero se hablaba del Cid, de san Juan de la Cruz y de Calderón…, como si los de su tiempo no le interesaran, pero a la vez defendía la necesidad de abrir España al ventarrón europeo, de terminar con el aislamiento e incorporarse a la civilización cosmopolita y secularizada.

Lo más característico de tal ensayo era su lenguaje poético que lo acercaba a la poesía ensayística de Antonio Machado o a la eficacia psicológica condensada de Borges.

La otra cuestión. En 1654 Pascal, después de un accidente con su carroza del que salió ileso de milagro tuvo una experiencia religiosa que plasmó en un singular y breve documento titulado Memorial que no le abandonaría nunca ya y que le llevó a una conversión a la ortodoxia y al moralismo religioso de los jansenistas.

El 7 de enero de 1896 nació el tercer hijo de Miguel y Concha, Raimundo, que tras unos meses de saludable apariencia contrajo una grave meningitis a consecuencia de la cual desarrolló una hidrocefalia que no desapareció al ceder la infección, amenazando sumirlo de por vida en un estado de idiotez [sobrevivió seis años].

El amante padre sufrió una gran crisis aprisionada entre la ternura y el deseo de que la muerte liberara al hijo de tanto sufrimiento. Se sintió culpable en medio de una crisis que derivó hacia lo espiritual, hacia lo religioso.

Miguel volvió durante un tiempo a las prácticas piadosas de su infancia y se entregó a la lectura y meditación de clásicos de la espiritualidad cristiana en busca de la fe sencilla de antaño y el rechazo del <<intelectualismo>>, o sea, del racionalismo compulsivo que le había llevado, desde sus años de estudiante, a una sequedad nihilista del espíritu que sólo ahora se le hacía evidente (la soberbia en la que habría incurrido).

Este Capítulo 8 termina justo cuando empieza la segunda mitad de la vida de Unamuno, en 1900. Todavía faltan dos años para la muerte de Raimundo pero, el padre ya está recuperado. Entretanto, ha tenido dos hijas: Salomé (como la madre de Miguel) y Felisa, como el femenino de su padre.

Comienza a trabajar en la Patología del lenguaje que coincide con lo que Freud terminará llamando Psicopatología de la vida cotidiana. Es ésta, mi favorita en Freud, junto con su Interpretación de los sueños y El chiste y su relación con lo inconsciente (acabo de darme cuenta de que me parezco mucho a Galdós: en la manta).

CAPÍTULO 10. Rector in fabula.

He buscado en vano la adecuada traducción al título latinista que ha puesto Juaristi. Ni siquiera la he encontrado en “Etimología chilena” que es lo mejor que conozco. Así pues me arriesgaré a llamarlo “Rector en entredicho”. Es el capítulo más largo de todo el libro (más del doble que los demás). Contiene mucha historia y mucha política: de la grande y de la pequeña.

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