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En mayo de 1924, el dictador ya se había ablandado para conceder el indulto a Unamuno, pero éste no lo quería.

Escribió a Concha (su mujer) que no abandonaría la isla sino para exilarse en un país europeo o hispanoamericano. Donde fuera, menos en España.

En el viaje a Fuerteventura estuvo acompañado Unamuno de otro vasco también desterrado, Rodrigo Soriano, director de El radical valenciano. Ambos se hacían compañía y el último aprovechaba la fama del otro para prosperar con su periodismo.

En marzo había aparecido allí otro periodista de la misma traza, un tal Dumay, director y propietario de Le Quotidien, con la intención de sondear a los dos desterrados para consumar una fuga que él organizaría y financiaría desde París.

A mediados de mayo de 1924 recibe de Dumay el aviso de que se ha fletado un barco para sacarlo de Fuerteventura y llevarlo a Francia. Todas las noches, entre diez y media y doce, Soriano y Unamuno pasean por la playa, en espera del navío que no acaba de llegar.

El 23 de junio llegan Dumay, su mujer y un hermano de ésta, para concretar el plan de evasión.

Un bergantín-goleta, L´Aiglon, ha zarpado hace un mes de Marsella y está atracado en Mogador (Marruecos) a la espera de instrucciones. La condición que imponen los rescatadores a los confinados es que concedan a Le Quotidien la exclusiva del relato de la fuga.

El 28 de junio, Miguel, consternado, se entera de que dos mujeres preguntan por él en la recepción del hotel Fuerteventura. Se trata de Delfina Molina y de la hija de ésta, Laura.

De la consternación unamuniana da fe la foto Nº 11 en la que Miguel aparece con cara de póker  junto a una Delfina sonriente. Es ésta la poeta argentina, siempre enamorada platónicamente de Miguel, a quien éste ningunea sin el menor recato, por pesada y por mala poeta.

La poetisa trae su propio plan de fuga. Quiere alquilar un barco para que Unamuno se escape con ella a Argentina. La perspectiva debió espantar a Miguel. Madre e hija abandonaron Fuerteventura el 5 de julio de 1924.

Ese mismo día reciben los confinados un oficio de la Delegación del Gobierno en el que se les  comunica que han sido indultados y que son libres para ir a donde les apetezca. El berrinche de Unamuno es mayúsculo. No, Primo de Rivera no va a estropearle a última hora la espectacular evasión que tan cuidadosamente ha preparado.

Se fugará como tenía previsto porque en España quién sabe si la dictadura no trama su asesinato. Soriano le acompañará pensando en convertirse en el gran periodista español del exilio.

En la madrugada del 6 de julio (1924), un bote los recoge en la playa y los lleva a L´Aiglon. Soriano, que se ha zampado una abundosa cena a base de langosta, se marea y cae al agua; lo rescatan en un estado lamentable, pero llegan a Las Palmas sin problemas.

La policía, que está al tanto de todo no los molesta y el Gobierno Civil ni se da por enterado de la versión épica que Unamuno difunde “del drama en las interminables noches, temiendo ser capturados, pues la vigilancia era muy estrecha y dos parejas de la guardia civil vigilaban nuestras habitaciones toda la noche … Pasamos en el mar cinco días en medio de un temporal que puso en peligro nuestra embarcación …”

¿Quién habla hoy de fake news o de cualquier aventura de Mortadelo y Filemón?

Es momento de ver lo que se apuntaba en el Capítulo anterior sobre los tiempos normales de la dictadura y las excepciones de algunos políticos. Por ejemplo, el socialista Largo Caballero, que sería llamado por sus correligionarios el Lenin español, en 1933, llegó a ser con la dictadura (1924), miembro del Consejo de Estado y, en 1927 defendía en Ginebra ante la OIT (Organización Internacional del Trabajo), dicha dictadura.

Sigamos con las andanzas de Unamuno en relación con el dictador.

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