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CAPÍTULO 5. La edad del espíritu (I).

En su tramo vasco, el trazado del ferrocarril de Bilbao a Madrid sigue siendo el mismo que en 1863, cuando se inauguró la línea reinando Isabel II, castiza, pero ferroviaria.

Y canalista, añadiría yo, a la vista de tanto como nos ha dado de beber a los españoles que hemos residido en Madrid desde su tiempo.

Este capítulo está dedicado a describir el desarraigo sentimental que ocurrió a Unamuno al abandonar su tierra natal para integrarse en Madrid, la gran capital, comparando sus avatares con los de otros famosos contemporáneos suyos, como Clarín, Pérez Galdós o Baroja.

De la comparación se puede deducir que Unamuno se comportó entonces como uno de los hombres de negro de Mingote: pesimista, oscurantista, integrista, etc. aún aceptando el natural dolor que produce el arranque de la familia y de la tierra.

Todos los que hemos pasado por un trance semejante, lo entendemos; pero luego la cosa se dibuja con los colores que cada cual lleva en su paleta interior. Jamás olvidaría después la amargura que le produjeron esas primeras impresiones de la ciudad:

Cada una de mis estancias –nunca largas- en Madrid restaura y como que alimenta mis reservas de tristeza y melancolía. Me evoca la impresión que me causó mi primera entrada en la corte, el año 80, teniendo yo dieciséis, una impresión deprimente y tristísima.

A primeras horas de la mañana, apenas se topa en Madrid mas que con rostros macilentos, espejos de miseria, ojos de cansancio y esclavos de espórtula.

Justo 69 años después, teniendo yo los mismos dieciséis de Unamuno, me soltó mi padre en Madrid para estudiar ingeniería; el bilbaíno iba para letras (y, fíjense en lo bien que las pone), y yo para ciencias. Pues miren lo que recuerdo de un atardecer de septiembre de 1949, al bajar yo sólo por la acera de la Gran Vía, del lado de El Abra (otra vez, como si estuviéramos en Bilbao).

El pavimento estaba adoquinado y, de pronto, veo que baja rodado sobre él, una solitaria rueda de coche. El tráfico no era tan denso como el de ahora, pero lo había. Espero fascinado a ver qué pasa y, a los pocos segundos aparece ante mi vista un coche que bajaba cerca de mí haciendo un ruido infernal y chispeando.

Era el que había perdido la rueda trasera derecha y que no pudiéndose apoyar en ella, al inclinarse de ese lado, se arrastraba sobre la ballesta que a golpes intermitentes en los adoquines producía unas chispas bien grandes…

Véase cómo fraguan sus recuerdos dos personas en circunstancias parecidas. Añadiré, a favor de los vascos algo que vengo observando desde hace tiempo: Viendo las esquelas del veterano diario madrileño ABC salta a la vista la preponderancia de apellidos vascos que en él hay (no pasan desapercibidos). Parece que a los vascos no les importa tanto venirse a Madrid como a Unamuno.

Unamuno profesó a la capital una antipatía inextinguible que emanaba de un complejo de incompatibilidad étnica que hundía sus raíces en el fuerismo de su adolescencia, pero que mantuvo durante toda su vida:  <<Y dígase lo que se quiera, nosotros los vascos, los últimos íberos, somos aquí lo verdaderamente irreductible, lo inadaptable a esta blandenguería, lo antipático. Sí, somos lo antipático, lo noble, lo gloriosamente antipático>>.

Sólo respirará a sus anchas en pequeñas ciudades como Salamanca, la académica palanca de su poema.

Una nota que creo destacable de las muchas que apunta Juaristi es la relativa al sexo:

Pgs. 1    2    3    4     5    6    7    8     9     10     11     12     13     14