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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Pgs. 1    2

La viuda era visita habitual del ama de casa, siempre empujada por su hija a la que vertía sus consideraciones más avinagradas. Es lo que suele ocurrir: una persona doliente la emprende siempre contra quien tiene más cerca por muy benevolente que sea ésta.


La madre de familia era la pura bondad personificada. Siempre encontraba razones para justificar las más peregrinas desviaciones de las personas de su entorno. Lo único que le interesaba era tener a sus hijos cerca de sí.


El padre, muy trabajador, amaba su granja y deseaba su crecimiento que juzgaba imprescindible. Seguramente había anotado en su agenda oculta que uno de sus hijos habría de casarse con su joven vecina para juntar patrimonios y así subvenir a las dos casas. Y no podía evitar proclamarlo, añadiendo su preferencia al respecto, por su hijo mayor.


Los hijos, de temperamentos y habilidades dispares tenían una virtud especial heredada, sin duda, de su madre: A pesar de todo, se querían con sincero y perdurable cariño. Nunca fallaron en su mutua lealtad. Todo lo contrario de lo que encontramos en la novela de Steinbeck, Al este del Eden que nos presenta a dos hermanos a lo Caín y Abel.


El hijo mayor, muy al estilo de su padre, es un tipo sano y fornido que trabaja duro en la finca pero a gusto y con provecho.


El menor, en cambio, es de naturaleza endeble y soñadora que apetece realidades ficticias más allá del horizonte de sus menguadas posibilidades. Es muy amante de la lectura, un tanto romántico y,  con el tiempo su personalidad vira a una apariencia psicótica.


Nos queda, por último, el triángulo amoroso de los dos hermanos y la joven. Triángulo de geometría variable que es, en definitiva el que aporta a la obra su sentido trágico.


El tío, tal vez pensando a la ligera que podía matar dos pájaros de un tiro (un remedio a su falta de compañía y una vía de realización de los sueños de su sobrino pequeño), propone a éste que le acompañe en sus próximas navegaciones. Para él ya se ha adelantado a acomodar adecuadamente una cabina en su barco. La salida es inminente.


El chico acepta y la noticia corre como la pólvora entre las familias. Cuando la joven se entera se hace la encontradiza con el muchacho, le declara su amor y empieza su maniobra para retenerlo. El chico se sorprende porque pensaba que ella estaba enamorada de su hermano mayor. La joven gana la partida y el chico se queda.


El tío se abate pero no se da por vencido, y tantea al sobrino mayor como recambio. Éste, sorprendentemente, acepta aparentando un interés por ver mundo (que no tiene) y su buena intención de liberar a su tío de la frustración que adivina en él.


Pero en su agenda oculta hay anotado algo distinto: Estaba enamorado de la joven vecina y no hubiera podido quedarse contemporizando con una situación peligrosa que podría violentar la lealtad debida a su hermano.


El resultado es que tío y sobrino se embarcan y la pareja permanece; ya casados tienen una hija.


El tiempo pasa, los embarcados cruzan los siete mares, siempre más allá del horizonte, de Argentina a Singapur, y el sobrino mayor, que estaba acostumbrado a trabajar saca provecho de su nuevo oficio ganando dinero con el transporte de cereales (los cereales que siempre tuvo tan a mano). El afán de crecimiento que su padre cifraba en el incremento patrimonial, el hijo mayor lo materializó en especulación, con lo que ganó y perdió bastante.


En este punto es inevitable recordar a nuestro autor que sí que fue siempre un “mas allá del horizonte”; sabía bien de qué hacía hablar a sus personajes. Primero, su horizonte terrestre cambió por todos los EE.UU acompañando en sus giras a su padre, un actor de éxito. Aún joven experimentó un matrimonio fracasado por error, que es el proyectado en el drama que nos ocupa (el del hermano menor).


Las giras teatrales acompañando a su padre le dieron a O´Neill la experiencia necesaria para construirse como dramaturgo: llegó incluso a actuar y a hacer de traspunte.


Su horizonte marítimo pasó por Nueva York, Honduras, Buenos Aires, África del Sur, Francia, Las Palmas de Gran Canaria, Southampton, Nueva Orleans …


Diré algo sobre los tres personajes menores.


La niña de 2 años, que, con sus padres jóvenes constituye el triángulo de amor fracasado. Triángulo a dibujar en la pizarra para colegiales que han de entrarse en la vida. Mientras el tiempo pasaba, el fracaso del matrimonio crecía sin parar y la víctima terminó siendo la niña con su muñeca y la debilidad por su padre. Muere la niña (cuando nació, murió su abuelo) y todo sigue empeorando apuntando hacia la desidia, el desamor, la ruina y la pobreza. El joven padre ni siquiera se enteraba de que estaba siendo pobremente subvencionado en sus estrecheces por su rodante y malhumorada suegra. La muerte de la niña enfermó al padre y terminó con él. Al comienzo del último acto ya ha muerto también la madre de los dos hermanos.


Ben, el gañán. Obrero a sueldo que se larga porque: No sabe arreglar la segadora averiada (y su jefe, el hermano menor, mucho menos). Porque hace meses que no le pagan. Pero sobre todo, porque se ríen de él. Dice al hermano menor:

Se ríen de mí porque para quien trabajo es para usted. ¡eso es lo que hay! “¿Cómo marchan las cosas en la granja de los Mayo?”, me gritan todas las mañanas. “¿Qué hace Robert (el hermano menor) ahora? ¿Está inventando alguna ordeñadora eléctrica para engañar a sus vacas secas y hacerles dar sidra?”… Así es como hablan y no estoy dispuesto a seguir soportándolo. Todos me han considerado siempre un peón de primera, y no quiero que se formen una idea distinta. De modo que me voy. Y quiero lo que se me debe. Y no deje de pagarme, o habrá lío.


El Dr. Fawcett fue llamado a consulta por el hermano mayor que acababa de regresar de uno de sus viajes. Era el médico de pago que supliera al médico del pueblo que inspiraba poca confianza. El nuevo Dr. Dice al hermano mayor:


A su hermano le queda poca vida … Quizá unos días más, posiblemente sólo unas pocas horas. Me asombra que esté vivo aún. Mi examen me ha revelado que ambos pulmones están terriblemente afectados.


La triste realidad en contraste con los habituales paños calientes que la ignoran y proclaman alegría a la sombra de las últimas manifestaciones del optimismo por un revivir ficticio. La tragedia se consuma pero no se resuelve. Es la costumbre de nuestro autor: nunca da soluciones.

BAJA EL TELÓN

Nadie aplaude. Lectores o asistentes a la representación sienten que sus manos están agarrotadas, como atadas con un hilo sutil de tierna piedad.


Decía Vargas Llosa que a él, de joven, le gustaba leer, una novela, por ejemplo, para interrumpir su lectura en cualquier momento y seguir escribiéndola él a su gusto. Los lectores están invitados a hacer lo mismo con esta extraordinaria obra de O´Neill. Tienen la ventaja de poder continuar por la senda de un autor fabuloso que hace gala de una apreciación psicológica tal que hasta su puesta en escena es digna del mayor aprecio.