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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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El río es fuente de inspiración y pretexto para consideraciones diversas en manos de nuestro poeta.

Machado contaba refiriéndose al entorno de la Laguna Negra:

¿Quién ha visto sin temblar / un hayedo en un pinar?

Pues yo digo:

¿Qué niño se ha asomado sin temblar al pretil de un puente cuyo ojo se traga el agua negra del río como si de un agujero negro, precisamente, se tratara?

El poeta Hilario Tundidor, convertido en el niño que fue, nos lo pinta así de sabiamente:

Si regresara ahora

… cómo hallar la niñez, el río, el puente

aquel del miedo, el agua

de la esperanza? …

La atracción del vértigo, del vórtice, del agua que huye y nos deja clavados en la esperanza.

          

Si regresara ahora

          a la ciudad aquella donde un tiempo creciese …

no podría acercarse como el poeta que es, sino como el niño que fue. Por eso desea

          … no estar dentro

          ni tener juventud …

quisiera ser

          uno más que se acerca y se acostumbra,

alguien que

          … no pisa sufrimiento, siente

          pena, oye

          dolor …

pero sabe

          … que no puede

suceder esto, que no todo es en vano

lo que uno en el espacio gana y pierde.

Ahora soy yo quien retoma la imagen del río, de un río salmonero que empuja a unos salmones contracorriente. Esos peces singulares que nuestro poeta guarda en la pecera de su cabeza y que hubiera querido soltar río arriba de su recuerdo. Pero escribe:

          

          Que es inútil, siempre

          poco sirvió habitar en la memoria,

ni vuelve el tiempo ni el retorno tiene

cabida en lo vivido. Pero si yo volviese

a mi ciudad, aquella

ciudad mía de tejas hondas y silente

alma, no fuera un hombre quien entrase, fuera

un niño; un niño que aparece

de pronto en una calle con álamos y escudos,

y calla, se sorprende

de estar allí, y escucha a ver la vida, y quiere

que todo siga igual y mira el río.

Pero no, todo no sigue igual. Aquellas tejas hondas con verdín probablemente han sido las últimas que el poeta vio apilarse tan hábilmente sobre los tejados. Ya no hay verdín sobre las azoteas, y la teja árabe es sólo un recuerdo para capricho de millonarios.

Ese niño que aparece de pronto en una calle y se sorprende es el que tenía unas escalas de espacio y tiempo bien distintas de las que ahora tiene el poeta. El asombrado no es, pues, el niño, sino el poeta.

Las unidades que manejamos cualquiera de nosotros, en cada momento y lugar, las hacemos con lo mejor que tenemos a mano en cada caso. Podemos hablar, por ejemplo, de una escala de valores.

Lo que ocurre con la niñez es que al tener visiones y experiencias limitadas, produce unidades pequeñas. Una unidad pequeña cabe muchas veces en el ancho de una calle, es decir, al niño le parece anchísima una calle que, al poeta adulto, con una escala de medir anchuras hecha de las grandes distancias de su experiencia, le parece estrechísima:

De ahí deriva el asombro, no de otra cosa. El contraste está en ver ahora que es muy estrecha la calle que en la fotografía del recuerdo se presenta tan ancha.


También de Tetraedro es el poema Después de aquella tierra que a mí me va a servir para ligar la fisis del anterior con el sentimiento de éste.

El poeta se hace ahora niño para acogerse al regazo de la abuela a fin de que aposente sobre su halda la soledad, la inestabilidad y el silencio que es el bagaje que al parecer Hilario Tundidor, como casi todos nosotros, ha acumulado a lo largo de su andadura vital: se trata de unos materiales que no tenía el niño que se acercó a la abuela en su día.

Pero esa abuela

          … María Manuela, buscadora de hierbas, hacedora

          de salud, recuperadora

          de días …

es capaz del milagro. El poeta le implora:

          … sálvame y cierra

          la oscura puerta oscura

de la desolación.

Es como si la acuarteronada puerta de la fotografía se hubiera cerrado irreversible tras su salida, a sus espaldas, y ahora, de espaldas al espectador, grita contra aquella puerta cerrada a cal y canto y doblemente oscura:

          ¿No irás a abrirme el cielo

          de la vida, la flor que mata el áspero

          desengaño de lo mortal?¿No oirás ahora que

          es turbio el conocer, cerrada y bizca

          la alegría? ¡Cuánto, abuela, hemos ido

          perdiendo! Míranos, jirón tuyo

          en el mundo, hurmiento que aún te vive, ¿podrás

          reconocerme? …

Es como la angustia del nieto pródigo. En fin, que el propio Jesús nos dé las respuestas. Para eso estamos aquí. Con gusto esperamos oírte.





Mi presentación en la Tertulia Arco poético el 15-10-09

Abril 2009

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