Selección de 15 de mis Sonetos de la vida y de la muerte (publicados en 1992)
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YEDRA
Me ha salido una amiga desde enfrente
de mi terraza, en la distancia larga,
que de campo a ciudad trajo su carga
y en casa grande se instaló silente.
El arrastrarse en suelo, de serpiente,
mudó por trepar lo alto que se alarga
y darle vida a la ciudad amarga
a despecho de ser impertinente.
Ya sé que si atardece y hace brisa
tus manos acompañan tu sonrisa
y ondeas un adiós a la jornada.
Así yo me reclino en la esperanza
de seguir tu amistad sin más tardanza
que una fecha en papel, cuando es pasada.
SOL DE INVIERNO
Al sol de la mañana en el invierno,
cansado de los fríos y el trabajo
de haber dorado vid y monte bajo,
no le sale el calor del fuego interno.
Pareciera que huido del infierno
se resigna a cubrirse con andrajo
de niebla mañanera que le trajo
algún amanecer sensible y tierno.
El sol de primavera y del verano
volverá rozagante por su fuero
a caldear amores, bien temprano.
Pero mi piel tundida es puro cuero
y poco espera ya del sol hermano.
Que mi vida se va, … y que yo me muero.
EL PESQUERO VARADO
Enseñas medio cuerpo cuando a flote
y el otro medio es tu reflejo mismo
en coqueto ejercicio de ocultismo,
que nombre de mujer dio inglés al bote.
En cambio, si varado cual islote
muestras tu ser entero en realismo,
tus formas son platónico atavismo:
lo bello con lo útil es tu dote.
Milagro arquitectónico convierte
en superficie de cubierta clara,
robusta línea de tu quilla fuerte.
Tu proa, cual cuchilla que cortara
el agua enfurecida que se vierte,
partirá en dos la mar si se dejara.
A LA MAREA
Fuerza que bajas desde el alto cielo
para invadir arenas empapadas
y asaltar esas rocas descarnadas,
lavando en tu pasar el largo suelo.
Acata tu consigna, no sin duelo,
un foro de gaviotas emplayadas
que escapan al final, desconsoladas,
buscando una carroña por señuelo.
Reloj de agua de sonar certero,
gobiernas con minutos de seis horas
la vida del dominio marinero
y orientas la corriente sin demoras
para vivificar el nacedero
que la luna vigila en sus auroras.
VALONSADERO EN PRIMAVERA
Entre el norte y el sol, granito pardo.
Mi cuerpo horizontal en primavera,
a saciarse de luz antes que muera
se va, cabe la roca y junto al cardo.
El chopo del camino, como un dardo.
Hojarasca de roble en la pradera.
La blanca margarita salió fuera:
es la misma señal que siempre aguardo.
Algunos robles jóvenes en corro;
el viejo señorea el panorama.
Surtidores de fuerza son un chorro
de robles madurándose en la rama.
Una vaca tranquila y su cachorro,
sorteando el espino y la retama.
EL PINO DESDE MI TERRAZA
En mi jardín estrecho tengo un pino
que a todos los demás es diferente.
Me mira de hito en hito desde enfrente
queriendo conservarme de vecino.
Familiarmente yo lo denomino
a este árbol singular que está en mi mente,
mayo que trepa al cielo tenazmente
adornado de agujas de aire fino.
Cuando tus hojas secas vas mudando,
un vuelco al corazón me viene dando
temiendo por tu vida que es la mía.
Así, cuando al llegar la primavera
tu verde brote adorna la pradera,
mi espíritu se alegra y aún confía.
MONCAYO, AMANECE
El monte de las Ánimas, delante.
Detrás, un resplandor de violeta
que a tu entraña y perfil de negro reta,
a escapar de la noche en un instante.
Desperezas tu forma insinuante
con apariencia femenina y quieta,
tragándote la luz que nos espeta
aupado al horizonte un sol rampante.
Qué bien te va la luz como alimento!
Cómo presumirás al mediodía,
tu blanco en el azul por un momento!
Y al caer de la tarde que teñía
tu figura de rosa y de contento,
al negro virarás: melancolía!
A LA MUERTE DE MI MADRE
La mano que nos salva de la muerte,
si hacia el abismo la fatiga empuja,
es pura vida que el deseo estruja
cual si fuera valiente sin ser fuerte.
Ya no escucho tu voz del rostro inerte
en toda la extensión de esta cartuja.
Tan sólo aquella noche una burbuja
que Dios llevó consigo a mejor suerte.
Así como el sarmiento viejo y tosco,
precisabas de un gesto a veces hosco
para engendrar el zumo de la fiesta.
Si arrancas la cosecha de tus días,
déjanos la esperanza que tenías
como cayado en la empinada cuesta.
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